Conoce a la mujer que eligió su propia fecha de muerte

Por Estelle Dellaire; traducido por Álvaro García

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Fotos por Manuel Harrau
Fotos por Manuel Harrau

"No quiero que alguien más decida por mí si estoy lista para morir o no. Ya no soy un niña; sé lo que quiero".

Francia – Recientemente, Jacqueline Jencquel hizo pública su decisión de poner fin a su vida en enero de 2020. La mujer de 75 años no padece una enfermedad terminal o es particularmente débil: sólo quiere la libertad de morir en sus propios términos antes de que sea demasiado vieja y "esté gritando por el dolor".

En 2016, el gobierno francés aprobó una ley que permite a los médicos sedar pacientes terminales hasta que fallezcan. Jancquel quiere que el gobierno dé un paso más allá al otorgar a las personas mayores de 75 años el derecho a elegir el momento de su muerte aun cuando no presenten una enfermedad terminal.

Es un tema por el que ha hecho campaña durante décadas, como vicepresidenta de la organización en favor del suicidio asistido ADMD y miembro del grupo de la campaña suiza por el derecho a morir, Exit.

Hablé con Jencquel para entender mejor por qué cree que las personas mayores deberían poder elegir su propia fecha de fallecimiento y qué es lo que cree que la mayoría de las personas no entienden acerca de la muerte.

VICE: Hola, Sra. Jencquel. Ha planeado su muerte para enero de 2020. Pero creo que lo que vuelve a este asunto tan impactante es que no está enferma, todavía le quedan muchos años, ¿cierto?
Jencquel: Antes que nada, ¿por qué eres tan formal conmigo? ¿Es porque soy vieja? Puedes llamarme por mi primer nombre. ¿Sabes? Tengo un novio de tu edad. Lo que me molesta de tu pregunta es que dices que me veo bien y dices que no estoy sufriendo, pero ¿cómo puedes saberlo? No tienes 75 años. No puedes saber cómo es tener mi edad y sentir dolor en todas partes. No puedo correr como lo hacía antes, me canso con mayor facilidad y tengo varias vértebras comprimidas. Mis gestos son menos agudos, tengo osteoporosis y mira, tengo temblores. No puedes verlo, pero te lo juro, estoy temblando.

Lo que realmente sorprende a la gente es que no me estoy muriendo. En Francia, para obtener el derecho a morir, tienes que estar casi desahuciado y gritando de dolor. Promulgamos la ley de Léonetti en 2005. Esta ley se amplió en 2016 para permitir que las personas con enfermedades terminales pudieran ser asistidas en su muerte mediante sedantes, para acortar su sufrimiento antes de fallecer. Pero no va lo suficientemente lejos. Es una forma de no lidiar con el final de la vida. La idea es sufrir primero y luego te ayudaremos a soportarlo hasta que tu cuerpo simplemente se rinda.

Con esto en mente, ¿cómo se supone que tus seres queridos manejarán tu lento acercamiento hacia la muerte? ¿Cómo se supone que debes manejarlo tú mismo? Personalmente, no tengo ningún interés en llegar a ese punto. No quiero que alguien más decida por mí si estoy lista para morir o no. Ya no soy un niña; sé lo que quiero.

Inevitablemente, llegará el día en que ya no podré vivir la vida que quiero. No quiero esperar hasta estar senil, en pañales y en silla de ruedas.

Parece que le tienes miedo a envejecer.
¡Claro que sí! ¿Que tú no? Ya me sentía vieja cuando cumplí 30 años. Y aunque tengas dinero, ¿por qué querrías ser una carga para tus hijos y hacerlos sentir culpables todo el tiempo? Tengo dos hijos que viven en el extranjero: uno en Bali y el otro en Berlín. Son súper lindos conmigo, pero tienen sus propias vidas, con trabajos e hijos que criar. No quiero que tengan que contratar a una enfermera para cuidarme y conversar conmigo con esa alegría falsa reservada exclusivamente para las personas mayores. Ya sabes: Entonces, ¿dormimos bien anoche? ¿Ya hicimos caca hoy?

De hecho, es mejor reírse de todo. Honestamente, apoyo la idea de que morir sea menos dramático. Es parte de la vida, después de todo. Es la religión la que ha convertido la vida en algo sagrado y convirtió a la muerte en un tabú supremo. Pero seamos sinceros: todos estamos aquí por casualidad gracias a un desempeño sexual más vigoroso que el resto.

