
En las cámaras de seguridad de una panadería en el barrio Tunjuelito, al sur de Bogotá, quedó registrado el momento en el que una menor, de aproximadamente ocho años, se aprovecha de un descuido de los propietarios, entra a la caja y se roba un celular.
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Los días anteriores a cometer el delito, frecuentó el establecimiento junto a su “abuelo” y, en cuestión de horas, lograron ganarse la confianza de los trabajadores del lugar.
Pero se trataba de una estrategia que les tomó cuatro días, antes de cometer el robo, durante el primer fin de semana de junio.
En menos de dos minutos tomó el celular, se reencontró con su “abuelo” y ambos huyeron del lugar, sin dejar rastro, más allá de los videos de seguridad.
En una entrevista concedida para el matutino de Arriba Bogotá, Yamile Rodríguez, propietaria del lugar, detalló: “vinieron durante cuatro días. Nos abrazaban, compraban cosas, la niña era muy cariñosa, muy avispada. De un momento a otro vino, nos ayudó a recoger las mesas, que una cosa, la otra”.
Hasta que, un día cualquiera, “se entró y nosotros nos descuidamos un momento porque nos pusimos a almorzar y cuando nos dimos cuenta en las cámaras se había llevado el celular”.
Junto a su abuelo, un hombre de aproximadamente 60 años, “se sentaban en la mesa y duraban una o dos horas, compraban tinto, pan y la niña empezaba ayudarme, a coger el pan, amorosa con uno”.
Sospecha que estuvieron yendo durante varios días para identificar los objetos de valor en la panadería, aunque, por suerte, el fin de semana solo tomaron el teléfono móvil; “Ahí tengo lo de la caja registradora, donde guardamos la plata y tenemos todo lo personal”, explicó.
Experto revela el modus operandi de los fleteros en Bogotá
Con el pago de la prima de mitad de año a la vuelta de la esquina, las bandas de fleteros en Bogotá y las principales ciudades de Colombia se preparan para una temporada de transacciones millonarias que, con éxito, podrían caer en sus manos. Así lo habría revelado un investigador de la Sijín con 18 años de experiencia en este delito, en entrevista para El Tiempo.
Y es que, a pesar de que para la Policía solo es posible hablar de fleteo cuando una persona es víctima de atraco a la salida de una entidad financiera “en una ciudad donde hay tantas transacciones bancarias al día” no hay que restarle importancia a esta modalidad de hurto.
En el pasado, los fleteros de antaño –como él los llama– no solían asesinar a sus víctimas. Sin embargo, ahora, disparan y así se ahorran el tener que negociar.
Lamentablemente, contrario de lo que se pensaría, no son fáciles de reconocer. Y es que, aunque en su vidas privada no suelen ser “personas que ahorren sus ganancias ilegales para organizarse” porque “lo que obtienen se lo gastan en trago, droga, mujeres y fiestas sin control. Luego vuelven y quedan sin nada”, por su trabajo deben pasar desapercibidos.
O al menos el marcador, uno de los cuatro perfiles que durante sus casi 20 años de experiencia ha logrado identificar. Él o ellos (a veces suelen actuar en pareja) “se sienta o sientan a esperar. Observan detenidamente qué cliente se demora más de lo usual porque puede ser el elegido y, muy importante, afinan el oído para escuchar a la máquina contadora de billetes, así logran determinar si es una transacción millonaria. Están completamente entrenados. Observan si son billetes verdes y así cuantifican la cantidad del dinero”.
Mientras, por medio de un chat o videollamada grupal informan a los demás miembros de la banda de qué manera está vestida su víctima, qué salida toma, cómo es su vehículo y en dónde colocó el dinero.
El transportador que, por lo general, es el líder y “el único de la banda que, por lo general, trata de invertir lo que se roba” espera junto a un tercer personaje a quien denomina “el cogedor” para interceptar a sus víctimas, sin importarles si van acompañadas por menores de edad, adultos mayores o personas en condición de discapacidad.
Los persiguen y en la primera parada que se ven obligados a hacer, el cogedor abandona el vehículo y amenaza a quien, minutos antes, retiró el efectivo.
“Mientras tanto, quien conduce le va informando al de la moto, a quien llaman el ‘arrastrador’, por cuál lado llegar para que, quien ejecute el robo, se monte a la motocicleta”.
Y, unas cuadras más adelante, deja al cogedor en medio de la calle, en donde es recogido, de nuevo, por le transportador, antes de dirigirse a su sede, en donde reparten las ganancias, siempre bajo supervisión del líder; ya que, “entre ellos se traicionan. Los cogedores se llevan a veces computadores o joyas y guardan silencio”.
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