Vientos del Maracaná

El autor de "Aspirinas y caramelos" escribió una suerte de diario del hincha durante su viaje a Río de Janeiro, adonde fue para ver la final de la Copa Sudamericana entre su equipo, Independiente, y Flamengo. El triunfo del "Rojo" en primera persona

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Por Luciano Olivera

La salida del equipo (Independiente oficial)
La salida del equipo (Independiente oficial)

Martes, 14.35, Aeroparque Jorge Newbery de la Ciudad de Buenos Aires

Estoy en el pre embarque, en un bar de esos de a cincuenta pesos el café en pocillo. Chequeó mi boarding pass, todo ok. Miro el monitor que indica la puerta, es la diecisiete. Para algunos es mala suerte, para mí no, siempre me gustó el número, es más, si voy al casino lo juego, a veces con el veinte, siempre con el dieciséis porque es el cumple de Lola. Además, dieciséis son las copas internacionales que tiene Independiente y yo estoy a minutos de empezar un viaje que nos puede sumar otra. Miro de nuevo el televisor, ojalá que los muchachos de Aeroparque no nos cambien de salida a último momento, que nos dejen a nosotros entendernos con la desgracia.

Cada vez que levanto la vista veo pasar a alguien con el escudo del Rojo en el pecho. Me acuerdo de la primera vez que me compraron uno, venía en una bolsita y se lo cosimos a una camiseta de algodón tan roja como la sangre. Mamá empezó a dar puntadas en la derecha, Papá tuvo que explicarle que iba del lado del corazón. "Porque son lo mismo" le dijo. Después me mostró un libro con ilustraciones del cuerpo humano, "¿ves que hasta la misma forma tienen, como un triángulo?" Y yo lo vi perfecto, por supuesto que lo vi.

Deben hacer unos cuarenta y dos años de eso. Tanto tiempo después estoy en el preembarque, miro la puerta diecisiete, veo que en la fila hay muchas camisetas rojas, también algunas azules, blancas, negras. Hay un petiso con el pecho para adelante, está bien vestido pero lleva una bandera larga atada al cuello, como si fuera la capa del demonio que Papá se ponía cuando jugábamos las finales. Me llaman, no falta mucho para que salga el avión. Muevo los dedos apurado, quiero terminar al menos este párrafo. Esta es mi primera Copa con canas, en la del dos mil diez no tenía. Soy un hombre mayor, pero me siento un nene. Dale rojo.

Martes, 16.45, sobrevolando Uruguay (o eso creo)

Entro a la manga en estado de conmoción, imagino que es el túnel del Maracaná, la puta madre, no sé cómo mierda llego a mañana a la noche si ya estoy así. Vamos a salir a tiempo, me alegra por la línea área que en la entrada del aparato tiene un escudo que dice "la más puntual de Brasil" pero más me alegro por mí, me gusta volar pero odio las demoras. Voy por GOL, miro el logo en el fuselaje, pienso en Gigliotti, en Meza, en Barquito, en el baile de Leandro y un poco en el Pájaro Domizzi porque yo estaba en la platea media de la Doble Visera cuando hizo el segundo y nos dio esa luz de ventaja que ahora también tenemos pero más tenue y ponga huevo Independiente no le falles a tu hinchada. Con Diego estaba. Ni padres éramos.

Modo avión, veo un video descargado que subió Gabito al grupo de whatsapp "Biblioteca CAI" que armamos cuando juntamos libros para donar a la pensión de Villa Domínico. Un minuto y medio, grabado con celular, se ve el micro del Rojo que llega al hotel en Barra de Tijuca, arropado por cientos de hinchas que cantan que los jugadores me van a demostrar que quieren salir campeón y que te vinimos a ver te vinimo a alentar de la mano de Holan la vuelta vamo a dar y yo, que estoy canoso y sobrevuelo Uruguay en un GOL, lloro un poquito. Adelante hay cuatro chicos, todos del Rojo también, creo que no me vieron lagrimeando por un video que subió Gabito al grupo de la Bibilioteca. O habrán pensado viejo llorón.

