José Luis Maccari expone en el Museo Benito Quinquela Martín de La Boca

La muestra de pinturas y esculturas, abierta hasta el sábado 30, permite conocer la obra y descubrir la sensibilidad de un artista “casi secreto” que vale la pena disfrutar

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Buenos Aires conserva la ventaja de muchas grandes ciudades respecto de otras hermanas suyas de presuntuoso calibre. Todas las semanas, merced al ingenio de artistas, escritores y científicos, ella nos permite medir el tamaño de nuestra ignorancia y colmar vacíos del conocimiento, al mismo tiempo que produce el efecto paradójico de aumentar el horizonte de lo ignoto en la conciencia. En el campo del arte, ese movimiento de sorpresa y aprendizaje suele ir acompañado de sentimientos de belleza que, a pesar de su inevitable transitoriedad, nos iluminan y susurran al mismo tiempo la frase descubierta por Rilke, convertida en un secreto mayor del objeto estético: “Tú tienes que cambiar de vida”.

Figura 1 (gentileza de José Emilio Burucúa)
Figura 1 (gentileza de José Emilio Burucúa)

Así ocurre en las dos salas de la exposición pequeña que el Museo Benito Quinquela Martín de La Boca ha colgado, con finura y sabiduría, para darnos a conocer algo de la obra pictórica y escultórica de José Luis Maccari, un artista casi secreto cuyo trabajo ha de deslumbrarnos (lo cierto es que sobran los dedos de una mano a la hora de contar las exposiciones donde fue posible conocer su producción: la Shell Art Exhibition de 1971 en Londres o una personal de 1973 en Van Riel). Claro que es necesario tomarse el trabajo de detenerse a observar cada cuadro, cada relieve, hacerlo de modo pendular, alejándose del objeto y acercándose para deslizar lentamente la mirada sobre las texturas de la materia, las sombras representadas o reales, las huellas perceptibles y voluntarias de las pinceladas o bien la negación de los rastros de la técnica en la ilusión de un labrado, característica de las placas blancas compuestas por Maccari en el los años 70. De tal suerte, podremos distribuir esos objetos según los tiempos de su ejecución, las técnicas y los horizontes de significado..

Figura 2 (gentileza de José Emilio Burucúa)
Figura 2 (gentileza de José Emilio Burucúa)

Nuestro artista comenzó la carrera en su barrio natal de La Boca. Allí siguió el magisterio de Tiglio y Daneri (fig. 1), amén de incorporar una maestría académica notable en dibujos sutiles del cuerpo humano. La década del sesenta se inauguró para él con el uso de ciertas fórmulas picassianas de desdoblamiento de los perfiles y figuras, pero una irrupción plena del lenguaje de las vanguardias de aquel tiempo despunta en su interés por la exhibición de las texturas reales (las telas se hacen parcialmente visibles) y las recreadas a partir de una mímesis asombrosa de tramas textiles, en una gama monocromática de grises y ocres que no hacen sino reforzar el impacto estético sobre nuestros ojos, obligados a detenerse y descubrir la magnificencia de los materiales y del trabajo gratuito (pues está dominado por la grazia) del autor en torno a 1970 (fig. 2). Parece probable que no sean ajenas a tal refinamiento en la elaboración textural, las incursiones que Maccari hizo en el arte caligáfico del informalismo japonés, también en los años 60 (fig. 3), lo mismo que los fragmentos de cabezas o retratos, dibujados en tinta china (fig. 4), realizados en los tiempos de plomo de la dictadura militar y partes de una galería de seres despedazados, mutilados y recompuestos, cuya semejanza con las esculturas de Alberto Heredia en el mismo período no deja de asombrarnos

Figura 3 (gentileza de José Emilio Burucúa)
Figura 3 (gentileza de José Emilio Burucúa)

