“Islario fantástico argentino”: todos los enigmas de un país que vive “de espaldas al mar”

Salvador Gargiulo, Alejandro Winograd, Gonzalo Monterroso y Alberto Muñoz son los autores de este libro que tiene la ambición de describir y narrar todas las islas de la Argentina: las conocidas, las olvidadas, las desaparecidas, incluso las que están en tierra o las que nadie ha pisado jamás

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Un libro es un artefacto producido por su tiempo. Lleva las marcas imborrables del presente en el que fue concebido y presenta el imaginario más o menos vital de una época. Pero, ¿qué es Islario fantástico argentino? A primera vista, sí, es un libro; pero a la segunda mirada uno empieza a dudar de que sea algo escrito desde y para este tiempo. El título completo, al menos el que figura en la portada, es “Discurso sobre las islas reales e imaginarias del territorio argentino, o Islario fantástico argentino en el que se describen las islas del río, las islas del mar, las islas de tierra firme y otras islas de localización dudosa o imprecisa”.

Las letras negras sobre un fondo beige levemente anaranjado y el pequeño dibujo de una isla que en la segunda página vuelve aparecer con esta leyenda: “Isla de ningún lado, que surge espontáneamente en los dibujos de los niños y en los croquis de navegantes. También conocida como Protoísla o Isla sin Nombre. Comparte atributos con todas las tierras surgentes del planeta. Verla causa admiración: es un breve alumbramiento del mar”. Una vez dentro, el índice reúne una larga lista de nombres de islas que se desarrollan en el libro junto a mapas con detalles precisos y varias ilustraciones de animales exóticos, casi imposibles, siempre verosímiles.

Salvador Gargiulo, Alejandro Winograd, Gonzalo Monterroso y Alberto Muñoz son los autores de esta apuesta literaria que busca construir un registro de las islas argentinas. Pero no se trata de un catálogo turístico ni de un decálogo al estilo Wikipedia rebalsado de hipervínculos. No, acá hay un elaborado artificio literario que se lee como una exploración sobre territorios extraños, inhóspitos, delirantes que esconden secretos sellados por el tiempo y que, de golpe, como quien abre la caja de Pandora o el diario íntimo de un adolescente preinternet, el mundo se vuelve un archipiélago fascinante. “No todo es verdad y nada es mentira en estas páginas”, aseguran los autores.

—Empecemos por el principio, ¿cómo surge la escritura original del libro?

Salvador Gargiulo: La idea de hacer un islario argentino surge del número 4 de la revista Siwa, dedicado, ampulosamente, a todas las islas del mundo. Entonces el islario argentino era un insert de la revista, que por cuestiones de espacio debimos reducir a unas pocas páginas. Pero como nos ocurrió con otros temas, el plan siguió madurando más allá del impreso. Otras islas salieron a escena y con ellas sus historias, a veces mínimas, a veces ni siquiera eso: era la isla sin atributos la que se ponía a tiro de teclado. De monólogos y diálogos se fue forjando este islario. Los mapas errados hicieron también su aporte: el Atlas de Martín de Moussy reveló, por ejemplo, maravillosas anacronías. El nombre y cierto tratamiento textual se lo debemos a un ilustre precursor, Don Alonso de Santa Cruz, autor del Islario general de todas las islas del mundo, de 1550, que nos mostró lo inútil y espléndido de nuestro esfuerzo.

Isla imaginaria, invadida súbitamente por gaviotas (de "El mundo pintoresco",
Firmin-Didot, París, 1867, incluida en "Islario fantástico argentino")
Isla imaginaria, invadida súbitamente por gaviotas (de "El mundo pintoresco", Firmin-Didot, París, 1867, incluida en "Islario fantástico argentino")

—¿Encontraron trabajos similares o emparentados en otros países?