En el despegue fuimos bastante los que cantamos vayas a dónde vayas yo voy con vos, aunque los más bullangueros están al fondo. Yo viajo adelante, me rodean un matrimonio mayor y una chica, me miran cuando me sumo al aliento. La señora se apura a decirme que ella es del Corinthians pero que su marido y su hija son del Flamengo. Rápido de reflejos, les doy la mano fuerte a ambos y les deseo toda la suerte del mundo para el partido. La chica cae en la trampa, agradece. El hombre no, el hombre es bicho, devuelve el apretón y redobla los augurios. Nos miramos fijo, sonreímos, entendemos que estamos librando una guerra de mufadas cuyo desenlace sabremos mañana, cerca de las doce de la noche, si no hay alargue y penales y que no haya porque yo me muero. Así es la vida.

(AP)
(AP)

Abajo, a unos treinta y nueve mil pies, debe estar Uruguay, la tierra de mamá Estela y del abuelo Rodolfo, el papá de Rodolfo, el verdadero culpable de todo esto, a nosotros la sangre roja nos viene por ahí. El abuelo escribió un libro de historia en el año mil nueve veinte, yo tengo un ejemplar, sobrevivió casi cien años. La tapa es roja, pero muy roja, granate como la camiseta del Chivo Pavoni transpirada, o sea como la camiseta del Chivo Pavoni en cualquier minuto de cualquier partido de su vida. Chivo, vi la foto de hoy a la mañana en Aeroparque con el Bocha, Pepé, el Dani Bertoni, el Profesor, todos juntos camino a dar la vida por los colores y me emocioné porque te vi como te veía cuando era chico y vos eras mi héroe vestido de diablo. Qué lindo que sos, Chivo. Alguno dirá que por qué con vos si yo siempre jodo con el Bocha y no sé, yo qué sé, hoy me sale querer abrazarte a vos que andás entre los pibes contándoles una vida de grandeza.

Bochini, Bertoni, Santoro, Pavoni y Holan
Bochini, Bertoni, Santoro, Pavoni y Holan

Allá abajo sigue Uruguay, creo, la tierra de Estela. Ya no me pone ella los likes en Facebook porque no puede, pero le pide a la enfermera que lo haga y que me escriba siempre un mensaje, se lo dicta después de cada partido, es su cábala y yo le contesto con corazones rojos porque es la mía. Allá abajo también salimos campeones, pero yo no tenía canas y no volaba en los asientos de adelante de un GOL mufando rivales.

Nos habla el capitán, Alderao Gonzáles o algo así, dice que llegamos a treinta y nueve mil pies, que ya pasamos Uruguay y que ahora estamos sobre Río Grande do Sul, cerca de Porto Alegre y de Santos. Del Santos de Pelé, ese que vino a la Doble Visera y se comió un baile maravilhoso, pero eso no lo dice Alderao, omite parte de la historia. También esconde que al Santos le ganamos en el Maracaná, aquella noche en la que íbamos dos cero abajo y lo dimos vuelta. Sí, en el Maracaná. Sí, claro, fuimos el primer equipo argentino que ganó en el Maracaná. Se hace el boludo Alderao, pero lo entiendo, hay cosas que los capitanes, a veces, deben callar. Pienso en Tagliafico, ojalá no se calle nada el capitán en la arenga. No sé cómo mierda llego al miércoles, la puta madre que me parió, perdón Estela, Nancy esta parte no se la leas.

Martes, 21.25, de San Pablo a Río

Llego a Guarulhos relajado, pienso que la escala va a ser larga pero es corta. No cuento con que los brasileños cambian el horario en verano, descuido ese detalle, no debo, el fútbol es un deporte de detalles y yo me duermo queriendo cambiar plata en un trocador que se queda sin sistema justo cuando llego a la janela. Listo, ya pasó, no importa pero que no se repita mi distracción, vamo Independiente todo va a estar bien como siempre te seguiré como siempre te alentaré.

Chequeo los whatsapp, me entero que mis amigos están al borde de no juntar los dieciséis para el ocho contra ocho de los miércoles, que Eduardo está camino a Bombay y lo va a ver allá. También que Lola completó toda la prueba de Lengua. Se lo festejo poniendo en el chat familiar una foto de Holan abrazado con el cuerpo técnico la noche contra Libertad. Me contesta "papá, qué emocionado" y le digo que sí y que la amo y que todo va a estar bien como siempre te seguiré como siempre te alentaré.

