La belleza del día: “Planchadora”, de Roberto Fernández Balbuena

En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas

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"Planchadora" (1930) de Roberto Fernández Balbuena (Museo Nacional de Arte de Cataluña)
"Planchadora" (1930) de Roberto Fernández Balbuena (Museo Nacional de Arte de Cataluña)

Acalorada, agotada por el trabajo, pero sumamente sensual, la mujer que retrata Roberto Fernández Balbuena en 1930 es un arquetipo de la sociedad española de comienzos del siglo XX. El cuadro es de 1930, un óleo sobre lienzo de 102 x 98 centímetros que se encuentra en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, también conocido por sus siglas MNAC, en la ciudad de Barcelona.

Se titula simplemente Planchadora y da cuenta de un oficio recurrente para las mujeres de la clase trabajadora de la época. En el Censo Obrero de 1905, por ejemplo, cuando Barcelona reunía poco más de medio millón de habitantes, se contabilizaron 2131 mujeres planchadoras (de las cuales 122 eran niñas), número superior a las modistas, de las que se censaron 1025, las costureras, 1085, y las lavanderas, 1553.

Incluso hay una historia cultural de la plancha. Muchísimas sociedades buscaron alisar sus prendas. En el siglo IV a.C. los antiguos griegos usaban barras cilíndricas de hierro que se calentaban de manera directa y “amasaban” la ropa. En la China del siglo IV utilizaban unos recipientes de latón y en la Europa medieval los vikingos tenían un hongo invertido que pasaban sobre la ropa húmeda.

Hasta que en el XVII surgió el término “plancha” con unos artefactos de hierro que se calentaban al fuego y más tarde, las famosas “planchas huecas”, que eran cargadas de brasas. Luego sí, la plancha eléctrica: la primera se creó en 1882 y hacia 1926 fue perfeccionada con el termostato. Luego la historia se cuenta sola con el increíble avance de la sociedad industrial y la división de género del trabajo.

"Mesa de café" (1927) de Roberto Fernández Balbuena (Museo Reina Sofía)
"Mesa de café" (1927) de Roberto Fernández Balbuena (Museo Reina Sofía)

Roberto Fernández Balbuena vivió todos estos cambios: nació en Madrid, en 1890, y cuando el calendario marcó el inicio del nuevo siglo comprendió que todo se estaba transformando en una cosa completamente distinta a la que había conocido en su infancia y que sus padres y abuelos habían vivido. El arte —sostenía— era el prisma ideal para comprender la extraña lógica del mundo.

Al ser hijo de un militar, la educación siempre fue lo primero: estudió en el Instituto Cardenal Cisneros y en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Obtuvo el título en 1914 y partió a Roma a continuar especializándose. Trabaja en el edificio del Círculo de Bellas Artes en Madrid y en diversas viviendas en los Parques Urbanizados del Ensanche de la capital. Al mismo tiempo dibuja y escribe en revistas.

Cuando en 1913 consiguió trabajo como profesor de Dibujo Geométrico en la Escuela de Artes y Oficios, comprendió que su camino estaba en la pintura. Son años de dedicarse intensamente a su vocación, de experimentar sobre el lienzo, de mezclar colores, de trabajar en las formas. De esa extensa época llena de entusiasmo y convicción son los cuadros Mesa de café y Desnudo, por ejemplo, ambos en el Museo Reina Sofía.

"Desnudo" (1925) de Roberto Fernández Balbuena (Museo Reina Sofía)
"Desnudo" (1925) de Roberto Fernández Balbuena (Museo Reina Sofía)

De esa época es también la belleza del día: Planchadora. Luego todo le será más fácil: en 1937 fue nombrado Presidente de la Junta Delegada de Incautación, Protección y Salvamento del Tesoro Artístico de Madrid y provincia, Toledo, Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara, cargo al que renuncia al ser nombrado Delegado de Bellas Artes de la Región Centro.

Al año siguiente es Secretario de la Subsección de Arte Contemporáneo del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Público, para luego desempeñarse como Subdirector del Museo del Prado, aunque en realidad era el Director ya que Pablo Picasso, el que figuraba en los papeles como líder de la prestigiosa institución, nunca llegó a tomar posesión del cargo.

Más tarde, el gobierno español le nombró comisario para la Exposición Universal de Nueva York de 1939 y Agregado Cultural de la Embajada de España en Suecia. Al finalizar la guerra, se exilia en Francia y organiza la acogida de los exiliados españoles en países simpatizantes con la República. En 1939 llegó a México donde volvió a dedicarse a la arquitectura. Aunque nunca dejó de pintar y de exponer. Murió en 1966.

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