Ferenice de Rodas vivió en Grecia hace más de 2500 años. También conocida como Caliptras fue hija de Diágoras y hermana de Dorieo, famosos campeones olímpicos en la especialidad de pancracio, una especialidad que, actualmente, no tendría demasiado que envidiarle a las MMA (Artes Marciales Mixtas). Es más, Diagoras logró la proeza de triunfar en cuatro de los grandes juegos griegos: nemeos, Isticos, ístmicos y, obviamente, olímpicos.
Inevitable cuestión de sangre, también su hijo, de nombre Pisirrodo, también se perfilaba como favorito en esa prueba, presuntamente, en algún torneo de mitad del siglo V AC.
Además de madre, Ferenice era también entrenadora de Pisirrodo. Cómo por esos días la presencia de mujeres en el estadio era castigada con la pena de muerte, decidió disfrazarse de hombre y ubicarse en las gradas reservadas para los entrenadores. Eufórica ante el triunfo de su hijo, Ferenice saltó el alambrado que la separaba de la zona de competencia con tanta mala suerte que su túnica se enredó en él y quedó en evidencia que se trataba de una mujer. Pero no cualquier mujer: la hija, hermana y, ahora también, madre de campeones olímpicos, fue perdonada. Eso si. A futuro, para evitar contratiempos, se decidió que, además de los atletas, también los espectadores deberían concurrir al torneo desnudos. Algo que, sin dudas, acrecientaria hoy la ya enorme popularidad de los juegos.
Esta romántica historia narrada oportunamente por el viajero Pausanias certifica que ya siglos atrás existía la figura del ídolo deportivo.
Es cierto que la memoria individual es tan inapelable como arbitraria. De tal modo, quizás el asunto no fue tal como lo escribió Pausanias. Es más: quizás jamás sucedió algo así (en efecto, algunos registros de campeones olímpicos no incluyen a ninguno de los parientes de Ferenice). Y lo mismo podría decirse de una infinidad de enormes episodios olímpicos que hemos leído o nos han contado. Poco importa. Creer en la magia de los ídolos es parte de una fantasía que se celebra y no daña. Y yo elijo creer.
En todo caso, el mensaje es que esto de los iconos del deporte no solo no es asunto exclusivo de estos tiempos de redes sociales, ni de los de la televisión, ni de los de los diarios. Se trata de una fantasía colectiva ancestral. Ni más ni menos que la admiración por aquellos que subliman las disciplinas que la gran mayoría de los mortales practicamos pésimamente, incluyendo ese upgrade con el que se califica al campeón.
Hecha esta aclaración, podemos echarle una mirada al fenómeno de los ídolos deportivos en lo que va de este siglo, que abarca un espacio particular en el que, a la entronización del favorito se le ha sumado algo que está en vías de extinción: la existencia de grandes rivalidades o la presencia simultánea de colosos de esos que será difícil reponer.
Pasa con el fútbol, qué fue de la hegemonía de Pelé a la de Johan Cruyff y de la de este a la de Diego Maradona sin superposición de uno al otro, para celebrar durante más de una década del extraordinario duelo entre Lionel Messi y Cristiano Ronaldo.
Pasa con el tenis, que nos regaló años maravillosos con monstruos de la talla de Bjorn Borg, John McEnroe, Ivan Lendl, Jimmy Connors y tantos otros y hoy asiste al final de una era insuperable en la que Federer, Nadal y Djokovic quienes se repartieron 64 de los 76 grandes torneos que se jugaron desde que el suizo ganó su primer Wimbledon en 2003. Un menage-a-trois que dudo mucho ver superar en vida.
Y le sucede al olimpismo, que dentro de poco más de 400 días asistirá a los primeros juegos con presencia de público sin Usain Bolt ni Michael Phelps, esos dos fenómenos que se repartieron entre Beijing y Río los momentos más electrizantes de estos dos deportes fundacionales. Desde ya que nadie ignora la gran cantidad de inolvidables figuras que nos ha regalado el olimpismo en sus más de 100 años de existencia en su versión De Coubertin. Desde Dorando Pietri hasta Abebe Bikila. Desde Johnny Weismuller hasta Nadia Comaneci. No hay juego que no haya tenido su héroe.
Sin embargo, quienes atravesamos maravillados aquellos días entre 2008 y 2016 damos fe de que no es tan exagerado afirmar que la primera semana olímpica era del nadador norteamericano y la segunda del velocista jamaiquino.
Retirados ya cuando Tokio 2021, la peculiaridad de unos juegos en pandemia quizás no nos permitieran tomar debida dimensión de lo difícil que será cubrir semejantes espacios vacíos.
No existe la menor duda de que, con el regreso de las multitudes a los estadios en la capital francesa sabremos honrar a nuestros nuevos héroes.
Pero detengámonos un instante en lo que acabo de plantear Y digamos gracias por el privilegio de haber sido testigo de semejante maravilla.