Resulta algo extraño, aunque revelador del núcleo estético perenne de la labor de José Luis (lo estético no es, por supuesto, el dominio de ningún desvío de lo real inmediato o social, sino su destilación en formas sensibles y poéticas, capaces de ahondar en la comprensión del mundo circundante con mayor intensidad que cualquier descripción hecha según un espectro realista, desde la mímesis fotográfica hasta el expresionismo más lacerante), parece extraño, decía, que los mismos 70 de la tragedia argentina hayan sido la época a la que pertenecen, a mi criterio, las piezas cumbre del arte de Maccari: sus relieves blancos, producto del encastre y superposición de superficies impolutas de cartón o madera pintada, definidas por contornos de una pureza geométrica digna del dibujo proyectivo destinado a un libro de enseñanza de las ideas matemáticas.

Figura 5 (gentileza de José Emilio Burucúa)
Figura 5 (gentileza de José Emilio Burucúa)

Tales son Del tiempo sin relojes de 1974 (fig. 5), Lisonja lineal del 73, Incomplitud, iniciado en 1973 y concluido en 2020. Estamos en presencia de un concretismo que no habría pretendido instaurar una realidad absoluta, radicalmente otra debido al hecho de estar armoniosamente construida a partir de los productos de la mente humana que son los entes de la geometría, del número y la proporción. Yo diría que se trata, más bien, de un absoluto que podemos encontrar en los intersticios de lo cotidiano, suele velársenos pero merece la pena descubrir con el auxilio de objetos como los relieves blancos de Maccari.

Figura 6 (gentileza de José Emilio Burucúa)
Figura 6 (gentileza de José Emilio Burucúa)

Es más, la composición Sine die de 1969 (fig. 6) podría demostrarnos que, desde los orígenes más remotos del arte, patrones muy semejantes de superficies labradas en pequeños saltos del relieve, llevadas al límite casi infinitesimal entre el plano y la tercera dimensión, han puesto de manifiesto la unión virtuosa de la tarea manual y de la delicadeza de las superposiciones que reproducen los efectos naturales de las hojas junto a las hojas en un árbol, de los pétalos sobre los pétalos en las flores, de las alas sobre las alas en un insecto, de las plumas junto a las plumas en un ave.

Figura 7 (gentileza de José Emilio Burucúa)
Figura 7 (gentileza de José Emilio Burucúa)

Julio Payró escribió un pequeño texto iluminador de 1968 en el cual ya había detectado este arcaísmo memorioso: “Hay un no sé qué en esas composiciones que me obliga a evocar la belleza abstracta de la arquitectura del Antiguo Imperio [egipcio] y también las estelas funerarias del Siglo de Pericles”, Piénsese si no en la estela del Rey Serpiente del período tinita (fig. 7) o en la representación de los pliegues de las túnicas en la estela de Hegeso (fig. 8) o el contorno del casco que el navegante muerto ha hecho a un lado en la estela de Democleides (aún cuando esta última sea obra del siglo IV) (fig. 9).

Figura 8 (gentileza de José Emilio Burucúa)
Figura 8 (gentileza de José Emilio Burucúa)

En la última década, José Luis Maccari regresó al barrio de la infancia para componer, sobre telas de pequeño formato en general, cuadros reminiscentes de las paredes en las calles de La Boca, muros con pinturas yuxtapuestas, descascaradas, donde el paso del tiempo ha permitido re-encontrar los gestos y las destrezas de nuestros antepasados (fig. 10). Pero no cede en esos lienzos la búsqueda de una euritmia de la belleza vacilante, pasajera como un relámpago, que siempre serpentea y nos envuelve en el tiempo y el espacio de nuestras vidas.

Figura 9 (gentileza de José Emilio Burucúa)
Figura 9 (gentileza de José Emilio Burucúa)
Figura 10 (gentileza de José Emilio Burucúa)
Figura 10 (gentileza de José Emilio Burucúa)

* Ansiada “incomplitud” en el Museo Benito Quinquela Martín, Av. Pedro de Mendoza 1843/35, C. A. B. A. Martes a domingos de 11:15 a 18. Teléfono: (+5411) 4301-1080.

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