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Londres 1948. Como correlato al final de la Segunda Guerra Mundial, el COI decide no invitar ni a Alemania ni a Japón.
Helsinki 1952. Alemania participó desdoblada en la República Federal y la República del Sarre. La recientemente creada República Democrática, sector del país vinculado con la Unión Soviética, no fue invitada. Si lo fueron tanto la denominada China Popular como la China Nacionalista. Disconformes con la medida, los atletas taiwaneses abandonaron la Villa Olímpica dos días antes del comienzo de las competencias.
Melbourne 1956. El conflicto por la nacionalización del Canal de Suez por parte del gobierno de Egipto incluye una intervención militar conjunta de Gran Bretaña, Francia e Israel. El COI se niega a sancionar a estos países. Egipto se retira del torneo en alianza con Irak y el Líbano. España, Holanda y Suiza abandonan el certamen en repudio a la presencia soviética, que acababa de sofocar violentamente la revolución popular en Hungría. También lo hizo China Popular, invirtiendo la ecuación de cuatro años atrás: ellos tampoco querían a los taiwaneses en Australia.
Así podríamos seguir recorriendo a modo de frío inventario la frondosa y promiscua relación entre el deporte y la política que, durante más de un siglo, se ha manifestado en los Juegos Olímpicos más que en ningún otro ámbito, incluida la ONU.
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Hace más de un año fue la invasión rusa a Ucrania, que aún hoy perdura sin definición ni bélica ni deportiva. Hoy ya se habla de evaluar que consecuencias traerá el conflicto en la Franja de Gaza, donde la lógica misma del incidente deja en evidencia un nivel de sensibilidad que trasciende los nombres de los sectores directamente involucrados.
Hilando más o menos fino, hasta podría advertirse una tendencia creciente en conflictos que, con sus diversas características, surgen con demasiada asiduidad en distintos puntos del planeta.
Desde una postura drástica y sin contemplar matices, si el COI adoptara en todos los casos una medida similar a la asumida con los deportistas rusos, sería muy difícil asegurar cuántos atletas de cuántos países se verían forzados a competir bajo la bandera olímpica, sin himnos y demás símbolos relacionados con su país de origen. Además, con la restricción concreta de participación de ese país en los deportes en conjunto: sin los anillos en el horizonte, deportes como el voleibol, el básquet, el handball, el waterpolo y tantos otros podrían pasar en poco tiempo a ser disciplinas menores para los jóvenes rusos.
Por cierto, no es el deportivo el problema más profundo. Como en toda guerra, estamos hablando de gente que muere y gente que mata. Tampoco da lo mismo un conflicto que otro. Mucho menos es la intención de llegar a una conclusión al respecto desde estas líneas. Es más. Insinuar una mínima opinión sentado cómodamente frente al teclado de una computadora tomando un café mirando por la ventana un cielo por el cual vuelan pájaros y no misiles y drones sería decididamente irrespetuoso.
A lo que apuntan estas líneas es, una vez más, a preguntarse si no va siendo hora de que el deporte en general y el olimpismo en particular dejen de ser una variable de ajuste tratando de poner orden y justicia en un escenario infectado por gente que, desde la geopolítica, no quiere ni orden ni justicia.
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Nadie discute el poder de seducción que este tipo de actividad genera en el público de todo el planeta. No casualmente desde los políticos más nobles hasta los más patéticos buscan permanentemente estar cerca de los atletas: una selfie con un ídolo suele mejorar la popularidad del más impopular; al menos eso piensan muchos asesores de imagen. No recuerdo que un mandatario haya faltado a la ceremonia de apertura de un juego en tierra propia, pese a que el protocolo les exige dar el discurso más breve de su carrera (apenas si los dejan decir “Declaro inaugurados los Juegos de la equis Olimpiada…”)
Sin embargo, bastante tienen los deportistas con el tema del doping y las llamadas drogas sociales. Alguien puede explicar por que mientras un deportista puede terminar su carrera por fumar marihuana o aspirar cocaína nadie controla que quienes nos gobiernan o dictan leyes no lo hagan bajo los efectos de sustancias similares?
Desde este mismo espacio ya hemos planteado que el de este matrimonio entre deporte y política -por conveniencia, tóxico, asimétrico pero matrimonio al fin- es un asunto inevitable, que le da a las disciplinas atléticas mucho más para perder que para ganar. Y que, como en el caso de ucranianos y rusos, no existe una solución justa, por aquello de prohibir la presencia de uno y exponer a un eventual disgusto al otro.
Quizás exista algún atajo tomando un poco de distancia de las inevitables vehemencias que provocan conflictos como los que vemos proliferar peligrosamente en estos tiempos.
Tal vez sea el momento de tener una mirada más introspectiva y no pretender que sea el deporte el que ponga en orden una casa cuyos propietarios se empeñan en destrozar.
A poco más de seis meses de Paris 2024, no deja de ser un fastidio que en algunos escritorios olímpicos se discuta mucho de política y poco de carreras, lanzamientos, triples, games, sets y goles.
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