"El bebé estaba bien; pero su madre no"

Por Sandra G. Boodman (Especial The Washington Post)

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Mientras corría por una carretera vacía de dos carriles en el desierto de Mojave, al sur de California, Cindy Lupica le decía a su esposo, con los dientes apretados, que no llegaría al hospital más cercano, situado a más de 32 kms. de distancia.

Esa mañana, Lupica, que entonces tenía 37 años, había visto a su obstetra y sabía que su cuarto hijo nacería pronto, pero no esperaba que tan pronto. Un poco después de las seis de la tarda del 30 de septiembre de 2013, la pareja se encontraba a solo 5 kms. de su hogar cuando Michael Lupica dejó su camioneta en un lateral de la autopista 18 y marcó el teléfono de emergencias. Una ambulancia con personal paramédico preparado apareció a su lado. Los rescatistas pusieron a Cindy en el vehículo y la llevaron al Centro Médico St. Mary, en Apple Valley.

Kylie Lupica nació justo cuando la ambulancia estaba entrando en el estacionamiento.

Aunque el bebé resultó estar bien, Lupica no lo estaba. Ella no sabría lo que estaba pasando hasta cuatro meses después, cuando sufrió una hemorragia masiva en el baño de otro hospital.

Su último embarazo y parto vincularía una de las experiencias más felices de la vida con una de las más aterradoras.

"Tomó mucho tiempo procesarlo. Aún lo estamos digiriendo", confiesa.

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Lupica estaba acostumbrada a ser autosuficiente. Ella vivía en una comunidad desértica y escasamente poblada del Valle de Lucerna, en el condado de San Bernardino, donde educaba a sus hijos en casa. En el momento del nacimiento de Kylie, los hijos tenía 14, 12 y 4 años.

Durante sus otros embarazos, hubo algunas complicaciones relacionadas con la placenta, el órgano que se desarrolla durante el embarazo y proporciona nutrientes al feto. En 2009, después del nacimiento de su tercer hijo, se sometió a un procedimiento de dilatación y curetaje para tratar una placenta retenida.

El cuarto embarazo de Lupica transcurrió sin incidentes hasta la semana 25 aproximadamente, cuando comenzó a tener contracciones de forma regular.

Su obstetra, Om Prakash, le indicó que probablemente estaba teniendo las contracciones de Braxton Hicks, algo totalmente normal y que es un precursor del parto. Cuando persistieron, Prakash le aconsejó que se lo tomara con calma y dejara de hacer ejercicio.

"No se sentían como Braxton Hicks", recuerda Lupica, aunque por lo demás se sentía bien. Sus exámenes prenatales y sus ecografías fueron normales. Prakash conoció a Lupica en el hospital, cuando llegó la ambulancia y le entregó la placenta, que se veía saludable.

Un mes después de dar a luz, dijo Lupica, comenzó a sangrar.

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Prakash comentó que el sangrado vaginal posparto no es algo infrecuente. "El 99 por ciento de las veces es una mancha normal", apostilló.

Pero Lupita se sentía incómoda. La prueba de Papanicolau dio resultados normales y ella se sintió aliviada cuando la hemorragia intermitente se detuvo después de aproximadamente un mes. Unas semanas más tarde, cuando se repitió, Prakash le dijo que probablemente estaba en su período.

"Pensé, 'bien, mis hormonas realmente deben estar fuera de control'", relata.

Unos cuatro meses después del nacimiento de Kylie, Lupica dijo que se despertó en medio de la noche y descubrió que estaba empapada en sangre.

"Estaba llorando, desperté a mi esposo y le dije que algo estaba realmente mal", comentó, aunque para entonces la hemorragia había disminuido. A la mañana siguiente, telefoneó a Prakash, que le dijo que fuera a su oficina.

Lupica recuerda perfectamente la cita. Dada la cantidad de sangre que había perdido, "ya sabía que algo serio estaba pasando". Ese sentimiento ominoso se puso de relieve cuando el obstetra y el ginecólogo le acompañó hasta la sala de espera junto a otros pacientes.

Prakash realizó una ecografía, que reveló algo claramente alarmante: un gran crecimiento que se asemejaba a un racimo de uvas en el lado derecho del útero de Lupica.

"Me asustó muchísimo", narró el doctor. Estaba seguro de que sabía lo que era después de haber visto un caso similar unos 30 años antes.

"Hay algo sospechoso", fue la respuesta que le dio a la pareja. Como no quería asustarlos, no les dijo lo que pensaba. Aconsejó al matrimonio que, a primera hora de la mañana siguiente, fueran a un hospital público situado a unas horas de su casa.

