“La máquina de matar ilusos”, o cómo llevar al lector hacia el engaño de la ficción

En los 14 cuentos que componen el libro, el autor construye la verosimilitud con minuciosos detalles de diferentes contextos históricos

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"La máquina de matar ilusos" (2021), 14 cuentos de Rogelio Lart
"La máquina de matar ilusos" (2021), 14 cuentos de Rogelio Lart

Soy Rogelio Lart. Escribo ficción y solo ficción. Aténgase el lector a este axioma. Son muchos los interrogantes que podrían plantearse en torno al libro de cuentos La máquina de matar ilusos. Voy a intentar responder, con la particularísima parcialidad que mi lugar de autor me confiere, algunos de los más pertinentes.

La máquina… es un selecto compendio de catorce relatos. En el período 2016/2020 empecé –y concluí– dos docenas de cuentos, de los cuales han resultado dignos de la hoja impresa, a mi punto de vista y el de mi editor, estos catorce que componen el libro. ¿Alguno sobra? Ninguno. ¿Alguno falta? No lo creo. Por supuesto que no tengo ningún inconveniente en asumir que soy poco prolífico en lo que a volumen de producción literaria se refiere. La literatura es un arte, no una artesanía. Además confieso que no he dado con ninguna fórmula o proceso estandarizado que me permita escribir con una regularidad industrial. No escribo todos los días, ni me propongo un régimen disciplinario y monacal. Sí, pienso todos los días en términos literarios, y leo como escritor, y busco, y observo como escritor, y elucubro de continuo, incluso más allá de los límites de la vigilia.

Como todos abogo por, y me valgo de, la utilización profesional de ciertos recursos de oficio, pero eso nada tiene que ver con la creatividad. No me exaspera no encontrar cada mañana un principio, un argumento o el final de un cuento. Suelo empezar a escribir el cuento habiendo pergeñado el comienzo o el final. Jamás me siento a escribir sin alguna idea previa. Paradójicamente, soy un escritor tranquilo, apacible y feliz. Digo “paradójicamente” porque mis textos no denotan ninguna de esas cualidades autorales, por el contrario.

Lo cierto es que no sufro arrebatos de inspiración ni angustias existenciales que me obliguen a expiar pecados inconfesables mediante la literatura. El oficio de escritor no me maltrata, no me acosa, no me atormenta. Todo lo contrario: escribo porque disfruto hacerlo. Confianza, virilidad, potencia y vitalidad son las fuerzas que me mueven a escribir. Son los corceles que tiran de la diligencia donde viajan, cómodamente sentadas entre cojines y tapizados lujosos, las ideas creativas que originan los relatos. Estas mismas fuerzas son las que formatean mi literatura y las que se dejan entrever en los cuentos.

Siendo así, he pasado períodos de semanas sin escribir una línea intercalados con otros períodos prolíficos. Aun hoy el advenimiento de una idea lo suficientemente poderosa como para disparar la escritura de un cuento es un misterio para mí (y percibo un sacrilegio en querer horadar ese misterio). La única certeza que puedo mencionar es que poseo un vivaz poder de asociación. Establecer vínculos entre elementos dispersos puede que haya sido el origen de muchas de mis ideas embrionarias.

¿Qué hago cuando no escribo? Bien: leo mucho a otros autores, corrijo, borro, reformulo. “Los cuentos no se terminan, se dejan”, solía decir JLB, y adhiero por completo. Por desgracia la brevedad del género propone e instiga al autor a alcanzar –algo descabellado y absurdo– la perfección. ¿Quién no quiere escribir un cuento perfecto? La factibilidad de que un cuento sea perfecto “pareciera” ser mucho más probable que en una nouvelle o novela. Maléfico espejismo este que puede tenerme durante meses puliendo un relato hasta que surge una nueva idea para explorar, y entonces, dejo el cuento en cuestión casi tan lejos de la perfección como antes. No me aflijo por eso. Sé bien que otros cuentos reclamarán a su vez su pretensión de perfección y así podré intentarlo una vez más, y otra, y otra, acorde al sesgo obsesivo que, como todo artista, también poseo.