Barco besa la pelota antes de patear el penal decisivo (AP)
Barco besa la pelota antes de patear el penal decisivo (AP)

Llego apretado al embarque. Apenas despegamos, una azafata se pone un poco tensa con un par de hinchas que quieren cambiar de asiento. Del fondo sale un grito "vos debés ser de Racing" y nos reímos como en la Erico Alta cuando alguno mete un chiste oportuno. También porque hay nervios, muchos, esto ya debe ir a unos veinticinco mil pies y es una lata de sardinas medio vieja llena de gente como yo que va a ver a su equipo dar la vuelta en el Maracaná, pero nadie tiene comprado el destino. Podemos perder. Vamos a tener que poner mucho, todos. Nosotros alentamos.

Todavía no habló el Capitán, es un poco más lento que Alderao, capaz es más tiempista, o sale de contra cuando todos estemos ya olvidados del boa noite seoras y seores, fala o capitao. Es corto este vuelo, cuarenta y cinco minutos, un tiempo en el Maracaná. No, mentira, un tiempo en el Maracaná es una vida, lo que me llevó que me crecieran estas canas. La azafata de Racing me pregunta si acepto un snack salado o dulce. Le digo que salado, por decir algo, pero la verdad es que tengo acidez y yo tengo acidez cuando estoy nervioso. Algo habrá colaborado que me tuve que tomar de un tirón todo el contenido de mi botella de agua porque no me dejaban pasarla por el control y yo no quería dejar mi botella porque es mía, me la compré con mi plata y la uso para hidratarme todos los lunes, miércoles y viernes cuando hago box y mi técnico me grita que me cubra, que gire, que estire el golpe, que él no conoce a nadie al que se le haya caído el brazo por buscar la distancia, que si me queda pija por qué no la meto y todas esas cosas que me hacen sentir Rocky porque él es mi Paulie, petiso, mal llevado, decidor de frases de vida.

Escribo cualquier cosa, ya sé. Recién pensé que si fuera católico, podría imaginar que en este momento, a unos veinticinco mil pies, camino a Río de Janeiro, rodeado de camisetas rojas, estoy un poco más cerca de Rodolfo, de los Rodolfos que me hicieron esto. No soy católico, creo que todo eso es ciencia ficción, pero sin embargo, aunque sea para negarlo, lo pienso. Empezamos a bajar. En un rato tocaremos tierra. Plata o mierda.

Martes, 22.10, Hotel en Copacabana

Llegamos al Santos Dumond. Me gusta más El Galeao porque se llama Tom Jobin y me parece un gran detalle que los aeropuertos tengan nombres de artistas. Hace tiempo que vengo jodiendo con ponerle Jorge Luis Borges a Ezeiza, Ministro Pistarini es un embole. Imagino siempre el "bienvenidos al aeropuerto Jorge Luis Borges de la ciudad de Buenos Aires" y me parece que el turista ya baja intimidado, diciendo "ah bueno, estos tipos lo tenían al ciego…" Es como salir al Maracaná con el Bocha, ya el otro medio que empieza a temblar, a pedir que se termine el suplicio, a imaginar la tapa del Lance del día siguiente, título catátrofe, "Escola do pelado", cosas así.

(Getty)
(Getty)

Pero aterrizamos en el Santos Dumond y la ventaja es que queda más cerca y que un Uber sale la bicoca de veinte reales. En el avión sumé al viaje al pasajero de al lado, tan Rojo como yo, que me vio escribir y me preguntó si era para un blog. Le dije que sí, bah, que no sabía bien, que si ganábamos en algún lado lo publicaría y que si perdíamos por ahí me lo metía en el culo. Me miró extrañado y me dijo "flaco, si perdemos… ¿te das cuenta de hasta dónde llegamos y de dónde estábamos hace tres años" y le dije que sí, que me daba cuenta y que yo sabía todo eso pero que quería ganar y nos miramos con cara de que de la mano de Holan la vuelta vamo a dar. Mientras esperamos a Luiz, el chofer que resulta ser un gringazo poco dado al fútbol y con un portugués casi imposible, se suman dos hinchas más. Uno se acerca al grupo, me pregunta si para los lectores de Aspirinas y Caramelos no hay descuento, me da vergüenza; otro me pide una selfie mientras me dice que lo hice llorar. Cuando me dicen eso me pongo mal, yo no quiero hacer llorar a nadie.

