"Salerno", el bio-drama que revela los vínculos entre madre e hija se despide del teatro

La obra que narra un viaje entre las protagonistas, Bibiana Ricciardi y su hija Chiara Borrini, a la la tierra de su padre/abuelo llega a sus últimas funciones en el Teatro Vera Vera. Un recorrido emotivo por los orígenes, los recuerdos y los conflictos familiares

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Por Bibiana Ricciardi

“Salerno” llega a sus últimas funciones
“Salerno” llega a sus últimas funciones

Lo primero que recuerdo de mi hija es su nariz. Tan perfecta y respingada que llamaba la atención en la foto de la primera ecografía. Algo en la curva del puente me decía que eso que se estaba cocinando en mi propio caldo era algo inquietante.

Se cumplió el oráculo, ser su mamá me cambió la vida. Mi primera (y única) hija mujer. Pero no lo reduzco a una cuestión de género. Menos con ella, que con diecisiete años milita hoy con fuerza en busca de una sociedad que no mire en forma binaria a sus integrantes. Aunque es cierto que algo de la paridad se jugó allí. Una par semejante y distinta a la vez. Por momentos un espejo complicado. De esos que aumentan con maldad nuestros rasgos ocultos. Esos que anulan el truco de la presbicia y exhiben impúdicos las arrugas de una cara que parece ajena.

Es sabia mi hija, ha sabido mostrarme mis miserias con amor. Y también con la bronca que amerita la convivencia. No todo han sido rosas, por cierto. La adolescencia no es fácil. Ni para ella ni para mí. Hemos sido cómplices y enemigas alternativamente. Vivimos grandes aventuras, pero la más sorprendente de todas es la última: Salerno. Una obra de teatro que hacemos juntas.

Un biodrama en el que actuamos ambas. Hacemos de ella y yo. Una madre y su hija adolescente paseando por la ciudad que vio nacer al padre/abuelo. Un viaje que hicimos con mi padre a Salerno hace dos años y que recreamos en escena con proyecciones y diálogos. Buceamos juntas en el dolor de la guerra que lo expulsó, en la dificultad del vínculo. Es nuestra historia, pero se parece mucho a la de casi todos. O por lo menos eso nos cuenta la gente que ha visto la obra en su primera etapa. Porque llevamos ya varias funciones. Y juro que no ha sido fácil.

A veces la ficción y la realidad se nos mezclaban, las discusiones en casa se parecían a las de los ensayos. Se nos empastaba la letra. Usábamos las mismas palabras que habíamos memorizado. Había participado con el texto de la obra de un concurso para dramaturgos mayores de cuarenta. Llevamos juntas el sobre. Pocas semanas después nos enteramos que habíamos ganado. El premio era el dinero para el montaje. No había marcha atrás. Convocamos con impecable instinto a un ser tan talentoso como amoroso, Luciano Olivera. Esta es su primera vez en la dirección teatral. No me equivoqué, su trayectoria como director de televisión, y su sensibilidad como escritor, suplirían las falencias. Solo se trataba de mediar entre nosotras, surfear la ola. Ha sido una experiencia que jamás olvidaremos.

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Días antes del estreno me sentí, una vez más en la vida, preocupada por mi desempeño como madre. Me parecía que había cruzado un límite, que no debería haber expuesto a mi hija. Suelo trabajar los textos con retazos de mi propia vida pero incluir a Chiara tal vez había sido demasiado. Pero seguimos adelante, estrenamos. Mantuvimos la obra en la temporada marplatense, y luego en Buenos Aires. La experiencia fue maravillosa.

Conocía sus talentos, no es solo baba de madre babosa. Ella tiene luz, canta hermoso (hay una canción que cantamos en escena), actúa genial, es responsable y valiente. La crítica y los espectadores han destacado su trabajo. Hemos crecido juntas una vez mas. Tanto que sobre fin de año resolvimos que Salerno se merecía un nuevo despegue. Uno de cierre. Mañana re estrenamos. Tendremos cuatro ultimas funciones, los domingos a las 18.30 hs en la sala Vera Vera, en Vera 108.

Aquella pequeña naricita fue recientemente perforada con un aro, mi hija ya está grande pero todavía me mira con sus ojos sabios. Nadie te enseña a ser madre. Hacemos lo que podemos. La sorpresa no te abandona nunca. Me gusta la metáfora de la mariposa. Cada nueva función la veo desplegar sus alas y volar.

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