El escritor Rogelio Lart
El escritor Rogelio Lart

¿Qué tipo de relatos contiene La máquina…? Están en el libro, tenga a bien el lector responder esa pregunta por sí mismo. No estoy acá para vender el libro. El libro se vende solo por lo demás –y bien merecido se lo tiene–. Lo que yo puedo comentar es que, quitando “Antes del fuego” que es un relato fantástico inspirado en el ensayo Tótem y Tabú de Freud, el resto transita un realismo estilísticamente tratado. Existe, en varios relatos, un componente histórico y topográfico definido (el golpe cívico militar del ‘76, la Unión Soviética estalinista, la conquista de México por Cortés, la primavera camporista del ‘73, la aparición del disco Peperina, el advenimiento de la guillotina como método de ajusticiamiento legal durante la Revolución Francesa). Me agrada contextualizar con precisión y dotar al cuento de una verosimilitud implacable. Me valgo de todo para lograr eso, de todo, especialmente del lenguaje. Batallo con el lenguaje ajustándolo a cada relato, hasta lograr una organicidad envolvente y sin fisuras.

¿Por qué prefiero el género cuento? Porque es más preciso y más desafiante. Entiendo al cuento como un dispositivo narrativo de engaño. ¿Podría haber un aspecto inmoral en eso? No, si hay anuencia. Tan milimétricamente precisos y tan verosímiles son algunos relatos que el lector termina “saliendo” de la ficción y cuando sale de la ficción cae, o pisa, o cree pisar, en una realidad –en otra realidad–. Me he sorprendido gratamente al ver que algunos lectores han “creído” lo escrito como si estuvieran leyendo un texto académico.

¿Por qué pretender engañar al lector de esta manera? Porque el lector de ficción pretende ser engañado, lo disfruta, lo ansía. No debe ser decepcionado. ¿Por qué dedicarse a eso? Porque mediante una ficción –una mentira lo suficientemente bien orquestada– puede vislumbrarse lo obvio: que la realidad es solo otro relato, otro relato ficcional, colectivo sí, devenido de un sofisticado ejercicio de poder, también, pero ficcional al fin.

Un último aspecto que me gustaría destacar de La máquina… es la fuerte presencia de la metalectura como recurso literario. Anclarse en otras obras y autores, pivotear en ellos, es tan válido como anclarse en hechos históricos, en geografías, en lenguajes y estructuras existentes. Todo hace a la verosimilitud. En el texto “El nadador” ese recurso está llevado al máximo –y me temo que ya nada puede hacer el bueno de Cheever al respecto–.

En definitiva, en mayor o menor medida, de eso se trata mi forma de escribir. Es la desafiante pretensión de poner al lector dentro de una ilusión sin que lo advierta, sin que se resista a ello, sin que prefiera salirse. Como todo laberinto, mis cuentos son un dispositivo de encierro abierto, en el que se entra por propia voluntad. Distintas capas de significado lo aguardan dentro, distintos abordajes, distintas reinterpretaciones. Bajo el lente delgadísimo e invisible de la literatura todo puede verse gratamente diferente. Si algo de eso ocurre al lector, me daré por satisfecho. Habré logrado mi objetivo primario: mediante ficción, expandir su realidad.

Por último, sería de esperar algún dato biográfico del autor: me niego rotundamente. En lugar de eso desafío al lector de este artículo a encontrar a Rogelio Lart en el padrón electoral, a fatigar las comisarias del país en busca de antecedentes, a exigir a viva voz en el Registro Nacional de las Personas el más elemental numero ciudadano que le corresponda. Agotadas esas instancias llegará a la conclusión obvia. Rogelio Lart es también un elemento ficcional.

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