La belleza del día: “Modelo femenino en mecedora Adirondack”, de Philip Pearlstein

En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas

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“Modelo femenino en mecedora Adirondack”, un cuadro de Philip Pearlstein de la década de los 80
“Modelo femenino en mecedora Adirondack”, un cuadro de Philip Pearlstein de la década de los 80

El artista estadounidense Philip Pearlstein, nacido en 1924 en Pittsburgh, aún vivo con 97 años, es conocido sobre todo por los desnudos tan particulares que pinta y que, junto con sus retratos, renovaron la tradición de la pintura figurativa realista durante la segunda mitad del siglo XX. Son cuadros de una extraña intimidad, que se alejan de las convenciones de ese linaje a partir de una serie de rasgos característicos del autor, como las poses inesperadas de sus modelos, el punto de vista oblicuo con el que trabaja y, sobre todo en las últimas décadas, la presencia junto a sus retratados de distintos accesorios algo inauditos de su vasta colección personal de objetos.

En Modelo femenino en mecedora Adirondack (óleo sobre tela, 182,9 × 182,9 cm), pintado en 1980, llaman la atención tanto las posiciones de la pareja, reclinados con sus pies contra la pared y casi a espaldas del espectador, la perspectiva del cuadro, como los objetos que en él aparecen: una silla adirondack y una alfombra estampada con motivos abstractos. Otra marca peculiar del artista que podemos notar acá es el modo en que recorta los cuerpos, algo que puede resultar chocante para algunos. Como vemos, parte de la cabeza del modelo masculino se pierde fuera del lienzo. El cuadro fue adquirido por el Museo Whitney neoyorquino, pero actualmente no se encuentra en exhibición. Pearlstein se ha quejado muchas veces de que varios museos que adquirieron sus cuadros no los presentan al público.

Durante su juventud este pintor fue compañero de Andy Warhol en el Carnegie Institute of Technology de su ciudad natal, y luego con Dorothy Cantor –la mujer de Pearlstein– se trasladaron los tres juntos a Nueva York, donde compartieron piso mientras daban sus primeros pasos como artistas y diseñadores gráficos en la Gran Manzana. Pearlstein trabajó en ese entonces como asistente de Ladislav Sutnar, uno de los pioneros del diseño y la arquitectura de la información, al mismo tiempo que estudiaba historia del arte con Erwin Panofsky, a quien le presentó su tesis sobre Francis Picabia y Marcel Duchamp en la Universidad de Nueva York. Unos años antes, durante la segunda guerra mundial, Pearlstein había sido asignado en una unidad especial que elaboraba cuadros de instrucción sobre las armas de infantería, y tal experiencia, según cuenta, se convirtió en su educación artística básica.

"Modelos masculino y femenino sentados en el suelo", de 1964
"Modelos masculino y femenino sentados en el suelo", de 1964

Este background permite comprender un poco mejor el modo en que le imprimió una coloratura más posmoderna a la figuración realista. Pearlstein aprendió mucho sobre la estructura de la imagen a través del expresionismo abstracto y de su propio estudio del modernismo. Las consideraciones formales son visibles en sus cuadros y en su manera de dibujar y buscar las formas a partir de bloques, también se nota la técnica adquirida en su trabajo como diseñador gráfico. “Creo que tengo suficiente inteligencia y habilidad para pintar en cualquier estilo que se haya inventado y hacer un buen trabajo. Pero elegí deliberadamente trabajar con la figura porque me parecía que era un área que estaba totalmente descuidada. Nadie más estaba interesado. El realismo en Estados Unidos se había convertido simplemente en ilustración comercial, y pensé que había otras posibilidades que podía idear o descubrir. Y trato de que el trabajo compita con la abstracción”. De hecho, como los pintores abstractos, el oriundo de Pittsburgh enfatiza la naturaleza bidimensional de las pinturas.

Previo a sus célebres desnudos, Pearlstein pintó en un estilo expresionista abstracto, principalmente a partir de la observación directa de paisajes. “Veo la figura como paisaje; el paisaje como figura: ¡son lo mismo!”, dijo alguna vez. Incluso en algunos de sus cuadros posteriores, las figuras se yuxtaponen con los paisajes urbanos a través de ventanas, lo que subraya su compromiso por pintar exactamente lo que tiene delante, sin pretensiones de idealizar o simbolizar nada. La marcada falta de interacción entre sus modelos, su ensimismamiento y su aparente indiferencia hacia el espectador le permitieron a Pearlstein una aproximación a esos cuerpos como si se trataran de un paisaje y neutralizaron gran parte del aura psicosexual que se le suele atribuir al tema del desnudo.

"Dos desnudos con cinco señuelos", de 1989
"Dos desnudos con cinco señuelos", de 1989

El artista despojó al desnudo de casi todas sus asociaciones habituales, como la belleza y el erotismo, aunque desde 1980 comenzó a rodear a sus modelos con objetos que acumula en su estudio para atraer al espectador y desafiarse a sí mismo sumando una complejidad óptica a sus cuadros. Alfombras, juguetes de todo tipo y una amplia gama de sillas y piezas exóticas cobran a veces el mismo protagonismo que sus modelos y aportan una ambigüedad casi sensual pese al distanciamiento con sus figuras. Esta agrupación accidental de objetos heterogéneos sin duda señala una influencia duchampiana en Pearlstein: “La ciudad de Nueva York es un gran mercado de pulgas, y uno camina alrededor haciendo lo mismo que hizo Duchamp. Mirás todos estos objetos extraños y los designás como arte. Se les confiere una especie de estatus que tal vez el fabricante nunca pensó”, dijo en una entrevista.

En cierto modo, como los cuadros hiperrealistas de Richard Estes –aunque sin la obsesión fotográfica–, los desnudos de Pearlstein conforman una serie que aborda un único problema formal: la representación de un espacio ilusionista creíble y muy estructurado dentro de los límites del cuadro. Además de una marca de su modernidad, la pintura en serie habilita un marco para la interpretación de cada cuadro en particular y de sus variaciones. La mayoría de sus modelos provienen del mundo del arte, y a lo largo de su obra puede observarse una variada mezcla cultural entre los cuerpos pintados. Algunos de ellos posaron durante años frente a Pearlstein, pero también trabajó habitualmente con inmigrantes recién llegados a Nueva York, quienes encontraban en esas largas horas en su estudio una fuente de subsistencia más afín a sus inquietudes artísticas mientras buscaban poner en marcha sus carreras.

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