Poder y castigo: así es ser dominatriz en Ciudad de México

Por Adrián Mendez

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Él yace cansado en el suelo y ella acaricia su cabello. En el segundo episodio de Modo Sexo exploramos el juego de roles como estilo de vida.

Las relaciones de poder forman parte de nuestra vida diaria, desde las estructuras que tenemos en casa, hasta las que experimentamos en el trabajo. Tenemos la tendencia a acomodarnos en jerarquías sociales de acuerdo a nuestra personalidad: unos buscan dominar en un grupo y otros no tanto; hay individuos que, consciente o inconscientemente, buscan una posición más servil que depende de la opinión o el liderazgo de otros. En el sadomasoquismo o BDSM, el juego de roles jerárquicos es esencial. El escape consiste en asumirse a uno mismo de manera distinta en lo introspectivo, encontrar un modo en el que ser visceral con tus sentimientos sea fundamental.

Los personajes de esta segunda entrega de MODO SEXO —nuestra serie de videos sobre las mil maneras en que vivimos la sexualidad los jóvenes de Latinoamérica— viven ese juego de roles como un estilo de vida.

Comencemos con Gisela: tiene cerca de 30 años, trabaja en un restaurante y es dominante. Ella es una figura emergente entre la comunidad BDSM de Ciudad de México y cree que pertenecer a este mundo le ha permitido descubrir nuevas formas de autoconocimiento: "Entrar en el BDSM es un modo de conocerte a ti mismo. Creo que lo puedes utilizar para provocar a la gente: ¿estás seguro que estás tan bien y tan contento en tu vida normal?", nos dijo en su cuarto de la céntrica colonia Juárez, frente a un montón de juguetes desplegados sobre su cama: floggers, fuetes, un hilo con decenas de pinzas para colgar ropa, cinturones de castidad masculinos y otros artefactos ligados a la dominación.

Conocida como "Miss Sauron", Gisela ejerce como dominatriz profesional para clientes selectos. Sus otros intereses —en torno a la subcultura que rodea estas prácticas— tienen que ver con su necesidad de expresar esta forma de vivir. Escribe en su blog, da conferencias en universidades o hace performances en eventos, Gisela tiene un don muy para exponer las distintas facetas de este tema.

Parte de su éxito se debe a que realmente vive los temas que aborda en sus pláticas. Para ella, el objetivo en este aspecto es ser lo más coherente posible, dentro y fuera del juego. Esto se ve mejor reflejado en la relación que lleva con su pareja, Abiel. Él es un poco más joven, ingeniero civil y amante del combate escénico medieval. Con Gisela experimenta el estilo de vida de un sumiso. "Ser sumiso implica entregarte a una persona. Soltar un poco las riendas […] y entregárselas a alguien más", dice mientras nos enseña su collar, un símbolo clave para este tipo de relaciones, una suerte de anillo que se otorga para concretar el rito de pareja en estas ramas del BDSM.

Cuando le preguntamos a Abiel qué es lo que más disfruta de ser sumiso, su respuesta fue: "Me gusta servirle a ella".

"Pero es masoquista" respondió inmediatamente Gisela, minutos antes de invitarnos a una de sus sesiones en pareja.

En esta sesión pudimos percibir el gusto de Abiel por los juegos de impacto: los juegos de dolor. También fue notorio el modo calculado con el que ella lo guiaba a través de los distintos juegos usando lo táctil y lo auditivo… la comunicación es parte esencial en esta especie de trance en el que entran lo participantes. Ella pregunta, él responde. Así de sencillo.

Después de una hora llena de azotes y castigos, Gisela cerró la sesión ayudando a Abiel a aterrizar: mientras él yacía cansado en el suelo, a los pies de su dominadora, ella le acariciaba el cabello.

Esta pareja se encuentra no sólo en su afinidad por los juegos de impacto, sino por cómo articulan sus personalidades para hacer de esta relación algo eficiente y recíproco, dos partes que se complementan y llenan esos vacíos o necesidades que existen en uno y otro.

Los roles sociales nos polarizan, nos hacen asumir que hay una expectativa de los demás hacia nosotros, pero este tipo de prácticas permiten encontrar un escape: un espacio donde reinterpretarnos y explorar niveles desconocidos de deseo y personalidad… al menos a puerta cerrada.

Publicado originalmente en VICE.com