Alejandro Winograd: Cuando se trata de la historia de la literatura geográfica —y, seguramente, también cuando se trata de muchos otros temas— soy el más ignorante de los que participaron en el Islario. Pero, aun así, me gusta pensar que el libro adopta una manera de aproximarse a la geografía en la que conviven elementos clásicos y modernos. Los catálogos de islas, y en términos más generales la presentación de un espacio geográfico a través de la descripción de sitios específicos forma parte de una tradición antiquísima; que podría remontarse hasta los tiempos de Estrabón, o aun más lejos. Pero a la vez, escogimos un procedimiento que considero esencialmente moderno; o más que moderno, independiente del aire del tiempo: en lugar de ajustarnos a un patrón preestablecido resolvimos que cada isla fuera descripta en base a sus singularidades, sean éstas de orden geográfico, histórico, ambiental o de algún otro orden.

Gonzalo Monterroso: La verdadera inspiración fue un esbozo insular argentino que publicamos como parte de un islario del mundo en la revista Siwa. Antiguos islarios generales y libros de viajes nos animaron a contarnos a nosotros mismos lo que queríamos saber y escuchar de muchas islas. Creíamos con entusiasmo que, pese a la escasa vocación insular (o quizás debido a este motivo), la Argentina merecía tener por fin su islario. A veces pensamos que fue el desconocimiento de las islas lo que nos llevó a escribir; o dicho de otro modo: tenidas como remotas e inabordables, o inclusive inexistentes, la escritura se presentaba como la única forma de conocerlas.

—¿Qué sorpresas se llevaron en la investigación?

Gonzalo Monterroso: Creo que las sorpresas fueron muchas, sobre todo de las islas que nunca fueron tales, de las islas que con el nombre han poblado tierra firme, de las islas fronterizas y de las muchas islas que inspiraron la literatura de viajes y la literatura en general. Algunas sorpresas aguardan una tercera edición del Islario. Otras islas son apenas el nombre al pasar escrito en un papel, y un día serán nuestras últimas islas.

Salvador Gargiulo: Las sorpresas que depara, casi por regla, todo tour de force. ¿Cómo construir un relato sobre sitios que, en la mayoría de los casos, contaban apenas con hilachas de historia? ¿Qué decir de las rocas Aurora, por ejemplo, si son islas la mitad del día y desaparecen en el mar la mitad restante? Encontramos entonces que la trama bien podía suministrarla no solo la historia sino además la literatura, la tradición local, la leyenda, el relato de oídas, la conjetura, la superstición. O bien la experiencia personal, en el caso de Alejandro. O la historia marginal, en el caso de Gonzalo. Solitario es un adjetivo que podría aplicarse a un islario argentino, como si alejarse de la costa fuese una decisión a ultranza, un modo de desvincularse del mundo, de la historia, de la gente. Muchas de las islas citadas desaparecieron, apenas existen o nadie se había ocupado de ellas. Es nuestro modesto mérito, creo, haberlas reunido en un libro. Luego hay perfiles que surgen de una suerte de borrachera insular. Alberto Muñoz conoce tanto El Tigre que puede atravesar con su mirada una nuez pecán.

Alejandro Winograd: No sé si llamarlo, exactamente, una sorpresa; pero en el proceso de producción del libro descubrí la naturaleza ambigua de las islas argentinas. Desde hace muchos años trabajo en la Patagonia, y en especial, en Tierra del Fuego, y por lo tanto, la condición insular de parte del territorio de nuestro país me resulta familiar. Pero si tuviera que poner el acento más allá, y pensar en la Argentina como un todo, mi primer impulso sería el de presentarla como un país de pocas islas y, sobre todo, de islas circunscriptas a un ambiente específico: el Atlántico Sur. Pero eso no es cierto; la preparación del libro me hizo entrar en contacto con los intereses, la curiosidad, y si se quiere, las obsesiones de varios autores, y en ese proceso, me di cuenta (suena raro decirlo, pero es así) de que el universo de islas argentinas es mucho más amplio, más rico y variado de lo que yo hubiera creído.

