De Malvinas al ARA San Juan: cómo seguir después de la tragedia

Médico psiquiatra y ex combatiente de Malvinas, Martín Bourdieu logró capitalizar sus propias vivencias, se especializó en estrés postraumático y creó en 2004 un centro especializado en esta patología donde brindan asistencia multidisciplinaria a los veteranos de guerra. Por Susana Rigoz.

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Martín Bourdieu fue galardonado por Editorial Taeda. Foto: Fernando Calzada.
Martín Bourdieu fue galardonado por Editorial Taeda. Foto: Fernando Calzada.

Martín Bourdieu, Mayor del Ejército y psiquiatra, después de participar como soldado conscripto de la Guerra del Atlántico Sur, decidió dedicarse a la salud mental y se especializó en estrés postraumático. En la actualidad se desempeña como subdirector general del Centro de Salud "Veteranos de Malvinas", único en su tipo en América Latina, y es Miembro Honorario Nacional de la Asociación Médica Argentina.

Es una de las máximas autoridades de la región en materia de salud mental de los soldados. En 2004, participó de la Misión de Paz en Haití tras el paso del Huracán Jeanne con la confección de protocolos para la evaluación y la detección temprana de síntomas psíquicos en la población. "Cada persona procesa sus experiencias como puede, y muchos continúan peleando con su historia el resto de su vida. Sin embargo, tienen algo en común y es la imposibilidad de salir indemne de una experiencia así", afirma.

-¿Cómo logra adaptarse el ser humano a situaciones tan extremas como la guerra?
-Para quien lo ve desde afuera, resulta increíble que alguien pueda armar una rutina en una situación catastrófica, pero quien vivió este tipo de experiencias sabe que es una cuestión de supervivencia. Se trata de una adaptación rápida, casi patológica, un mecanismo fisiológico difícil de explicar, un estado disociativo. Es como vivir en tercera persona. Estoy pero no soy yo. En situaciones intensas, los tiempos neutros, de espera, se vuelven insoportables y uno llega a relajarse. En Malvinas, por ejemplo, estábamos inmersos en un mundo que se desmoronaba como si no pasara nada, al punto de que hacíamos apuestas sobre el lugar dónde iban a caer las bombas. Por el contrario, en circunstancias de alto estrés –un combate, por ejemplo‒, no hay tiempo de pensar y se actúa en automático, a puro reflejo. Esto es una descripción general de distintos estados, que después cada ser humano procesa con las herramientas que tiene.

Martín Bourdieu junto al coronel Esteban Vilgré La Madrid. Foto: Giovanni Sacchetto.
Martín Bourdieu junto al coronel Esteban Vilgré La Madrid. Foto: Giovanni Sacchetto.

-Ud. mencionó que ante situaciones de algo estrés el ser humano genera respuestas fisiológicas. ¿A qué se refiere?
-Cuando cambia el medio externo hay que adaptarse a la nueva situación, y el organismo responde de inmediato. Puede ocurrir que la persona se "congele" y no pueda accionar, que se enfrente a la situación o se vaya. Existe una respuesta biológica: se disparan hormonas, la adrenalina, noradrenalina, corticoides, etcétera. Todo tiene una razón. A modo de ejemplo, la adrenalina aumenta la frecuencia cardíaca, dilata determinados vasos sanguíneos para que los músculos reciban el oxígeno necesario, los corticoides degradan el glucógeno del hígado para obtener glucosa en sangre que es energía rápidamente disponible para la acción. Eso genera un costo, un agotamiento que, a lo largo del tiempo, puede traducirse en diferentes tipos de enfermedad, como depresión, alteración de memoria, o en las respuestas inmunológicas, daños propios del estrés, como hipertensión arterial, diabetes tipo 2, obesidad mórbida, síndrome metabólico, cáncer, somatizaciones. Dicho de otro modo, ante un hecho traumático, hay una respuesta aguda del cuerpo que es esperable. Pero cuando el hecho persiste –como en el caso de un conflicto armado‒ la adaptación inicial normal pasa a ser sobreadaptación, algo patológico permanente. Lo que es bueno en un momento agudo, es pésimo a largo plazo.