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Dices todo eso, pero actualmente tu vida parece muy divertida. Tienes un novio 30 años más joven que tú, estás cómoda, eres atlética, viajas, tienes tres nietos que amas. ¿Por qué querrías ponerle fin a todo cuando la vida ha sido buena para ti?
Porque, inevitablemente, llegará el día en que ya no podré vivir la vida que quiero. No quiero esperar hasta estar senil, en pañales y en silla de ruedas, para abordar el tema de dejar esta vida con dignidad. Sí, en lo que respecta a la mayoría de la gente, tengo suerte. Y todavía me quedan muchos años por delante. Pero odio esos clichés. ¿Quiénes son esas personas para juzgarme? Ninguna está en mi cuerpo o en mi cabeza.

Si me preguntas, la edad es una enfermedad incurable en sí misma y siempre es fatal. Tómame como ejemplo: me veo bien porque cuido de mí misma. Estoy delgada porque voy al gimnasio. Hace diez años, me hice una cirugía estética para que mi barbilla no se cayera. Hice terapia hormonal durante la menopausia para no quedarme con aspecto de ser una mujer vieja. Claro, pude lanzarme en parapente este verano, y sin embargo, sé que pronto ya no podré hacerlo. Me encanta subirme al scooter con mi novio, pero voy a tener que dejarlo pronto porque me maltrata la espalda.

Y todo esto sin tomar en cuenta las pequeñas miserias diarias. Ya no puedo emborracharme porque después de un par de copas me da un grave dolor de cabeza. Lo mismo con los alimentos: ya no puedo comer lo que quiera. Mi digestión es mala y después no puedo dormir bien. Una vez me levanté en la madrugada para orinar y choqué directamente contra una puerta. Podría no sonar tan serio, pero me abrí la cabeza, así que tuve que llamar a una ambulancia. Mis hijos se preocuparon mucho. La próxima vez que me caiga, ¿podré volver a levantarme? ¿Y qué pasa si me desmayo? Me encontrarán tres días después, deshidratada o muerta, ahogada en mi propio vómito.

En cierto punto, la vida ya no es vida. En última instancia, ¿qué nos queda? ¿Tener sexo? Incluso eso se complica.

¿No le temes a lo que la gente piense de ti?
Honestamente, no podría importarme menos. He estado pensando en este tema por más de 30 años. En 2006, cuando vivía en Venezuela, creé mi propia organización para la libre determinación del final de la vida. Los problemas que rodean al sufrimiento y la muerte están siempre en mi mente. Mi abuela murió a los 38 años, tras sufrir horriblemente por un caso de cáncer de mama no tratado. Eso fue en 1930, bajo el gobierno de Stalin, y no había sedantes para aliviar su dolor. Mi madre tenía ocho años y nunca olvidó los aterradores gritos de su madre, que le rogaba a su marido que acabara con su vida.

Inmediatamente después, mi abuelo huyó de la represión contra los intelectuales rusos y huyó a China, donde yo nací. Cuando era pequeña, en Saigón, veía a los soldados pasar, mutilados por la guerra de Indochina. Oía a la gente hablar de cómo se habían salvado, pero siempre pensé que hubiera sido mejor que los soldados hubieran muerto.

Más tarde, mi madre luchó contra el cáncer de páncreas durante tres años. ¡El cirujano quería operarla cuando ella tenía 74 años! Me abrí paso hacia el consultorio del médico para exigirle que detuviera la operación. Luego llevé a mamá a casa para que pudiera pasar sus últimos días en paz. Más tarde, mi padre fue diagnosticado con Alzheimer, una enfermedad terrible. Estuve con él hasta el final también. Entonces, como pueden ver, he mirado a la muerte a los ojos muchas veces.

¿Entonces no te preocupa que pueda haber una explotación del suicidio asistido?
Es ridículo. La eutanasia ha sido legal en los Países Bajos desde 2001, en Bélgica desde 2002, y no es que haya habido una oleada de suicidios asistidos. Unos cientos de casos cada año, como máximo.

Lo que estamos proponiendo es ayudar a las personas a irse mientras todavía están en buena forma. Pero este argumento es incomprensible para la mayoría de las personas porque las obliga a mirar la vida en términos de su final y no estamos programados de esa manera.

Publicado originalmente por VICE.com