Antes de entrar a la Avenida Atlántica vemos un retén policial, un auto parado y unos metros más adelante, un bulto cubierto con una bolsa negra. Le pregunto a Luiz si es un accidente. En su luso cerrado me explica que sí, que seguro alguien había tratado de cruzar por ahí, que no se podía, que era una vía rápida y que adentro del bulto hay un muerto. Lo primero que pienso es en un contrario lesionado y en el grito de "tápalo con diarios" que sale de la Norte Baja. No en el muerto, no en la familia del muerto, no en el atropellador con la vida cagada. Pienso en la Norte Baja, les pido disculpas a todos.

En la puerta del hotel me espera Dani, mi amigo Dani, el que consiguió las entradas que hacen que yo esté acá y que te haya venido a ver y que te haya venido a alentar Rojo Rojo de mi vida vos sos la alegría. El último partido que vimos juntos fue la ida contra Libertad. En Londres lo vimos, en una web trucha, todo chiquito y con publicidades cada quince segundos. Esa noche fundamos la Peña Roja Julia Roberts de Notting Hill. Ahora que nos abrazamos en las baldosas de Copacabana, lo noto medio tembloroso, me dice que se siente mal, que le parece que se está engripando. Para mí, somatiza. Lo entiendo. Yo tengo acidez y eso me pasa cuando estoy nervioso.

Miércoles, 14.59, Copacabana, terraza del hotel

Dormí como un angelito, no entiendo cómo, pero dormí como un angelito. Como un angelito negro. Dani sigue medio jodido así que me deslizo sin molestar, me calzo las zapatillas, una musculosa verde flúo, un short corto y salgo a correr por la costa. Meto diez kilómetros en algo más de una hora, estoy lento pero qué importa, lo importante es que corra la pelota. Paso por el Posto Cinco, dentro de un rato voy a venir al banderazo pero antes tengo que ir a comprar unos zapatos que me pidió mi mujer. Esa parte no es muy de señores yo soy del Rojo de Avellaneda lo sigo a Independiente a donde sea, pero si no cumplo el pedido lo más probable es que no pueda seguir al Rojo de Avellaneda nunca más en mi puta vida con lo cual me baño rápido y antes del banderazo voy a la zapatería, sumiso como pibe de inferiores que entrena con la primera. Descubro que no estoy solo, adentro hay varios hinchas del Rojo tan pollerudos como yo, con la misma cara de qué mierda hago acá, preguntando las mismas portunheladas que yo a unas chicas preciosas que cuando terminan de vendernos lo que a ellas les parece adecuado o lo que no le encajan a nadie, nos dicen que son flamenguistas y todos nos reímos y hacemos chistes y ojalá que esta noche gane el mejor y la concha de tu madre serás bonita pero hola Ro como estás te vinimos a ver ponga huevo Independiente.

Voy con la bolsita de zapatos al banderazo, un quemo. Me encuentro con Gus que me dice que no me preocupe que él nos lleva al Maracaná en el auto que alquiló. Grito gol. Me suena el Skype, es del Canal de la Ciudad, me piden salir en vivo en el programa de Artusi y Jason, les digo que sí, yo que sé amigo, todo Rojo. Desde estudios me presentan como productor, guionista, director, escritor, pienso que soy todo eso, es medio un lío y ya tengo demasiado pelo blanco para resolverlo. Les muestro, les cuento, les digo que vamo independiente todo va a estar bien, me piden un pronóstico, les contesto que yo vine a disfrutar. Mentira, sufro como una madre pero no le doy un pálpito ni a la CNN desde la Casa Blanca.

(Independiente oficial)
(Independiente oficial)

Ahora escribo desde la terraza del hotel, con todo Copacabana a mis pies. Miro la playa, a lo lejos se ve el Posto Cinco, los del banderazo decidieron pasar la tarde ahí, son un manchón Rojo en el medio de la arena. Tomo cerveza, la segunda del día. La cerveza engorda, lo siento, todo no se puede. Mi mente vuela unos quince kilómetros al sur, a Barra de Tijuca, qué estará haciendo el Puma en este momento, por favor Pumita, bajala de pecho y metela, hacé la que no le salió al Pipita, la concha de su madre que Noier estaba regalado. Me acuerdo que ayer, en el Uber, antes de ver al tapado con diarios, pasé por la esquina del departamento donde paré en Botafogo durante el Mundial, ahí donde vi la batalla del Único contra Huracán. Tenía razón el flaco del avión, desde esas tardes de Boca Unidos y fantasmas de mierda pasaron tres años nada más y mirá, hoy vuelvo al Maracaná y Todo Rojo y Contra Todos y Todos Juntos.

