Las subculturas están perdiendo su verdadera identidad

Por Tish Weinstock

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Hoy en día, la música que escuchamos ya no influye la forma en la que vestimos. En nuestra sociedad orientada al consumo y obsesionada con las redes sociales, las subculturas musicales corren el peligro de perder su identidad y su poder para cuestionar…

Gracias a las maravillas de la tecnología moderna, hoy en día podemos tener cualquier tipo de música a nuestro alcance, en cualquier lugar y en cualquier momento. Hemos abierto nuestros iPhones a artistas de todas partes del mundo, ¿pero qué es lo que significa en realidad para nosotros este acceso ilimitado a la música? No solo nos hace más difícil comprometernos con un género determinado, sino que a la vez hace que nuestras elecciones musicales pierdan cada vez más su habilidad para cuestionar el status quo.

Muy al contrario del comportamiento de la juventud distraída de hoy en día, que pasan los días jugueteando con palos para selfies y poniendo hashtags con su nombre hasta la saciedad, los chavales de las generaciones pasadas vivieron y respiraron la música, hasta el punto que ésta dictó cómo tenían que vestir, cómo tenían que bailar, con quién tenían que pasar el rato y qué drogas tenían que tomar. Esos chavales, que ya no son niños pero tampoco adultos, gastaron sus escasos ahorros en los trapitos perfectos y los vinilos menos conocidos, mientras intentaban establecer su propia identidad fuera de una cultura dominante conservadora y opresiva.

"La música lo abarcaba todo, era algo emocional y puro; era la vida tal y como nosotros la conocíamos y era una pasada", reflexiona Elaine Constantine, fotógrafa de moda y directora de la brillante película Northern Soul de 2014. El Northern Soul nació de la escena mod de los 60 en una discoteca llamada Twisted Wheel de Manchester, y desfiló al ritmo del agradable sonido Motown, hasta que pronto los DJ empezaron a buscar rarezas editadas por oscuras discográficas.

Casi como buscadores de oro o de otras extravagancias exóticas, los jóvenes ataviados con zapatos Oxford, pantalones holgados y camisetas Fred Perry estaban dispuestos a viajar hasta los lejanos y hostiles guetos de la América negra para encontrar el santo grial de caras B inéditas, temas olvidados y canciones nunca antes editadas. "El sentimiento de ser un outsider era genial", recuerda Elaine. "Nosotros permanecíamos bien despiertos y seguíamos bailando cuando el resto había caído en un letargo de embriaguez tras una noche en la discoteca del barrio bailando al ritmo de los grandes éxitos".

Se puede decir que este sentimiento de outsider, de no pertenecer a una cultura mayoritaria, es compartido por los punks, los góticos, los skinheads, los teddy boys, los mods, los roqueros, los raveros y cualquier otra subcultura que ha mantenido dividida a los jóvenes desde la Segunda Guerra Mundial. Porque, para los chavales insatisfechos de las generaciones pasadas, pertenecer a una subcultura era lo que les definía y, gracias a unos códigos sartoriales claramente definidos para que encajaran con sus distintivos gustos musicales, no quedaba ningún lugar a dudas de a qué tribu pertenecían.

"Por aquel entonces, la música estaba detrás de cualquier cosa", coincide Gavin Watson, fotógrafo de culto y autor del icónico libro de fotos, Skins and Punks. "En el colegio hablabas de los grupos que te gustaban. Cuando salías del colegio seguías hablando de los grupos que te gustaban. Esa era la forma que tenías de relacionarte con tu grupo de amigos. Recuerdo escuchar a Madness en Top of the Pops cuando tenía 14 años. Me quedé alucinado. Al día siguiente, no se hablaba de otra cosa en el instituto: ¡¿Qué grupo era ese?!

Hasta poco después no descubrí quiénes eran los skinheads. En ese momento solo pensé: 'Este grupo mola todo, quiero parecerme a ellos'". Pero en aquellos tiempos eso no era tan fácil como pillarte el look completo en Asos: si querías parecerte a tu grupo favorito, tenías que empezar por salir de casa para currártelo.

Incluso acceder a la propia música no era tan sencillo, es cierto que había revistas de música y programas en la radio, pero no había un Soundcloud o Spotify donde poder escuchar tus canciones favoritas, ni Tumblrs o un Instagram lleno de selfies de gente vistiendo Fred Perry para admirar y copiar. Solo tenías a tu alcance pedacitos de información que escuchabas en un suspiro en algún rincón oscuro de un concierto, al que seguramente te habías colado con mucho apuro porque no se permitía la entrada a menores. "Esto hacía que la emoción siempre se mantuviera viva", recuerda Watson. "La música liberaba la presión de tener que vivir".

La juventud de hoy se encuentra muy lejos de las generaciones anteriores, con todos los jóvenes metidos en el mismo saco por haber tenido que luchar contra los mismos elevados costes de la educación, la falta de trabajo, los alquileres prohibitivos y por el hecho de haber crecido con Facebook, por no hablar de la homogenización a la que se les ha sometido con términos como "generación del milenio" o "generación X/Y/Z/ lo que sea".