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Debido a que Lupica no tenía seguro médico en ese momento, buscar atención en ese lugar le permitiría recibir el costoso tratamiento que sospechaba que necesitaría sin llevar a la bancarrota a su familia.

Sobre las 8 de la mañana del día siguiente, la pareja llegó a la sala de emergencias. Esperó unas 12 horas hasta que los médicos la admitieron en el centro.

"Primero me dijeron que estaba abortando y luego me dijeron que estaba embarazada", relata. "Me llevaron de un equipo a otro", agrega. Nadie parecía estar seguro de qué hacer con ella. Lupica decía que se negaba rotundamente a abandonar el hospital por temor a que pudiera desangrarse hasta morir en medio de la noche.

A última hora de la tarde, ella se dio cuenta de que había empezado a sangrar de nuevo y se metió en un baño. Rápidamente se dio cuenta de que estaba sufriendo una hemorragia y "aterrorizada y avergonzada", logró atraer la atención de alguien que pasaba por ahí.

La enfermera llamó a un médico, que le echó un vistazo y le ordenó que se hiciera un análisis de sangre inmediato para medir la beta gonadotropina coriónica humana. La prueba se usa para confirmar un embarazo o para detectar ciertas anormalidades.

"En ese momento era como en las películas, todo se volvía borroso", comentó sobre esa situación donde enfermeras y médicos se apresuraban para detener el sangrado.

Treinta minutos después, tres doctores, con un rostro sombrío, entraron en la habitación.

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"Finalmente tenemos una respuesta. Tienes coriocarcinoma", le dijo uno de ellos.

"Suena como cáncer", contestó ella.

"Lo es", confirmó el médico. Su sangrado posparto fue el resultado de una neoplastia maligna rara y agresiva que crece en el útero y, algunas veces, se denomina cáncer de placenta. Mientras ella y su esposo permanecían sentados en un silencio atónito, los doctores le explicaron que la iban a admitir de inmediato para que comenzara la quimioterapia lo antes posible y después de hacer las pertinentes pruebas para determinar si el cáncer se había diseminado.

El coriocarcinoma se da de 2 a 7 casos de entre 100,000 embarazos en Estados Unidos. Se produce cuando un tumor, también conocido como mola, se desarrolla después de la concepción. En lugar de un embrión viable, el resultado es un embarazo molar, que puede simular un embarazo normal.

La mayoría de ellos son benignos, pero algunos se vuelven malignos, lo que puede desarrollar un cáncer de crecimiento rápido pero curable, especialmente si se detecta de forma temprana. Entre los factores de riesgo de malignidad está la edad: las mujeres menores de 20 años y mayores de 35 tienen un riesgo elevado. El síntoma más común es el sangrado vaginal. El coriocarcinoma se puede diseminar a otras partes del cuerpo, generalmente al cerebro, los pulmones o el hígado.

Aunque el hígado y el cerebro de Lupica no mostraron signos cancerígenos, los médicos sí que encontraron una mancha en el pulmón. Su lectura de bhCG estaba por las nubes.

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No está claro cuándo se desarrolló el tumor de Lupica. Aunque se forman algunas molas durante el embarazo, alrededor del 25 por ciento ocurren después de un parto normal o un aborto espontáneo. Aunque los oncólogos que trataron su cáncer no pudieron ser contactados, Lupica dijo que ellos le indicaron que estuvo portando el tumor durante el embarazo con Kylie (un parto saludable acompañado de un embarazo molar completo es algo extremadamente raro).

Prakash duda que el tumor estuviera presente en ese momento: nada fue visible en los ultrasonidos realizados durante el embarazo, y por lo demás todo era normal. También dijo que su parto fue normal, más allá de que se produjera en una ambulancia.

"Durante su embarazo no había nada que sugiriera que algo estaba pasando", afirmó el doctor. Él sospecha que la mola se desarrolló después del nacimiento de Kylie. Y hasta la noche en la que se despertó con ese fuerte sangrado, todo lo que había experimentado anteriormente parecía algo normal.

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Lupica comenzó la quimioterapia poco después de ser admitida. Como que el metotrexato, el medicamento estándar, no funcionó, se sometió a un régimen agresivo que incluía cinco medicamentos.

"Fue muy difícil", recuerda.

En julio de 2014, la fecha de su último tratamiento de quimioterapia, su nivel de bhCG se había reducido a cero y la mancha en su pulmón había desaparecido. Para los pacientes con enfermedad metastásica, la probabilidad de una cura puede superar el 80 por ciento, según la Sociedad Estadounidense del Cáncer. Tres años después, Lupica permanece libre de cáncer.

"No puedo creer que soy una sobreviviente", confiesa.