Dani sigue medio enfermo. En un momento le veo cara de "no voy a poder". Que no venga a la cancha no está dentro de las posibilidades, de manera silenciosa orquesto un plan. Cada diez palabras le hablo de Ibuprofeno o de Paracetamol. Al rato va solito a la farmacia, creído de que él tomó la decisión de entregarse a las drogas duras. Pobre Dani, desconoce el poder de inception de una mente cabulera. Como no mejora, le deslizo las bondades de intercalarlos, de tomarlos cada cuatro horas, incluso cada tres. Al día de hoy, sigue convencido de que fue idea suya la de inyectarse los blisters intravenosos. Bueno.

Miércoles, 17.30, camino al Maracaná

"A las cinco me parece bien" le contesto por whatsapp a Gus cuando me pregunta a qué hora salir y a las cinco salimos, en un Fox blanco con aire, dirección y levantavidrios. Soy el único que conozco el Estadio, fui varias veces, incluso lo vi jugar al Fla ahí. En el camino les digo "miren que no es joda, en mi puta vida escuché griterío igual". Entiendo por sus caras que se imaginan el LDA, o como mucho la Bombonera. Desisto de más explicaciones, que se den cuenta por ellos mismos.

Estacionamos bien, a cuatro cuadras, en eso también saco a jugar mis dotes de casi local, le conozco un par de recovecos al barrio, lo manejo como si fuera el patio de casa. Vamos solos, preferible andar sin camisetas a la vista. Las dejamos en el hotel, no fue fácil elaborar el duelo cuando nos separamos de ellas pero en el peor momento pensé en Lola, la mano estaba muy espesa, mejor cuidar la vida, así que le di un beso al escudo y la dejé desplegada sobre la cama, con el 10 para arriba, porque sólo le pido a Dios que Bochini juegue para siempre. Buena decisión, las cuatro cuadras que tenemos que caminar desde el auto hasta la cancha están llenas de flamenguistas un poco agitados. Dani, de camisa, puede pasar por periodista de Fox, por comentarista del Pollo, algo así. Yo, adentro de una remera negra, doy carioca. Gus tiene pinta de gringo y el otro Dani se llama Placard de apellido, le hace honor y encima e

s dos tonos más oscuro que yo. Operación arribo, exitosa.

Miércoles, 1830, Maracaná

Qué lindo, todos juntos, es una fiesta la subida cuando abren el portón B. Sí, el B nos dieron, hijos de puta, brasileños hijos de puta, mirá que el C estaba al lado eh, pero no, nos dieron el B, me jode más que los petardos, que las balas de goma, que el gas pimienta, que un gol de Paquetá. Pero es gloriosa esa subida, gloriosa, todos cantando que la vida por los colores. Encima al rato llegan Diego y Nico que vienen del charter, después Juancho, Javi, Jorge, Gabito, la banda de la Erico Alta ya está casi entera. Faltan tres horas para el partido pero qué importa, ¿no? si yo esperé un montón en cada cancha.

Tomo cervezas, en plural. Engorda la cerveza y si es en plural engorda más, pero todo no se puede. Al rato bajo de nuevo a la zona de servicios, a dar vueltas, porque estoy un poco nervioso. Por hacer algo voy al baño, orino al lado de uno que me felicita por el libro. A la salida me compro un cachorro quente, no quiero un cachorro quente, necesito algo, yo que sé, capaz si me ofrecían falopa o repuestos de Renaul 12 también compraba, ya no soy dueño de mis actos. En la fila para pagar, uno de adelante grita de alegría, le aceptaron la Tarjeta Naranja, Cartao Laranja le dicen acá, el tipo está feliz, trata de saltar el mostrador para darle un beso al cajero, un guardia lo ubica con la mirada. Torvos los guardias del Maracaná.

