"El silencio es un cuerpo que cae", un filme sobre secretos familiares, vidas ocultas e identidad

La directora Agustina Comedi recrea en su ópera prima el pasado de su padre homosexual a través de filmaciones caseras. Una historia de omisiones y clandestinidad que refleja la vida de una generación

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Aunque se inscribe en un género del documental relativamente reciente,  es una película singular. El género es el de las películas que abrevan en la historia familiar del realizador y hace uso extenso de filmaciones caseras. Generalmente, la familia guarda un fuerte secreto y la película lo expone públicamente, en una suerte de combinación de catarsis y realización artística. Cada familia es un mundo y eso hace que cada una de esas películas sea, al mismo tiempo, parte de un conjunto y una experiencia irrepetible.

La singularidad de la película de Agustina Comedi reside en varias características. Por un lado, la historia de su padre, Jaime, refiere a acontecimientos que hicieron época, de Argentina y el mundo, desde la militancia hasta el sida, de una manera sorprendente. Por el otro, su pasión por el registro lo hizo filmar en VHS momentos cotidianos de manera casi maníaca, al punto de tener imágenes de hasta minutos antes de su propia muerte, cuando era muy joven y su hija apenas tenía 12 años. Para sumar al misterio de la película, Jaime sufre del mal del que filma: se ve extensamente a toda su familia y allegados, pero muy poco a él, que está del otro lado de la cámara.

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Así como no se lo puede ver, salvo fugazmente, en la película, su hija, la realizadora, durante la vida de su padre, lo conoció parcialmente. Porque lo que Agustina descubre es que su padre había tenido una vida totalmente distinta a la que imaginaba. Jaime había llevado adelante desde muy jovencito una vida gay con algunas parejas estables y largas, como la de su propio padrino de casamiento, con el cual había convivido por más de una década. De pronto, a mediados de la década del 80, forma una pareja con una mujer, Monona, y tiene una hija. Como le dice una amiga de su padre a Agustina: "Cuando naciste, una parte de Jaime murió para siempre".

Agustina recorre las filmaciones de su padre para encontrar una clave, el Rosebud que le ayude a entender cómo una persona de pronto abandona una parte importantísima de su identidad para formar una familia clásica, heterosexual. El misterio es insondable, imposible de superar. Su desconcierto es el nuestro.

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En el camino, en el relato anterior a su vida familiar, nos sumergimos en un mundo poco conocido, el de la clandestinidad de los sentimientos, la angustia de vivir una vida falsa, poco auténtica, de día y desplegar otra de noche, fuera de los ojos de la sociedad. Las décadas pasan, cada una con su característica, y en todas Jaime es una persona y su máscara, tan fuertemente aplicada que ya es parte de su ser. Militancia política en la década del 70, descontrol y hedonismo en los 80 -antes de la irrupción del sida-, y viajes por el mundo, a favor del dólar barato, durante los 90.
En algún momento, cambia su vida pero mantiene los afectos. Su pareja histórica es padrino de casamiento y años después acompaña a la familia en un largo viaje. Según la película, Monona, la madre de Agustina Comedi, ignoraba en el momento de casarse la inclinación sexual previa de quien sería su marido.

La cual nos lleva a otra de las características generales de esta clase de películas. Hay una tensión entre lo público y lo privado que resulta difícil, si no imposible, de manejar para sus realizadores. El motor de estas películas catárticas es "sacarlo todo afuera", develar el secreto familiar, exponer todo de manera que el aire fresco quite el olor a encierro y sane las heridas. Sin embargo, estos episodios tienen muchos protagonistas, no solo la directora y su padre ya fallecido. La madre de Agustina, esposa hasta el último día de vida de Jaime, no aparece en la filmación, a diferencia de amigos, conocidos, tíos y primos.

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Consultada en entrevistas, la directora dice que la madre no quiso testimoniar y que así fue consensuado. La película no menciona el tema, simplemente lo elude. Algo falla ahí, no se trata de una parte menor de la historia que se elimina completamente por el solo hecho de que hay un testimoniante que no quiere participar. (Algo parecido sucedía en M, la impactante película de Nicolás Prividera, que prescindía sin demasiadas explicaciones de la figura del padre contando un episodio que era un drama político, pero también familiar). La sensación de exposición total, de sinceridad sin restricciones se resiente y, más allá del secreto familiar, hay límites en lo que se puede relatar que multiplican los misterios. Hay zonas enormes del sufrimiento familiar que la película decide no explorar ni mencionar. Es cierto que no se puede hacer todo pero también que ignorarlo tajantemente resulta desconcertante.

Aún así, la película es una experiencia extraordinaria, que nos deja entre el asombro y la reflexión. Elegida con justicia en varias listas como una de las mejores películas argentinas de 2018, El silencio es un cuerpo que cae articula a la perfección, como las mejores obras de autor, el clima de una época, la historia de una generación entera, con las vidas individuales.

Agustina Comedi
Agustina Comedi

*El silencio es un cuerpo que cae, Argentina, 2018, 73', dirigida por Agustina Comedi, se exhibe desde hace varias semanas en el cine Gaumont.

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