"Teatro de guerra": Malvinas y un documental impactante y desparejo que discute las reglas del género

La película de Lola Arias, que se aleja de los códigos tradicionales, desarrolla algunos episodios con una enorme eficacia y felicidad. Otros, en cambio, son algo imprecisos. Las historias de vida de algunos protagonistas son sobrecogedoras y emotivas

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“Teatro de guerra”
“Teatro de guerra”

Si el espectador no está entrenado en los códigos del cine y el teatro modernos, le resulta muy difícil catalogar a Teatro de guerra. ¿Es una película de ficción o un documental? Los actores no son actores sino soldados sobrevivientes de la guerra de Malvinas. Los límites entre la ficción, entendida como la ejecución deliberada de un guión previo, y el documental, como el registro de lo espontáneo, quedan desdibujados.
Para colmo, además de la película hubo en cartel una obra de teatro llamada Campo minado, con los mismos seis veteranos de guerra y la misma directora. Se trata de una acción artística global encarada por Lola Arias y que no está lejos de ser un experimento social: ¿qué pasa con los veteranos de una guerra cuando son puestos a interactuar varias décadas después de que el objetivo de unos y otros fuera asesinarse mutuamente?

Lola Arias también es la directora de “Campo minado”
Lola Arias también es la directora de “Campo minado”

En Teatro de guerra tres veteranos británicos (uno de ellos gurka) y tres argentinos, interactúan, se cuentan historias, actúan de sí mismos y representan escenas de la contienda, discuten sobre la soberanía de las islas, contestan preguntas, bailan y hasta arman una banda punk que interpreta una canción (probablemente el punto más brillante de una película despareja).

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La película adopta algunos de los modos de representación tradicionales de un documental, como el testimonio a cámara, pero rápidamente los altera y los deforma. Todo está expuesto: las cámaras, las indicaciones, la traducción, el reemplazo de cada sobreviviente por un actor más joven. Hasta se registran conversaciones entre los dos grupos de sobrevivientes: los tres británicos hablando de los argentinos y viceversa. La escena no parece espontánea sino actuada. No por estar mal actuada sino porque la película hace un culto de exponer su artificio. Hay una fuerte voluntad de no engañar al espectador, que vea no solo el resultado de ese experimento sino todas las marcas de su realización.

Para entender este mecanismo que utiliza Teatro de guerra hay que hacer un paréntesis y referirse a ciertas características de los documentales y a una parte de su historia.

Lola Arias
Lola Arias

Por su relación fuerte con la realidad una película documental tiene un estatus de autoridad que se impone sobre el espectador. Si vemos una película que nos cuenta la vida de las medusas o la historia de la guerra de Corea tendemos a aceptar acríticamente lo que se nos dice porque, ignorantes en esos temas, damos por sentado su lugar de saber. Los documentales más convencionales son didácticos, explican algo sobre un tema sin dejar mucho espacio para la duda o la mirada crítica.

Algunos documentalistas no se sintieron cómodos con este espacio de autoridad que ocupan y buscaron en sus propias películas dar cuenta de la dificultad de alcanzar la verdad. El pionero fue Orson Welles, con un documental ensayo maravilloso de 1973 sobre las falsificaciones de obras de arte llamado F for Fake (F de Falso). La película de Welles era sobre Elmyr de Hory, un falsificador, pero al mismo tiempo estaba llena de trucos y engaños al espectador. El más extraordinario era el siguiente: al comienzo de la película, Orson Welles anuncia que todo lo que se diga "en la próxima hora" será absolutamente cierto. Claro que la película dura 88' lo que le permite desarrollar en los últimos veinte una historia absolutamente inventada. "Todo el arte es mentira", dice Orson Welles en su película, lo que convierte al falsificador que retrata (y a él mismo también) en un artista. F for Fake es una obra maestra del cine, plena de humorismo, inteligencia y reflexión.

Esa brillante película de Orson Welles abrió toda una línea en la historia de los documentales que privilegiaba la reflexión por sobre el didactismo. En nuestro país, un ejemplo particularmente memorable es el de Los rubios, la película de Albertina Carri de 2003 sobre sus padres desaparecidos. La intención expresa de Carri era eludir el retrato hagiográfico de dos personas a las que casi no conoció, ya que fueron secuestrados por la Dictadura cuando ella era muy chiquita. Los rubios despliega una serie de mecanismos para distanciarse del documental tradicional. Desde poner a una actriz en el papel de Albertina Carri (Analía Couceyro) sin dejar de aparecer ella en cámara hasta registrar el momento en que una comisión del INCAA les rechaza el proyecto y les sugiere hacer… ¡el tipo de película que expresamente la directora no quiere hacer! El objeto de la película no era recuperar a sus padres sino justamente exponer su desaparición.

Algunos mecanismos de representación de Los rubios, como la utilización de muñequitos para contar un episodio, son retomados en Teatro de guerra. Los veteranos refiriéndose al proceso de filmación o criticando al grupo "enemigo" tienen un eco de las deliberaciones del equipo de Los rubios desarrollando su proyecto.

Un beso entre Thatcher y Galtieri que no aporta
Un beso entre Thatcher y Galtieri que no aporta

Así, la película de Lola Arias desarrolla algunos episodios con una enorme eficacia y felicidad, con algunos protagonistas con historias de vida sobrecogedoras y emotivas. Otros son imprecisos, como un beso de máscaras de Thatcher y Galtieri, una igualación forzada y que por única vez pone a la película en un lugar por fuera de la experiencia vital y mortuoria de un grupo de muchachos que apenas asoman a la vida y se tienen que matar entre sí.

El resultado, entonces, es intencionalmente abierto. La película no contiene enunciados definitivos sobre la contienda ni sobre las secuelas que deja en esos seis hombres rudos y gastados. Sin embargo, la experiencia de verlos interactuar y volver una y otra vez sobre los días más importantes de sus vidas no deja de ser impactante.

Teatro de guerra, dirigida por Lola Arias, 77', se exhibe en el cine Gaumont y los sábados 20 y 27 de octubre a las 20 hs en el Malba.

 

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