Coblenza, Alemania, 1926. A orillas del Rin, la pequeña ciudad de 50 mil habitantes le planta batalla a la crisis. Son años pesados, pero la vida sigue. Uwe y Lisa Gutendorf sueñan con formar su propia familia, y en las frías noches invernales acomodan sus cuerpos con la esperanza de convertirse pronto en tres. Y así, sin imaginar lo que sucedería en las oscuras décadas que estaban por venir, y mucho menos que su primogénito se reiría de las fronteras, predicaría su filosofía futbolera por el mundo y tomaría copas con modelos y presidentes en la lejana América, Uwe y Lisa Gutendorf trajeron al mundo a Rudi.
Cuando en 1939 comienza la Segunda Guerra Mundial, el joven Rudi ya tiene 13 años. El pequeño se pasa las tardes jugando al fútbol. Ajeno, como puede, al mundo exterior. Las noticias sobre los Mundiales sólo llegan por la radio: Italia había ganado los mundiales del '34 y '38, pero la gran fiesta del fútbol mundial recién se reanudaría en 1950.
Durante su discreta carrera como puntero derecho del modesto Neuendorf, Rudi Gutendorf le empieza a tomar el gusto a la dirección técnica. El mismo fin de semana juega el sábado y dirige el domingo a un equipo de la liga regional. Su excesiva preocupación por la salud y alimentación de sus compañeros y dirigidos le hacen ganarse el apodo de Oma (abuela, en alemán).
A los 37 años toma las riendas del Meidericher, hoy conocido como Duisburgo. Era el técnico más joven de la Bundesliga y también el que más daba que hablar, debido a su incorruptible adhesión al recién nacido catenaccio (novedad táctica que Helenio Herrera empezaba a cultivar en su aguerrida selección italiana de comienzos de los sesentas) y a la aplicación métodos de entrenamiento que sus dirigidos -como luego ocurriría en el Bolívar de La Paz, la selección de Ruanda o el Yanga Daressalama de Tanzania- describieron como "exóticos". Así, Rudi Gutendorf no tarda en ganarse el apodo de Herr Catenaccio.
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Obsesionado con volver su valla imbatible, diagramando esquemas en los que el orden y el desdoble físico primarían por sobre el toque y la improvisación, Herr Catenaccio abandona Alemania para irse a dirigir al FC Zúrich de Suiza, escala técnica en el itinerario de su irrepetible vuelta al mundo que propiamente empezaría en el banco del Monastir de Túnez. En 1964, Gutendorf cruza por primera vez el gran océano para viajar a los Estados Unidos, donde se hace cargo del St. Louis Stars de la cenicienta National American Soccer league. En 1968 pone un par de cortos en su histórica maleta de cuero marrón para viajar a Bermudas, donde dirige a su primera selección nacional. Ambicioso, inquieto, inconformista, Rudi Gutendorf –pionero involuntario de ciertas metodologías del bilardismo– era de los que llamaban a los jugadores a sus casas para ver si estaban ahí, descansando, o habían salido de copas.
A comienzos de los '70, sin títulos ni demasiados pergaminos en su curriculum, el nómada del fútbol retorna a Alemania para conducir al prestigioso Schalke 04. La campaña, discreta y olvidable como casi todas, lo pone otra vez en órbita. Esta vez, su nueva excursión estaba destinada a causas mayores. En 1972 asume como entrenador de otro conocido equipo, el copetudo Sporting Cristal de Perú, y luego de la selección de ese país.
El trotamundos del fútbol no conoció las tarjetas de entrada, ni los turnos interminables de ocho horas, ni padeció las eternas y dudosamente recompensadas esperas de nuevas "oportunidades" en estructuradas empresas. En mejores o peores sitios, fue, casi siempre, la máxima autoridad futbolera, impartiendo inequívocas indicaciones para adiestrar el talento natural de sus jugadores en pos de contribuir con el bien mayor, el Esquema. Trabajaba, usualmente, menos para potenciar las virtudes de su equipo que para neutralizar las virtudes de los otros.