“Plano de la Ciudad y Plaza de la S.S.Trinidad Puerto de S.María de Buenos Ayres”, de 1782 y autor anónimo (incluido en "Islario fantástico argentino")
“Plano de la Ciudad y Plaza de la S.S.Trinidad Puerto de S.María de Buenos Ayres”, de 1782 y autor anónimo (incluido en "Islario fantástico argentino")

Aceptado el contrato de lectura, el lector se deja llevar por la corriente de un mar que cruza historia con literatura y comienza a recorrer geografías con su imaginación. En el Islario fantástico argentino están, por ejemplo, la Gran Malvina (“no hay, creo, ninguna referencia a las Malvinas que no se haga así: en plural”) y la Isla Grande de Tierra del Fuego, que, siguiendo las pistas de su nombre, es la más grande de Argentina y de Sudamérica. También curiosidades como la Isla Decepción, una especie de círculo flotante en la Antártida de doce kilómetros de ancho que no llega a cerrarse del todo y que posee un volcán que cada tanto hace erupción.

Entonces el barco comienza a andar más rápido y en el paisaje aparecen formaciones inquietantes como la Isla del Diablo (“figura en algunos mapas, aunque nadie la haya visto jamás”), Argiópolis (“el sueño insular de Sarmiento, una isla imaginaria en la desembocadura del Río de la Plata, que de hecho existe y el nombre es Martín García”), la Isla Falsa del Estrecho, “ignorada por los marineros que de lejos avistaron sus hogueras y de cerca se engañaron con el espejismo de un canal”, el Archipiélago Marplatense de los Muertos (“todos velan desde la isla para que nada nos falte”) o la Ciudad Deportiva Boca Juniors ("el sueño insular de Alberto J. Armando”).

¿Por qué todas estas islas —las que pueden transitarse virtualmente por Street View, las que fueron dibujadas en algún mapa o las que sencillamente no hay registro alguno fuera de este libro— resultan tan ajenas, como si quedaran en otros países o directamente en otros mundos? Dejando de lado los ríos, donde hay un gran mundo insular, la plataforma marítima argentina es realmente gigantesca. “La Argentina es, quizás a su pesar, un país marítimo. Son muchos los argentinos que viven como si el mar no existiera, o mejor como si el mar fuera un accidente menor y sin más utilidad que la de ofrecer un refugio veraniego”, se lee en el libro.

—Dicen que Argentina está “de espaldas al mar” y que “no tiene una cultura genuinamente marinera”. ¿Por qué creen que se dio así y qué consecuencias culturales otorga?

Gonzalo Monterroso: Una pequeña parte de la población argentina está en contacto con el mar, y casi nadie con sus escasas islas. Pregúntese a algún argentino que mencione cinco o seis islas que recuerda haber visitado o visto en un mapa. Algunos lectores nos confesaron que no conocían muchas islas de las que hablábamos. La Argentina, tal como hoy la conocemos, fue descubierta desde el corazón de las montañas y conquistada en las llanuras, y solo tardíamente ocupada desde el mar. La Argentina del mar, por el contrario, se mostró ilusoria como periplo inexistente hacia las Molucas, como escala a un estrecho internacional que no nos pertenece, a unas islas despojadas que no supimos defender. La Argentina se distrajo del mar para consolidar sus provincias interiores. Nada de esa lucha que llevó a la formación territorial llegó al mar, apenas para disputarse el puerto de Buenos Aires, cuya verdadera fundación no provino del mar sino del Paraguay. El mar lo heredamos sin hacer nada, al interior lo conquistamos por vocación. Hace 20 años, una encuesta publicada en un diario de Buenos Aires pudo sorprender a mucha gente: la mitad de los porteños no veía el Río de la Plata desde hacía más de un mes; y apenas el 20% lo había visto hacía menos de 30 días (diario Metro, 31 de octubre de 2000). No es lo que se espera de una metrópoli portuaria situada sobre el río más ancho del mundo. De hecho, no existe en Buenos Aires ningún barrio marinero, exceptuado el de La Boca (donde se comía más pizza que pescado). Desde El Tigre a La Plata, ninguna ciudad ni barrio puede considerarse costero ni se asoma verdaderamente al Río de la Plata. Decimos claramente que los argentinos reniegan de las islas, inclusive de las paradigmáticas Malvinas, sobre las cuales no hemos advertido aquel entusiasmo que nos llevaría a tratarlas con demasiada letra, ni mucho menos reivindicarlas. En cambio, hemos puesto el ojo en islas que raramente (o nunca) han sido consideradas como tales. Es el caso de la segunda Tierra del Fuego, que a falta de nombre (pero no de identidad cartográfica) hemos bautizado Isla Falsa del Estrecho.

