Algunos temas de conversación para superar el tedio de las cenas familiares

Por Pol Rodellar

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Arriba: Imagen de Ewen Roberts vía
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Los debates violentos y las conversaciones que pasean seguras por esos lugares comunes que todos odiamos.

Una de las habilidades más fascinantes de los seres humanos es su capacidad de comunicación, podríamos incluso decir que es una de las características que los aleja más de ser tratados como unos simples animales mamíferos. Vale, los delfines y los pájaros emiten ruiditos y se comunican para saber dónde hay una miga de pan o dónde hay hembras cachondas, pero los tipos nunca podrían escribir una novela o ni siquiera decirle a su esposa —o como se llamen las mujeres de los pájaros— que se siente "incómodo viviendo en este nido encima de este platanero, exactamente igual que todos los demás pájaros; siento como si fuéramos todos iguales y solo quiero pegarme un tiro en la cara". Ya me entendéis, pueden gritar en su idioma conceptos simples como "comida", "muerte" o "posestructuralismo" pero nunca se verán enzarzados dentro de incómodas conversaciones insulsas repletas de palabras redundantes completamente vacías de espíritu, como hacen orgullosamente los humanos.

Lo que quiero decir es que esta habilidad atribuida por los dioses es también nuestra mayor debilidad, nuestra kryptonita. La palabrería nos ha llevado a generar guerras, divorcios o, aún peor, pequeñas peleas en la cola del supermercado. Sabemos perfectamente que estaríamos mucho mejor si nunca hubiéramos abandonado nuestras cuevas en las que nos ocultábamos para evitar entrar en contacto con presencias humanas desconocidas.

Sabes perfectamente que lo mejor que puedes hacer durante una cena familiar, como en el resto de toda tu vida, es mantenerte callado y limitarte a generar diálogos ficticios dentro de tu cabeza. Pero como la gente —incluso tus familiares— son, por lo general, individuos sociales, empezarán a sacar temas insulsos y a lanzarte preguntas cuyas respuestas nadie tendrá en cuenta nunca. Cosas como "¿aún sigues en ese trabajo donde te pagaban tan poco?"; "¿por qué no ha venido esa chica con la que quedas de vez en cuando para follar pero que durante la semana te ignora completamente?" o "¿así que sigues vivo?".

La idea de este artículo es que, pese a este terrible panorama, podáis superar las comidas familiares que se acercan estos días sin que os entren ganas de llorar. Las familias son un concepto extraño —gente con lazos de sangre y códigos genéticos parecidos que no se conocen del todo pero que se reúnen durante los cumpleaños o los fallecimientos—. En tanto que esto, muchas veces cuesta que las conversaciones sean ágiles y naturales, que lleguen a cotas de sinceridad excepcional. Normalmente dan vueltas sobre las mismas temáticas o tocan temas de actualidad política que generan disputas falsamente diplomáticas. Te vamos a dar de forma gratuita unos cuantos temas para que puedas sacar durante todas estas comidas, para activarlas y animarlas, en fin, para que no sean el horror de siempre: una ensalada de silencios, risas falsas y odio enterrado.

Está esa historia de Foster Wallace que podéis contar a vuestros familiares o lo que sean. No hace falta que digáis que la habéis leído en el New Yorker —esto puede generar cierto rechazo, normalmente la gente siente cierto rechazo por todos aquellos agentes que citen como si nada al New Yorker o el New York Times o el The Believer—, de hecho, es mejor que contéis la historia como si fuera algo que conocéis de primera mano, como si fuera algo que hiciera a menudo un colega vuestro de Valencia, el Carlitos.

En fin, es una historia que siempre funciona, a la gente le gusta y muchas veces genera debate. Básicamente es la historia de un tipo que tiene el brazo deformado de nacimiento y que para "pillar" les dice a las tías que tiene un brazo atrofiado y que es realmente asqueroso. El tema importante de la historia es que cuando el tipo enseña ese bracito a las chicas, estas fingen que no es tan feo —cuando sí lo es, el aparato es un completo desastre y, además, el tipo fuerza posiciones para que sea aún más desagradable— y se sienten mal con ellas mismas y se ven obligadas a estar con el tipo. Es una historia magnífica.

BIMBO O CHAPATA

Lo que en un principio puede parecer el nombre de unos dibujos animados infantiles —Bimbo es un perro regordete muy amigo de Chapata, un carpintero gruñón— es en realidad un dilema moral. El pan Bimbo dura varios días, es suave y no le quita el protagonismo a los condimentos pero la chapata es más natural, crujiente y de mayor resistencia y sabor. Es un buen ejercicio plantear este dilema a los comensales para poder empezar a dilucidar con qué tipo de personas te relacionas en la vida: frágiles e indecisas o duras y sin sentimientos. Las personas solo pueden ser una cosa o la otra. Una cosa. O la otra.

LA PERSONA QUE ODIA LAS ACEITUNAS O LA QUE NUNCA HA PROBADO LA COCA-COLA

Siempre, durante alguna comida de estas, aparece alguien que lanza al aire una idea extraña con total tranquilidad. Es habitual encontrarse con el típico individuo que dice que nunca ha probado una Coca-Cola y que "a estas alturas" no lo piensa hacer; o el que siente un asco profundísimo —desmesurado— hacia las aceitunas, sobre todo los huesos repletos de trocitos de oliva medio mordisqueadas que yacen cómodamente sobre el mantel, al lado de los vasos llenos de Coca-Cola.

Si la conversación empieza a volverse insulsa, siempre puedes inventarte una de estas fobias extrañas: "yo es que cuando como sopa tengo que ponerme una mano en el bolsillo, siempre". "No quiero sentarme al lado de hombres". "Prefiero no besar a la gente en la mejilla". Cualquier cosa sirve. Entonces la gente te increpará pero luego dirás que todo es una broma y que solamente pretendías hacer interesante una velada pésima repleta de comensales lamentables y, por qué no decirlo, feos.

LAS TOALLITAS HÚMEDAS

Lanzar esta frase mientras la gente empieza a degustar el segundo plato: "pues yo ahora, después de defecar, siempre me limpio con esas toallitas húmedas. Van bastante bien, mucho mejor que el papel convencional, sin duda".

LA AVENTURA

Propones que vas a dejarlo todo para vivir una aventura. Adiós al trabajo, a tu pareja, a ese niño de 15 meses y adiós a toda la familia. Invertirás todos tus ahorros en comprar un billete de avión hacia el aeropuerto internacional de Soekarno–Hatta —en Indonesia—, una chabola y varios cuchillos profesionales. Buscarás tesoros perdidos y, principalmente "comunicarte con Gaia". No dejarás ni un duro a tu familia y te dará igual, porque, de algún modo, sabes que no volverás vivo y nunca tendrás que afrontar litigios legales. Desde fuera, tu aventura existencial será percibida como una huida demencial hacia un gazpacho de violencia, drogas y sexo con menores.

Publicado originalmente en VICE.com