Alrededor de toda su obra, el pintor estadounidense Charles Courtney Curran (1861 – 1942) abrazó a las mujeres como inspiración, retrató la vida de sus tiempos en todas las situaciones posibles, desde escenas clásicas del arte como la lectura, o los paseos por grandes escenarios -como en el caso de Nenúfares- a lo más pequeño, a lo cotidiano, como tender la ropa o una sencilla charla en la mesa.
Fue un artista que vivió atravesado por los cambios y tendencias de su época. Estados Unidos vivía un crecimiento económico e industrial como nunca antes, los temas históricos eran parte del pasado y se podría mirar más allá de Atlántico, ya sin sentirse menos, para encontrar un modelo, como fue el impresionismo.
Aunque, paradójicamente, los pintores de entonces si bien vieron en las pinceladas francesas un estilo digno de apropiación, sus temas fueron un poco más clásicos. Esta nueva EE.UU. necesitaba mostrar una way of life plena de belleza, y qué mejor que el ocio refinado para hacerlo. Pensemos en William Merritt Chase, en Frederick Carl Frieseke o Irving Ramsey Wiles. Todos ellos construyeron una estética que buscaba definir esa petit Belle époque que se esparcía de manera dálmata en ciertas regiones de unas pocas ciudades del país del norte de América. ¿Y qué más refinado que las mujeres gozando de los placeres de la vida?
En Nenúfares aparecen Grace Winthrop Wickham, futura esposa del artista -a la derecha-, y su prima, Charlotte “Lottie” Ada Taylor, en un paseo a través del Old Woman Creek, un estuario del lago Erie en Ohio, donde la familia Wickham poseía varias cabañas de verano.
La construcción es preciosa. Ambas mujeres, sentadas en un bote de remos, parecen disfrutar de un paseo donde los nenúfares las rodean, con la orilla difusa detrás, en una composición simétrica, con tres colores como base: el verde, que avanza desde el fondo, un marrón café que enmarca a los personajes de la obra con el bote -y que a su vez es el vestido de la prima- y el blanco. Su entonces novia viste de blanco, como las flores que colectan, como la pureza.
La perspectiva en escorzo del bote, con ese corte al medio, coloca al espectador como cómplice de la aventura, como observador directo del momento, otro integrante del grupo.
Pero no es solo la diferencia de vestido el único mensaje con respecto a las mujeres de Curran en la obra: la prima posee una postura más pasiva y su rol parece solo de acompañante. Es quien lleva la sombrilla, la que presta su regazo para las flores cortadas e incluso el detalle de la mano agarrándose del costado revela cierto temor. Su rostro mira hacia abajo, revelando cierta sumisión. Por otro lado, la novia, la joven, es la que realiza la acción, la que demuestra una tranquila confianza en su quehacer.
Después están los sombreros: uno, el de Lottie, es anticuado -fijarse el detalle de cómo hace juego con la sombrilla para formar un nenúfar-, mientras que el de Grace, es una resignificación de un sombrero masculino de marinero. De esta manera, el artista plantea un cambio en el rol de la mujer, un paso generacional, entre aquellas temerosas que buscaban la protección (la sombrilla) y las que no temen a los desafíos.
A pesar de haber sido realizada antes de su primer viaje a Francia, Curran concentra en Nenúfares la marca del impresionismo. Y así llevó la pintura a París, donde lo exhibió en el prestigioso Salón de 1890 consiguiendo la mención de honor. Hoy, la obra se disfruta en la Terra Foundation for American Art, en Chicago, EE.UU., que la adquirió en 1980.
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