Así como muchos seres humanos corremos inútilmente tratando de alcanzar esa inalcanzable llamada certeza, muchos periodistas estamos convencidos de que las cosas suceden de acuerdo con nuestro criterio: todo pasa por una sola razón, que es la nuestra.
De tal modo, desperdiciamos la posibilidad de crecer a través de la duda. El paso del tiempo nos enseña que nada nos acerca más a la verdad que las preguntas; no necesariamente las que se hacen en una entrevista sino aquellas que nos provocan una reflexión.
En un escenario que combina ratificaciones y reformulaciones, el COI acaba de poner nuevamente en la superficie la posibilidad de que deportistas rusos y bielorrusos puedan competir en París 2024 tanto como sostener la cooperación solidaria con los atletas ucranianos económicos, física y emocionalmente afectados por la invasión de Rusia a Ucrania.
Los detalles del comunicado pueden encontrarse en la detallada publicación que hizo Around the Rings días atrás. De tal manera, los invito a preguntarnos cosas. Difícilmente lleguemos a un veredicto, pero seguramente seremos un poco más justos en el análisis, siempre entendiendo qué hay pocas cosas menos justas que la invasión de un país al otro; que la guerra misma.
A continuación, quiero compartir sólo algunas preguntas que surgen desde la historia y desde el presente del vínculo entre el olimpismo (el deporte en general) y la política, algo que ya fue planteado como un matrimonio muchas veces en conflicto a la vez que, sino inevitable, absolutamente real. Apenas unas pocas preguntas de las muchas que, seguramente, le vendrán a ustedes a la cabeza. Y son todas respetables. Preguntas y respuestas.
¿Es justo que una generación entera de deportistas de un determinado país tengan prohibido todo tipo de competencia debido a la conducta de un gobierno con la cual ni siquiera sabemos si están de acuerdo?
Del otro lado. ¿Es justo que deportistas ucranianos enfrenten como si nada hubiera pasado a colegas que, perfectamente, pueden simbolizarles la imagen de un ejército que bombardea a diario la tierra de la cual vienen?
¿Cuánto puede desvirtuar el ideal de la sana competencia dentro de las reglas que atletas de países en semejante conflicto se enfrenten, por ejemplo, en deportes de contacto?
En la línea de tiempo de la relación entre deporte y política, ¿cuántas veces se produjeron situaciones similares a las que hoy atraviesan tierras ucranianas? ¿Cuáles fueron las conductas de las dirigencias deportivas al respecto? Solo mencionar las escasas consecuencias de los boicots a Moscú 80 y Los Ángeles 84 deja en claro que, más allá de que nos avergüence cierto tipo de pasividad, en todos los tiempos, si algo le cuesta al deporte ante episodios conflictivos, es encontrar la medida exacta de la justicia.
Léase por conflictivo no solo a un episodio bélico. Sin ir más lejos, cuesta poner equivalencia las decisiones que se vienen tomando respecto de los sistemas de dopaje: algunas, categóricas y eternas. Otras, mucho más contemplativas. También aquí pesan distinto algunas banderas. (Será que, quizás, ni los buenos están solo de un lado y los malos sólo del otro?).
Dentro del enorme desafío que encara el olimpismo camino a que en Paris puedan competir todos aquellos que estén deportivamente calificados para hacerlo, independientemente de la nacionalidad y de lo que hagan sus gobernantes, vale la pena desplazar por un instante el enojo y el dolor que nos provoca el conflicto en tierra ucraniana y pensar si, finalmente, no estaremos ante la decisión más cercana al equilibrio, eso tan difícil de encontrar en tiempos de guerra.