(AP)
(AP)

De ahí al inicio del partido soy un ente, un ser sin capacidad de decisión, una especie de cosa negra con canas y flotadores que canta, aplaude a los jugadores en el calentamiento, que ve como se llenan las gradas de hinchas de ellos, pero no soy yo, todo lo hago como si el que tomara las decisiones fuese otro. Desbordado, miro el cielo un par de veces pero no quiero abusar. Mirá si lo necesito más adelante.

Linda la salida de los equipos, el saludo histórico, pero no voy a mentir, estoy tan cagado y en esa cancha de mierda está todo tan lejos que si los que lo hacen son los chicos de la sexta medio que no me doy cuenta, pero les sale linda la levantada de brazos a los chicos y nosotros alentándote en la tribuna no entienden nada cuando ven la fiesta que arma tu hinchada.

El primer tiempo lo sufro como madre primeriza de quintillizos de seis kilos cada uno. Todo el tiempo mirando el reloj en las pantallas esas que parecen de ciencia ficción, quiero llegar en cero a los primeros quince y me sale, llegamos en cero a los primeros quince. Quiero llegar en cero a los treinta pero a los veintinueve, tiro libre para ellos. Cuarenta segundos después Dani enfermito, Dani Placard, Gus, la banda de la Erico Alta y unos cuantos más entienden lo que yo ya sabía: cómo suena un gol local en el Maracaná. Parece una explosión de esas programadas para tirar abajo edificios, o como cuando en una exhibición pasa cerca un jet de guerra. Te puede dejar sordo un gol en el Maracaná, no exagero.

Mientras miro al piso, escucho a la Nación Ouropreta y tengo un momento de hondo pesimismo, debo confesarlo. Me veo cuatro abajo. Cuatro, nos comemos cuatro, esto va a ser una pesadilla, para qué mierda vine, que se caiga el avión, perdón Lola. Quedo así, perdido en esa imagen de noche de derrota sin remedio hasta que veo que allá, a unos quinientos kilómetros, el árbitro señala el punto penal. Penal, penal la concha de Dios, penal la concha bien de tu madre, pidió el VAR, pidió el VAR este hijo de puta, qué mierda le dicen por la cucaracha al colombiano, me muero acá la puta madre que me parió, lo dio, lo dio, hijo de puta lo dio, pará, si lo dio no es un hijo de puta, no importa, "narco hijo de puta cóbralo" le grita Juancho desde atrás y el narco que va y lo cobra. Barquito, vos vas a agarrar la pelota Barquito, sos chiquito Barquito, me acordé de cuando Lola, mirando la noche de brujas en Chapecó, pidió que te la dieran porque "si es el mejor qué importa que sea un nene" y vos que agarrás la pelota y es el Maracaná, Barquito, dejate de joder, los huevos que tenés porque si lo metés sos Dios y si lo errás Dios mío nos comemos cuatro. Y ahora sí que miro al cielo de los ateos y pido ayuda a ese que se me fue cuando yo era más nene que vos Barquito y ahora lo necesito y adónde mierda voy a mirar si no es al cielo. Le pido que te ayude porque esa pelota pesa mucho y vas a precisar de los vivos, de los muertos, de los grandes, de los pibes, de todos los dioses. Tomás carrera, miro fijo a la red, si se mueve es que la metiste y vas y la movés, hacés un gol en el Maracaná y te reís lleno de dientes con brackets y yo lloro como un pelotudo. Gol la concha de su madre, gol pendejo la concha bien de su madre, gol Dani, gol Diego, gol Nico, gol Gabito, gol Jorge, gol Gus, gol Juancho, gol Dani y Fede que no pudieron venir, gol vos que no sé quien sos pero nos abrazamos como hermanos, gol y ahora, ahora, nos chupan bien las bolas el Rey de Copas la puta que lo parió.

El autor de esta nota, en el Maracaná, la noche del triunfo, con Diego y Nicolás Veljanovich
El autor de esta nota, en el Maracaná, la noche del triunfo, con Diego y Nicolás Veljanovich

Ahí me agarra el optimismo, porque desde que empezó esta Copa siempre sentí que un gol le podíamos hacer a cualquiera, en cualquier partido, cualquier día, cualquier hora, en cualquier lugar. Bueno, ya lo hicimos. Vamos Mengo, vámonos a los vestuarios, repensemos todo y ojo Mengo que si no hacés uno más no llegás ni a los penales.