-¿Por qué se mantiene esa adaptación inicial pasado el hecho conflictivo?
-Porque las vivencias tienen una magnitud tal que el cerebro no puede procesarlas. Uno se acostumbra a los estímulos de esa situación, lo que ve, escucha, huele, siente (el estruendo de una bomba, el silbido previo, el olor a pólvora, el tableteo de las ametralladoras, el dolor) porque no tiene opción, pero al no poder asimilarlos, quedan enquistados en algún punto de la memoria, que luego es difícil integrar a la vida normal. Eso provoca que, pasado el tiempo, un estímulo cualquiera –un grito, un avión que pasa‒ dispare en el sujeto, con toda la intensidad, aquello que estaba guardado.

-¿Es ese el estrés postraumático, TEPT?
-Sí, antes mencioné que cada persona procesa estas vivencias como puede, ya que en cada individuo intervienen tres factores: lo que trae previamente –su carga genética, cultural y social, entre otros aspectos que hacen a su estructura psicológica‒; las vivencias en sí; y lo postraumático que se relaciona con lo que hacemos con el daño, desde la sanidad. Este aspecto puede ser incluso más importante que el trauma en sí, porque a nivel psiquiátrico, se da el fenómeno de las enfermedades que se superponen a la inicial: depresión, transformación de la personalidad por la gravedad del trauma, distimia –estado crónicamente depresivo que, sin llegar a ser depresión, genera una total falta de motivación‒, adicciones, entre otras patologías que se conocen como estrés postraumático, TEPT.

Martín Bourdieu junto a Mario Montoto, presidente de Editorial Taeda. Foto: Giovanni Sacchetto.
Martín Bourdieu junto a Mario Montoto, presidente de Editorial Taeda. Foto: Giovanni Sacchetto.

-¿Hubiera sido distinta la situación de los excombatientes de haber sentido el reconocimiento social al finalizar la guerra?
-Si bien no se puede saber a ciencia cierta qué hubiera ocurrido en ese escenario, nosotros llamamos a la falta de asistencia y acompañamiento "el segundo desastre", porque con una intervención rápida, el daño podría haberse acotado. Cuando eso no ocurre, la persona entra en un círculo del que es más difícil aún salir: el TEPT inicial se vuelve crónico y esa cronicidad implica que cada tanto aparecen los síntomas y el individuo empieza a buscar algo que lo alivie, en general alguna sustancia, como drogas pesadas o alcohol. Si a ello le agregamos que se recurre al uso de estas sustancias en momentos de depresión (enfermedad que lleva al suicidio al 10 % de los pacientes) y el alcohol es depresógeno, resulta que el riesgo de suicidio se incrementa notoriamente. La realidad es que a los camaradas muertos en las islas hay que sumarles un número aún mayor de suicidios, los abatidos por la enfermedad y aquellos cuyas historias se trucaron y son como muertos en vida.

-¿Cuáles fueron las principales enseñanzas que les dejó la traumática experiencia de la guerra?
-Uno de los grandes cambios fue que se entendiera que el hecho de ser militar no inmuniza contra el estrés y que, aunque uno se prepare para situaciones extremas, siempre puede ocurrir un imprevisto. Esto implica poner en su real dimensión la importancia de la evaluación psicológica previa de quienes van a estar expuestos a situaciones de alto riesgo. Los soldados que fuimos a Malvinas habíamos pasado por una revisación médica general que no incluía la salud mental, hecho al que le sumamos la ausencia del acompañamiento posterior. En realidad, el Ejército intentó prestar algún apoyo pero sin éxito, ya que una característica de quienes padecen esta clase de traumas es la resistencia a hablar o relacionarse con cualquier cosa que les recuerde lo vivido. Por esta razón, era inviable que pudieran acercarse a un hospital militar, pero en ese momento no se sabía, ya que había un gran desconocimiento a nivel mundial sobre este tipo de enfermedades. Con el tiempo, fuimos aprendiendo y en la actualidad, además de la rigurosa evaluación psicológica previa de quienes se exponen a eventos potencialmente severos, podemos asistir a la persona que sufrió el evento traumático y a su familia. De hecho lo estamos haciendo de modo preventivo con las misiones de paz en las que participa la Argentina, adonde hemos incorporado psicólogos dentro del equipo sanitario para que puedan ir evaluando al personal en las distintas fases de la misión.

