
Por las noches, cuando ella cae rendida, antes de estirarse a su lado, el protagonista sale a caminar por el barrio. Y recorre lo vivido durante el día, o esos días. A veces le resulta tan intenso que, al volver, le vienen ganas de anotar lo percibido.

La ingrata tarea de no dejarme querer
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A las primeras oraciones, toma conciencia de lo que es su vida más allá de lo que piensa y recuerda automáticamente. Escribe porque no quiere olvidar lo que acaba de darse cuenta. El cuaderno siempre está en su escritorio o la mesa de luz de su lado.
Ella escribe en la clandestinidad, tiene una letra endemoniada, casi taquigráfica, no hace oraciones. Cuando él descubre sus anotadores e intenta leer, de varias páginas, o períodos, solo descifra muy pocas palabras, no siempre las claves ni el sentido que quiere darle a lo que cuenta.
Lo personal está mezclado con apuntes sobre su trabajo: el trabajo sobre sí. El trabajo que ella hizo consigo misma.
Desde que se conocen, ella le habla del deseo de transmitir las enseñanzas de su maestra. Son lo que más me sirvió en esta vida, repite. Quiere transmitirlas como su última misión. Cómo las recibió y cómo se articularon en ella. Quiere que se vea cuánto ese trabajo sobre sí la ayudó a personificar su yo más profundo.
Cada vez que le confía su imposibilidad de hacerlo, él ofrece ayuda, ser su escritor fantasma. Ella no quiere darle ese poder. Lo mismo en muchos aspectos de su vínculo. No quiere fundirse más con ningún hombre más hasta ese punto. Siente que debe escribirlo ella.

Cuando transcribe lo que descifra de esos apuntes alternándolos con los suyos, no sabe si lo hace porque ella finalmente se lo pidió o para experimentar escribir en el formato dos diarios que dialogan. O si lo emprende como una manera de seguir a su lado.
A medida que los intercala cronológicamente, ve construirse una narrativa que se deja leer como novela sentimental.
De ellos dos, los protagonistas de esta historia, puedo agregar que por debajo de lo que se dicen y escriben de ellos, aflora lo que no se dijeron. Ni entre ellos ni a sí mismos. Ahí estaría el más potente dispositivo de lectura.
“La ingrata tarea de no dejarme querer” (Fragmento)
Cuando sentí sus dedos apretándome los músculos de los hombros, supe que esos dedos me acompañarían hasta el último de mis días. Abrían recuerdos indecibles, esenciales. Recuerdos que me recordaban que venimos de ahí…
Me gusta porque también está herida. En ella reconozco una matriz de dolor y fortaleza. No puedo explicarme qué me hace creer que tendremos algo fuerte, que ella me corresponde. Tiene algo que admiro.
*
Cuando logro meter el corcho en la botella, ella entrecierra los ojos y me pregunta: ¿Vos estás hecho para encajar en mi vida?
No sé si por el estado en que está o porque de veras le preocupa saberlo, me pide que lo piense bien.
¿Estás hecho para encajar en mi vida?, repite. Porque yo en la tuya todavía no.
Y aprieta la copa vacía con las manos.
*
Todo amor es un acuerdo instantáneo. Mañana va a adoptar otras palabras. Mañana serás otra mujer en la que fuiste, también yo seré otro hombre en este que te mira. Amar es reconocer esa actualización del relato.
*
Lo que menos quiero es tener otra pareja permanente. Ya tuve dos matrimonios. E incontables intentos. No va conmigo. Me autoconvenzo de que quiero eso pero en el fondo quedo atrapada en el viaje del otro. Mejor sería que la corte de una vez y deje de tenerlo de aquí para allá.
*
Estamos sentados cada uno en la punta del sillón, ella con las piernas sobre mi falda. Los dedos de mis manos hacen sonar los de sus pies. Me dice:
Todavía no sé si quiero que seas parte de mi vida o tenerte al costado.
Cuando estoy por ponerme la campera, se para de un salto. A los gritos:
¡No te lo dije para que te vayas! ¡Quedate, no seas cagón…!
Prefiero irme.
¿Ves que no entendés nada?
Busca mi mano y me arrastra al dormitorio. No cogemos. Pero durante toda la noche no nos despegamos.
Somos dos heridas que quieren cicatrizar juntas, anoto mientras ella va al baño.
*
Me cuida y me permite ser quien quiero. ¿Y yo… me lo permito? Él me resulta funcional a esta etapa de mi vida. Es calentito, no ronca, no se desespera por
saber todo de mí, tenemos el mismo tipo de piel, sé que puedo dejarlo en cualquier momento y saldrá a flote.
Mi querida, te amo no sé por qué. Si lo supiera, no te amaría. Estaría amando lo conocido por alguna razón preexistente. Así que espero no conocerte del todo nunca y siempre tener algo para descubrirte. Nuestro contrato es al instante. Los sustitutos del amor no son nuestros motivos. El canto busca al cantor, bailemos con lo que ocurra.
*
Me cuesta sostener el decálogo que firmamos, acostumbrarme a no meterme donde no me pidieron, no hacer comentarios en voz alta, no preguntarle: En qué andás.
Me cuesta pedir bola. Para él basta con abrazarme en cualquier cruce, o verme pasar a su lado. Me cuesta no correrme unos centímetros en el sillón, apenas, para insinuarle que quiero que se me tire encima.
*
Soy mucho más libre que él. Puedo amarlo aun sin amarlo, decirle lo primero que se me cruza sin importarme en lo más mínimo cómo le caiga, decirle algo y al rato repetírselo, o todo lo contrario. Puedo comerme las tres últimas aceitunas sin la menor culpa. Lo tengo agarrado desde otro lugar. Adora las libertades que me tomo.
*
Nos abrazamos largo. Reconozco su toque y me recuesto sobre su cuerpo, espero ahí. Pasa los brazos por encima de los míos y me aprieta sobre su pecho, y se queda, más sintiendo que buscándome. Quedo imantada.
*
O es muy sabia al no distraerme cuando escribo o no le importo. Lo que sea, me tranquiliza que esté ahí, por la casa, en mi vida. Estar solo no es mejor ni peor: es otra sensación.
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