Literatura, exilios y laborterapia: Augusto Roa Bastos, a 100 años de su nacimiento

Infobae recuerda al gran escritor paraguayo con esta entrevista de hace algo más de dos décadas. Premio Cervantes, su obsesión fue investigar el poder en su deseo y ejercicio brutal: el mal motor que mueve al mundo

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Augusto Roa Bastos
Augusto Roa Bastos

Baja, Augusto Roa Bastos (78) de su cuarto 310, saluda, pide permiso para quitarse el saco, y esas mínimas palabras confirman el fracaso de las dictaduras: cincuenta años de exilio, de obligada vida en medio mundo, no pudieron borrar su acento paraguayo.

Si estuviera cara a cara con el general Alfredo Stroessner, ¿qué le diría?

–Una vez le escribí una carta: "Renuncie ahora, antes de que el tiempo se le caiga encima". Hoy… sólo le desearía una buena muerte. No le guardarán siete pies de buena tierra paraguaya sino de tierra brasileña, pero…

–¿Le contestó la carta?

–No, por supuesto.

–¿Qué pensaba Stroessner de usted? Después de todo, usted era (es) un paraguayo célebre.

–Pensaba mal. Usaba un rótulo para todo el que se oponía a sus abusos de poder: "comunista". Para él, yo era un comunista, a pesar de que jamás tuve un vínculo político. Soy un hombre de izquierda progresista, fiel a una visión de conjunto de mi patria y de América Latina. Nada más.

Cincuenta años de exilio… ¿Todavía lo atormentan los fantasmas que persiguen a los exiliados?

–No. El hombre es un animal de costumbres, y yo me acostumbré. Tanto, que ni siquiera pronuncio la palabra exilio. Digo "presencia por lejanía".

–¿Cómo, cuándo, por qué huyó del Paraguay?

–Año 1947. Dictadura de Higinio Morínigo. Yo era jefe de redacción de un diario independiente, y mis opiniones molestaron al hombre fuerte de Morínigo, un pseudo sociólogo llamado Natalicio González, detestado hasta por sus partidarios e iniciador de la corrupción de Estado. Cuando estalló la guerra civil en Concepción me mandó la guardia pretoriana, que rodeó mi casa y me acorraló. Pero pude escaparme de una manera idiota… y genial.

Términos poco conciliables.

–Oiga… Trepé al techo y me escondí en el tanque de agua. Era marzo, verano, noche de espléndida luna y cielo claro, y había perfume de jazmines (no en el tanque, le aseguro). Al meterme, el agua desbordó y empezó a caer sobre los guardias, pero –con esa estupidez que los caracteriza– no se dieron cuenta. Después me refugié en Buenos Aires.

Alfredo Stroessner (Getty)
Alfredo Stroessner (Getty)

–¿Qué dejó atrás?

–Mujer, hijos, mi primera biblioteca. ¿Sabe?, llevo la cuenta de mi exilio por las bibliotecas perdidas: ya van tres…

Cuadro de situación previsible: llegó a Buenos Aires sin un cobre. ¿Cómo se ganó la vida?

–Hice de todo: fui mozo en un residencial, vendí chafalonías (le dicen bijouterie, ¿no?) por la calle, me ofrecí para cualquier tarea.

Como Mark Twain, William Faulkner, Eugene O´Neill, tantos grandes escritores. Tal vez sea un casi imprescindible rito de iniciación.

–Para mí fue una disciplina. Hacerlo y preguntarme: "¿Cuánto puedo aguantar?" Y superé la cantidad de aguante.

Qué paradoja, Roa. Huyó de una dictadura y llegó a la Argentina del 47, al país de Perón. ¿Sintió a Perón como un dictador?

–Le confieso que no. En todo caso, como a un populista: otro espécimen. Además, le devolvió al Paraguay las banderas, los trofeos conquistados por la Argentina en una guerra impopular (Nota: la Guerra de la Triple Alianza, 1864-1870). Y eso hizo aullar a los paraguayos. Me caían las lágrimas…

Digresión: ¿por qué un pueblo corajudo como el paraguayo soportó a Rodríguez de Francia, a Morínigo, a Stroessner, sin levantar un dedo?

–El paraguayo es corajudo en las grandes gestas, pero solo es apocado. Necesita del compañero para que hable el machete. Fíjese que en la historia del Paraguay no hay ningún magnicida. La dictadura de Stroessner empezó como un gran drama y terminó de modo ridículo: peor que un culebrón… Además está aquello del mesías carismático, un mal que aqueja a nuestra América: ¡tuvimos más de setenta!

Raíces, Roa. ¿Cómo lo marcaron padre y madre?

–Mi padre era hachero: me legó el estoicismo, la paciencia, la capacidad de aguantar golpes duros. Mi madre me legó la veta romántica, la poesía. Era yo muy chico cuando nos mudamos a un pueblito y mi madre llevó un único libro: las obras de Shakespeare. Fue mi primera lectura, antes que Salgari, London, Twain, Stevenson…

No empezó mal.