Interior del "Islario Fantástico Argentino"
Interior del "Islario Fantástico Argentino"

Alejandro Winograd: No sé cuáles son los motivos; pero creo que esas afirmaciones son ciertas, y que lo que nos perdemos, tanto en términos económicos como culturales y, si se quiere, incluso recreativos, es mucho. La Argentina, o al menos una buena parte de ella, nació y creció en relación con el mar y los barcos; pero en algún momento esa relación se quebró, o cuando menos, perdió importancia, y para muchos argentinos el mar dejó de ser la vía que nos ponía en contacto con el mundo para convertirse en un interés abstracto -cuando alguien se refiere a “las enormes riquezas del mar argentino”-, un obstáculo a salvar –el “charco” que hay que cruzar para llegar no importa a dónde- o un recurso de vacaciones. La Argentina tiene una buena parte de sus costas sobre un espacio marítimo singular: el océano austral. Se trata, seguramente, del sector menos contaminado, más rico y con mayores perspectivas de desarrollo de todos los mares del mundo, y cuatro de sus cinco estados ribereños (Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda y Chile) parecen comprenderlo. En la Argentina, en cambio, pareciera que el mar se percibe como un territorio yermo, hostil y, aun cuando se lo declara propio, ajeno.

—Hablan de las islas como un gran misterio. Sin embargo, en esta época de enorme tecnologización suele creerse que ya no hay territorio por descubrirse. ¿Este libro podría pensarse como una resistencia a esa idea?

Alejandro Winograd: Sí, seguramente hay algo de resistencia; pero también podría decirse que, además, el Islario desmiente -más o menos explícitamente- esa creencia, que consideramos equivocada. Seguramente hubo muchos otros tiempos, antes del nuestro, en el que la gente creía que ya habían visto todo y que ya no quedaba nada por descubrir. Pero a cada hallazgo sorprendente le siguió otro, y confiamos en que así sigue y así seguirá siendo, ojalá que por mucho tiempo. La tecnología, y junto con la tecnología, la mera adición de viajes y exploraciones determina que conozcamos cada vez más del mundo en que vivimos. Pero eso no significa que no queden territorios por descubrir, sino que los misterios son otros. La exploración ofrece muchas satisfacciones, y aunque ya no es tan frecuente estar entre los primeros que vieron, pisaron o le pusieron nombre a un territorio, todavía es posible ser pionero en muchos otros planos: personajes, atmósferas, relaciones, sueños y fantasías de los que llegaron antes que nosotros, y quien sabe cuántas otras cosas más. Y aunque eso vale para todo tipo de sitios, en las islas suele ser más visible.

Gonzalo Monterroso; El imaginario de la isla nunca desaparece, ni siquiera cuando creemos poseer las últimas cartas satelitales disponibles en internet. Cuando descubrimos una isla en el único horizonte que vislumbramos –el de los libros y las cartas geográficas– toda isla es sospechosa de serlo, el nombre lo arrebata todo, y resta poco lugar para los mapas más precisos. Ese sigue siendo nuestro mayor descubrimiento. La búsqueda no se agota jamás. Por el contrario, surgen nuevas islas. Fue exactamente lo que nos sucedió con las islas postreras que descubrimos en el Río de la Plata, dejadas casi de lado en la primera edición y recuperadas en la segunda –esta vez bajo la forma de un obituario insular– como tributo a nuestra propia ignorancia y curiosidad.

Salvador Gargiulo: Por otro lado, descubrir es un término ambiguo. ¿Con qué instrumentos salimos a descubrir el mundo? La historia cuenta que muchos salieron munidos de crucifijos, de armas, de detectores de metales, de teodolitos, de taquímetros, de redes, de trampas. Otros podrán salir con su imaginación y en pelotas, lo cual es también un modo de conocer el mundo. A veces, uno encuentra que aquello que daba por conocido en realidad es un misterio. Basta observarlo treinta veces en vez de cinco… Hay quien dice que nada se revela antes de tenerlo frente a la vista por siete años… Y no vale distraerse.

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