De Perú viajó a Chile, donde es recordado como un extravagante y errático entrenador que en poco más de un año de trabajo -fue cesado en el tristemente célebre Septiembre de 1973- citó a más de 70 jugadores, armó cuatro selecciones y tomó un par de whiskys con Allende. Dicen que fue amante de una Miss Chile, aunque en Juan Pinto Durán, la histórica concentración de la Selección, aún se recuerdan los baños de sol en topless de una de sus ex esposas alemanas.
Sin pelos en la lengua, aferrado a un español robótico pero preciso, criticó con dureza las raíces e idiosincrasia del balompié de nuestro continente: "El veneno del fútbol sudamericano es su tendencia a jugar hacia los costados. Eso es para los flojos". Su propuesta vertical contrastaba con las ambiciones estéticas de un fútbol caracterizado por el toque; donde los peruanos o colombianos veían juego bonito, Rudi interpretaba una intrascendente ligereza. La pelota, siempre, debía ir para adelante.
En 1979 se hizo cargo de la selección de Australia. Cuenta la leyenda que el lugar de entrenamiento era conocido como Stalag XIII, como el campo de prisioneros que los nazis montaron en Baviera durante la Segunda Guerra Mundial. Antes de un partido amistoso en Israel, concentró al equipo en un kibutz y obligó a los jugadores a ordeñar vacas y trabajar en la tierra para "ganarse" el techo y la comida, tal como lo hacían los miembros de la comuna. En 1975 había hecho algo parecido en el Valladolid, cuando llevó a los jugadores a entrenar, en una gélida mañana de invierno, al predio de una fábrica de autos, para que "sintieran el rigor del verdadero sacrificio"; en el medio, entre el '75 y el '79, fue el seleccionador nacional de Trinidad y Tobago, Granada, Antigua y Bermuda (la dama que lo acompañó en chile no sería ni la primera ni la última en pasarse horas tumbada bajo el sol), Botswana y el Hamburgo de Alemania, el último gran equipo en aparecer en su biografía.
En los siguientes años, presenciando terremotos, bombas, monzones, hambrunas y guerras civiles, Herr Catenaccio llegó a calzarse el buzo de combinados tan extravagantes y disímiles como las selecciones de Nueva Caledonia, Nepal, Tonga, Tanzania, la sub-23 de Irán o el FC Yomiuri de Japón, donde -finalmente- hizo historia como el primer entrenador extranjero en ganar la liga local, en el lejano 1984. Como siempre, el fundamentalista de los cerrojos defensivos había llegado primero; recién a mediados de los noventas empezaron a aterrizar los Wenger, Scolari o Carlos Queiroz, pero ninguno de ellos logró salir campeón. El campeonato del '84 fue el primer y último torneo ganado por Gutendorf.
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La travesía estaba lejos de terminarse. Entre 1985 y 1986 dirigió a la selección de Ghana, donde aún se le recuerda por haber descubierto a Anthony Yeboah, el Maradona local. Después llegaron Nepal, Fiji, China, Islas Mauricio, Zimbabwe y un fierro verdaderamente caliente: Ruanda, nada menos que en 1999. El misionero del fútbol llegó a un país destruido persiguiendo la romántica ilusión de crear un equipo capaz de unir a hutus y tutsis, un gesto que le valió el reconocimiento del gobierno alemán y motivó la realización de un documental. No fue su primera aparición en cámaras: un par de años antes co-protagonizó con su amigo del alma Werner Herzog -otro adicto a los viajes- el documental Der Ball ist ein Sauhund, algo así como El Balón es un cerdo. También tuvo papeles menores y cameos en otras películas clase b de la televisión alemana.
Y así fue que Rudi Gutendorf, el callado hijo de Uwe y Greta, estampó el apellido familiar en el libro Guinness como el hombre que más equipos tuvo a su cargo: 47. Fueron 22 selecciones nacionales, 25 clubes, y muchas colas en aeropuertos destartalados.
En 2003 colgó los cortos. Su última aventura fue en Samoa. El viejo Gutendorf ya no salía con modelos, pero no olvidaba las mañas. Y su trabajo se hizo notar. Rudi Catenaccio jura que gracias a su inédito cerrojo defensivo sólo perdió 21-0 con Australia. La última vez, antes que él llegara, habían sido 31.