El entretiempo lo paso sentado, mirando para abajo. Me hablan y no contesto. Qué perverso es este deporte, qué perverso. Uno se muere en el primer tiempo y después tiene quince minutos de nada para hacerse la cabeza mal, para pasarla como el orto, así después empieza el segundo tiempo y la pasa peor, porque o vas ganando cinco a cero o la pasás mal. El fútbol lo inventó un torturador.

Vuelven los chicos, vuelven ellos, volvemos todos. Los primeros qué, ¿diez minutos?, casi que los intuyo. Miro poco y sobre todo no miro más el reloj, ese reloj mufa de mierda, esas pantallas preciosas que por mí se las pueden meter en el culo, no las quiero, dejame si yo soy de llevar el tiempo con la cabeza, lo aprendí de chiquito. Lo único que escucho es el uhhhh de ellos y lo único que veo es que todo pasa de aquel lado, a la altura de Buzios, kilómetro más, kilómetro menos. Corren los minutos y meten a ese Vinicius que ya lo compró el Real Madrid y me cago un poco más pero al rato me pasa algo.

Creo que fue a los veintisiete, porque en un momento no pude evitar y miré el reloj, me hice el boludo y un poco lo miré. Bueno, creo no, confirmo que fue a los veintisiete que siento la brisa. Yo sé, no tienen por qué creerme pero yo sentí una brisa, un aire fresco que le hincha la vela a Barco, me van a perdonar la cursilería. Y lo veo al pibe, pabellón desplegado, desparramando rivales como si fueran conos y no sé cómo pero no sufro más. Me agarro la cabeza con las que tiene el Puma, miro un poco asustado los barullos de allá lejos, pero un aire suave me acaricia la cara y el pibe ese al que hasta hace poco le hacían bullying le muestra al mundo entero, en pleno Maracaná, que acá salen Messis, salen Agüeros y cuando menos te lo esperás, salen Barquitos.

La pantalla dice que el narco adiciona tres, me parece un error, ¿tan poco? Y los tres pasan volando y es raro porque los tres minutos de un partido en el que si te meten uno vas a alargue y penales pueden durar una vida, te podés poner canoso en ese tiempo, pero pasan.

Y cuando el señor juez, nada de narco, marca el círculo central, miro al cielo.

Oíme Rodolfo, la última vez que te hablé así, a corazón abierto, fue hace tres años y fue acá cerca, en Botafogo. Acababa de terminar el partido en La Plata y yo te decía que te fueras tranquilo al cielo de los ateos, en paz, a jugarte una generala con tu amigo de la vida, que estábamos de vuelta. Y de verdad creí que no te iba a precisar más, que el chiste ya estaba. Pero anoche te manguié, despacito primero, que le dieras una mano a Ezequiel cuando fue a patear el penal. Y yo creo que me escuchaste porque la red se movió y fue gol. Y después me parece que te entusiasmaste y algo moviste allá arriba o donde sea y vos y todos los que se nos fueron se pusieron a soplar juntos para empujarlo, para que volara, para que fuera un ángel.

Gracias Rodolfo. Gracias a vos y a tu banda de vientos, la que apareció cuando hacía falta.

Empecé esta crónica hace tres días allá en Aeroparque y me juré que no iba a caer en la trampa de nuevo. Perdoname pero no pude. No puedo. Escribo este final, que necesito que sea el final porque me largo a llorar de nuevo y te veo feliz con tu bandera, tu vincha, tu nariguero, te abrazo fuerte desde abajo, me abrazo con Diego en medio del Maracaná porque él también perdió a su Rodolfo hace tanto tiempo y lloro con él y los dos sabemos por qué y nos lo decimos sin decirlo, no hace falta.

Descansá, viejo, tomate tu tiempo allá en el cielo de los ateos, pero atento porque estamos de vuelta y la Banda de los Vientos puede tener que jugar de nuevo. En Porto Alegre, en Japón, en la Libertadores. Ah, una cosa más, si te encontrás por ahí, soplando fuerte, a uno de apellido Holan, abrazalo. Rendile respetos, haceme caso. Es el padre del hombre más grande que conocí en mucho tiempo.

Acá sí termino. Ahora sí volvimos. Y volver no es poco.

Te quiero mucho.

Los quiero mucho.

 

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