-¿Es posible prevenir el impacto de las situaciones traumáticas?
-Sí. Para ello hay un protocolo que desarrollamos después del aprendizaje básico pos Malvinas. En Haití, por ejemplo, en 2004 a raíz de la llegada del huracán Jeanne, los Cascos Azules debieron enfrentarse a la pérdida de toda la logística, a grandes masas poblacionales acuciadas por el hambre y a múltiples problemas sanitarios, entre otros desastres. Yo estuve allí y junto con otros profesionales, evaluamos a todo el personal –más de 500 personas‒ y pudimos observar el momento en que comenzaron a aparecer los síntomas ‒irritabilidad, no querer hablar, falta de sueño, aislamiento, pesadillas‒ que es cuando se debe accionar en forma preventiva. Analizar lo que ocurre a nivel grupal es una herramienta para decisiones jerárquicas.

Ser militar no inmuniza contra el estrés

-Ustedes colaboraron con los familiares del submarino ARA. San Juan. ¿Pudieron aplicar las lecciones aprendidas durante la guerra?
– Estuvimos en el momento de crisis más importante, que fue cuando se les informó a los familiares que ya no había expectativas de vida. En situaciones altamente agudas, las personas reaccionan como pueden: se desvanecen, gritan, lloran e incluso hubo quien salió corriendo hacia el mar. En esos momentos, la respuesta es estar, darle la mano o un abrazo, pero sin interferir, porque ese ser humano está defendiéndose como puede y lo único posible es el acompañamiento.

-Finalmente, 36 años después, en marzo finalizó el proceso de reconocimiento de los soldados sepultados en el cementerio de Darwin, ¿cómo impacta este hecho en las familias?
-Cuando sucede una tragedia de estas características es tan conmocionante que, paradójicamente, la persona que falta en la familia está más presente que quien quedó. El que vive –un hermano, por ejemplo‒ pasa a ser una especie de muerto, mientras que la presencia del ausente se agiganta. Si a esto se le suma el no saber dónde está o cómo murió, es muy difícil cerrar el duelo. El hecho de tener alguna evidencia es fundamental y las consecuencias sanadoras son inmedibles. Es muy positivo que hayamos podido llegar a una reparación histórica a ese nivel.

-Por último, ¿cuál es el presente y el futuro del trabajo que están llevando a cabo en sanidad mental?
-Si tuviera que sintetizar, diría que el núcleo de lo que hacemos hoy es acompañar a nuestros camaradas y a sus familias e intentar la implementación de medidas para evitar situaciones de esta naturaleza. Esto es objetivable a través de protocolos específicos para las misiones de paz, con la incorporación de psicólogos en las fuerzas que se despliegan y en el cambio de diagnósticos. Me refiero a que se acepte desde lo legal que, además del TEPT, existen otras enfermedades ‒cuadros depresivos, abuso de sustancias, trastornos de personalidad, entre otras‒ que tienen su origen en lo traumático. Por otra parte, hay una deuda pendiente relacionada con la transmisión de los conocimientos que hemos adquirido a nivel institucional. En este sentido, estamos preparando un libro donde volcaremos las investigaciones, experiencias y conclusiones elaboradas en todos estos años para que puedan servirle a la sociedad en general, ya que las situaciones de estrés son cotidianas y cada vez estamos más inmersos en la violencia.

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*Esta nota es un adelanto de la que será publicada en la revista DEF N. 121