–No, claro. Es mi único ídolo literario. Se puede ser hombre de un solo libro.

Tapa del libro “Madama Sui” de Augusto Roa Bastos
Tapa del libro “Madama Sui” de Augusto Roa Bastos

–¿Qué es Madama Sui, su última novela?

–Última novela, dijo. Y puso el dedo en la llaga. Mis lectores están hartos de oírme decir que no escribiré más. Parezco una de esas novelas que anuncian LIQUIDACIÓN POR CIERRE, y no cierran nunca. Bueno, Madama Sui era una compañera de escuela. Libre, bellísima, se tragaba el mundo con su sensualidad: una hetaira. La perdí de vista, se hizo concubina de Stroessner, y cuando volví a verla me contó su historia y me hizo ver la otra cara del dictador: la cara húmeda, digamos. La novela es una batalla entre el sexo en estado puro y el amor romántico, casi místico.

–¿Por qué se fue a vivir con Stroessner?

–Porque quería poder, y a partir del poder, respeto. Quería ser como Madama Lynch, la amante del mariscal Solano López: madama es una corrupción de la palabra madame… Eso, hasta que leyó La razón de mi vida y decidió ser como Evita. Pero Stroessner la dejó, y terminó en la nada.

–¿Quién es realmente? ¿Vive?

–Se llama Elvira Rodríguez, vive (muy retirada) en Asunción, dice que es una mujer que ya cumplió su vida, que está muerta, y que se convirtió en una especie de monja laica: no tiene un peso, pero hace todo el bien que puede.

–¿Por qué se hizo escritor, Roa?

–Hum… Lo mío no es una obra literaria, no crea: es laborterapia. No puedo escribir una novela en seis meses: no respondo a las leyes del mercado… Soy desordenado, paso días sin que me salga una palabra, con una especie de niebla en la cabeza, y de pronto me ilumino y escribo doce horas sin parar. Porque más que escritor soy dactilógrafo: hace mucho gané un concurso con… ¡ciento veinte palabras por minuto!

Shakespeare es su dios. ¿Y sus ángeles?

–Joseph Conrad y Herman Melville, con perdón de William Faulkner y de Graham Greene, que también son mis maestros, aunque no soy hombre de demasiadas lecturas. ¿Más nombres? Gabriel García Márquez como cuentista, y Borges, al que admiro dos veces: porque es un gran escritor y porque es… ¡absolutamente inimitable!

–¿Sus barreras de escritor?

–Me cuesta empezar: me cuesta mucho esa primera línea que para algunos decide toda una novela. No debo conocer el final. Si lo conozco, naufrago. Corrijo mucho. Tacho con trazo negro y grueso, de modo que jamás se sepa lo que dice.

–¿Utopías o vida light? ¿Ideales o éxito? ¿El mundo de ayer o el mundo de hoy?

–Hoy todo es un gran vacío. Al desaparecer las ideologías prestigiosas (incluyo al liberalismo, reemplazado por un grotesco liberalismo salvaje) se terminan los referentes y se pierde la frontera humanista. Todo queda sepultado por la ola tecnológica, que acaso es buena para la medicina, la ingeniería, pero no para todo.

–¿Autorretrato mínimo?

–Tengo exceso de vitalidad sensual, pero por contradicción (soy muy contradictorio) tiendo a la austeridad, incluso glandular. Tres matrimonios, seis hijos, nietos. Pero que no me llamen abuelo, por favor: sólo admito nietos hasta los tres años. Mi actual mujer es Iris Giménez, francesa, ex alumna mía (la cátedra suele producir esos encuentros…), que no entiende mucho lo que hago pero lo tolera con generosidad. No me conozco mucho: si me conociera, dejaría de escribir novela. Vivo en París: en Toulouse, el barrio de un bebé que llegaría a ser Gardel. Pero quiero vivir en Buenos Aires. Para siempre.

–¿Por qué?

–Porque aquí soy realmente creador. Afuera se me ocurren pocas cosas.

Augusto Roa Bastos (EFE)
Augusto Roa Bastos (EFE)

Addenda necesaria: Augusto Roa Bastos nació el 13 de junio de 1917 (hace un siglo) y murió el 26 de abril de 2005, a los 87 años. Su obra cumbre es la novela Yo, el Supremo, basada sobre la figura del dictador y prócer paraguayo José Rodríguez de Francia (1766-1840). Otros libros clave: Hijo de hombre, El trueno entre las hojas, El fiscal, Vigilia del almirante. Ganó el Premio Cervantes y la Beca Guggenheim.

El tirano Alfredo Stroessner gobernó 35 años: de 1954 a 1989. Murió en Brasilia a los 94 años.

Esta entrevista data de 1995.

 

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