Investigo a corruptos en Colombia y mi esposo resultó ser uno de ellos

Por María Fernanda Cardona

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Ilustración: Alexis Jang
Ilustración: Alexis Jang

La entidad para la que trabajo, la Procuraduría General de la Nación, impone estas sanciones a funcionarios públicos.

Colombia – Entre 2010 y 2015, siguiendo datos de la Procuraduría General de la Nación, se han presentado 19.928 sanciones disciplinarias a servidores públicos por corrupción. En algunos casos, estas sanciones fueron impartidas a funcionarios de cuello blanco y, en otros, a servidores rasos que cometieron algún tipo de infracción. Mario* pertenece al último grupo. Él era un mensajero de un juzgado especial que aceptó ayudar a un preso de La Picota. Por ese delito, que se conoce como concusión, estuvo tres años en la cárcel, fue sancionado económicamente y ahora, después de varios intentos fallidos por parte de su esposa, tiene casa por cárcel. Este es el relato de cómo Laura, la esposa de Mario e investigadora de la Procuraduría, vivió esta situación.

Estaba trabajando cuando mi esposo llamó a decirme que lo habían capturado. Yo desde antes sabía que eso le podía pasar, pero hasta el último minuto creí que Mario iba a salirse con la suya. Apenas eran las nueve de la mañana y yo no podía salirles a mis jefes con un: "no voy a trabajar más porque mi esposo es un criminal". Yo soy investigadora en la Procuraduría General de la Nación. Es decir, investigo a los corruptos. ¿Cómo iba a decir que mi esposo era uno de ellos? No, no podía. Estaba asustada, preocupada porque no sabía cómo iba a decirles a mis hijos que su papá iba para la cárcel. Entonces seguí trabajando, como si nada.

Cuando eran las seis de la tarde salí de mi trabajo, fui a mi casa, le empaqué la ropa más fea que tenía, algo de comida —cosas simples: maní, almendras, pasas— y me fui para la Estación 24, en donde estaba detenido. Yo en ese momento todavía pensaba que íbamos a salir de esta, pero después de tres años apenas logramos que Mario tuviera casa por cárcel. Todo por ponerse de amable por primera vez en su vida: de resto, ni a su mamá ayudaba, porque podía pasar dos meses sin hablar con doña Martha y no le importaba. Y ahora, por colaborarle a un criminal, nos arruinó la vida.

Mario era un citador de los Juzgados Especiales del Circuito. Esos son los que se encargan de las investigaciones vinculadas al narcotráfico, o aquellas del conflicto armado, y haciendo su trabajo conoció a este señor, la verdad ni me acuerdo del nombre y no quiero recordarlo.

Este señor estaba en La Picota condenado por lavado de activos y Mario le llevaba citaciones que le enviaba la Fiscalía. El trabajo de Mario era raso: él no era un funcionario público importante, sino un simple mensajero. Y ese señor vio en Mario su oportunidad. Le dijo que él ya había cumplido su condena, que ya estaba en su derecho de salir libre, que si él como funcionario podía hablar con alguien en el juzgado para que agilizara su proceso, que si había que pagar, pagaba. Y Mario aceptó.

Yo no entiendo por qué Mario se puso en esas. ¿Por plata? Pero es que a él no le faltaba nada. Esta casa la pagué yo, porque siempre he ganado más que él, la educación de nuestros hijos la pagué yo, el mercado lo compraba yo. Él sí ayudaba, pero poquito, su sueldo era para sus cosas. Y nadie le decía nada. Sin necesidad se puso de amable, a hacerse amigo de un criminal, a hacerle favores.

Él me dijo que no fue por plata, que él no pidió plata. Pero de todas formas, Mario fue a decirle a uno de los sustanciadores del juzgado que el señor ya estaba listo para salir de la cárcel y que no tenía problema con pagar. Y después de que el sustanciador le dijera que sí, Mario fue a darle la razón a La Picota. Mario iba en su carro, entraba con su carné de funcionario público, visitaba a ese señor sin nada que llevarle. Si yo fuera a ser corrupta, pues hago las cosas con más inteligencia.

Para rematar, Mario le dio su número de celular al señor para que su abogado lo llamara e hicieran una cita para que le pasara la plata del sustanciador. La cita fue a los pocos días por Salitre, pero el abogado fue sin plata y Mario le dijo que no lo iba ayudar, que si le faltaba tan poco para salir de la cárcel que esperaran, que no contaran con él, que ya se había arriesgado mucho, y se fue. ¿Pero sabe qué fue lo peor? Que el abogado grabó todo y a los pocos días a Mario le estaban haciendo una investigación por concusión.

Yo estaba trabajando. Eran como las nueve de la mañana y Mario me llamó. Me dijo que necesitaba hablar conmigo, que estaba en una cafetería cerca de mi trabajo. Yo fui y Mario estaba nervioso, como preocupado. Yo le pregunté si todo estaba bien y me dijo, "no gorda". Y me lo contó todo. Yo no puedo decirles la rabia que me dio, sentí que mis 40 años de casada se fueron a la nada. Le dije que se entregara y él no quiso. Si lo hubiera hecho, la historia sería otra, estoy segura de que hubiera llegado a algún acuerdo. Y cuando lo capturaron intentó llegar a uno con la Fiscalía, pero era demasiado tarde, ya había pasado su oportunidad.

Yo quiero creer que Mario pecó por amable. Él dice que no pidió plata y quiero creerle. No he querido ir al juzgado a pedir su proceso, a escuchar la grabación del abogado, a leer las declaraciones del señor de La Picota. Prefiero quedarme así, sin saber, creyendo en él, porque después de todo tenemos una vida juntos, dos hijos y un hogar.

* Los nombres de este testimonio fueron cambiados por petición de los protagonistas.

Publicado originalmente en VICE.com