Ahogados por una sobrecarga de información y malacostumbrados por el acceso digital a absolutamente todo y cualquier cosa, los jóvenes de hoy ya no nos dividimos en diferentes subculturas, y la gran mayoría de música que escuchamos ya no dicta los muchos estilos de ropa que llevamos. "En la actualidad es mucho más difícil mantener las cosas dentro del terreno desconocido puesto que internet ha creado una generación de 'lo quiero todo y lo quiero ahora'", coincide Mike Pickering, que fue DJ en The Hacienda durante los 90 y uno de los grandes pioneros del acid house en el Reino Unido. "Creo que todavía hay muchas subculturas, pero no hay nada que sea demasiado revolucionario".

Desde el grime al gabba, de la música de PC al J-POP, la variedad de la oferta que tenemos hoy en día es inmensa, y podemos acceder a ella fácilmente (lejos han quedado los viajes al guetto negro de los EE UU para encontrar un vinilo hasta entonces desconocido), por ello y por estar programados para un consumo rápido, ya no sentimos la necesidad de comprometernos con un género de música determinado como hacíamos antes. Incluso cuando lo hacemos, como la forma de disfrutar de nuestra música es mayoritariamente a través de nuestros dispositivos personales, como nuestro iPhone o iPod, nuestros gustos musicales ya no son un sentimiento colectivo como antes, sino que se han quedado en una cosa mucho más individual, lo que hace que las subculturas musicales estén perdiendo cada vez más su identidad. Esto, a su vez, repercute en cómo vestimos; puesto que sin tener un género musical que dicte nuestras elecciones y con internet abriéndonos las puertas a cualquier estilo desde el harajuku al health goth, del normcore al Navajo y del seapunk al chola, podemos adoptar y dejar cualquier moda post-internet con solo un par de clics.

Además, en nuestra sociedad orientada al consumo y obsesionada con las redes sociales, las subculturas no solo están perdiendo su identidad, sino también su habilidad para cuestionar el status quo. Aunque internet nos ha ayudado mucho a democratizar la música y la cultura que le rodea, haciéndola universal y accesible a cualquiera y permitiendo que nos conectemos a personas con nuestras mismas inquietudes desde cualquier parte del mundo, también tiene el poder de insensibilizarnos y llevarnos hacia un consumo mecánico.

"Ahora la separación entre los diferentes grupos de jóvenes es menor de la que había al final de los 70 y principios de los 80", coincide el legendario fotógrafo británico Derek Ridgers. "Gracias a Instagram, Facebook y Twitter, cualquier cosa puede convertirse en el centro de toda atención el mismo día en que sucede, porque la gente lo tuitea o lo comparte en sus redes sociales y se entera de forma inmediata. Y entonces, casi igual de inmediatamente, la gente se pondrá a juzgarlo y criticarlo en la red. Así que estas cosas ya no tienen la oportunidad real de seguir creciendo más allá de este momento de atención, como lo hacían antes".

Si el término 'cultura' se refiere a las ideas, costumbres y comportamientos dominantes de una determinada sociedad, entonces 'subcultura' debería referirse a la subversión de esta cultura. Sin embargo, gracias a internet (que ha visto como las subculturas del pasado han quedado reducidas a un puñado de artilugios baratos y nostalgia comercial y, sobre todo, separadas de su significado subversivo original) las escenas que se desarrollan a las sombras de las subculturas de hoy en día se incorporan a la cultura mainstream más rápidamente de lo que tardas en hacerte un selfie. ¿Y cómo puede permanecer algo en el underground si ya se ha convertido en viral? ¿Cómo puede ser subversiva la música que se encuentra en la misma cuenta de Spotify que compartes con tu madre?

Aunque todas ellas son inevitablemente diferentes, algo que compartían las subculturas de anteriores generaciones es que se formaron en contraposición de la cultura mainstream. Eran rebeldes y subversivas. Se plantaban ante la sumisión mecánica, se enfrentaban al conservadurismo de sus padres y la opresión del gobierno. Mientras que si avanzamos hasta el momento presente, ¿qué es lo que son chola y navajo además de una desgraciada apropiación de culturas minoritarias? ¿Y qué me decís del health goth y el seapunk? Sí, tienen un look que resulta interesante de observar, pero no son más que el producto de una generación de jóvenes obsesionados con ellos mismos que se valoran según el número de 'likes' que son capaces de reunir.

Al publicar una foto de una sirena o de Joey Essex en un aeropuerto, vestido de pies a cabeza de Nasir Mazhar, ¿qué es lo que obtiene uno aparte de los ojos secos de mirar la pantalla y una erección virtual? Y luego está el normcore (la tendencia más buscada en google en el 2014), una moda que defiende la rebelión mediante el conformismo con una sociedad sosa y aburrida. ¿Qué sería más peligroso que adoctrinar a la juventud para que se someta a lo normal? De todas formas, ninguna de estas subculturas están asociadas con un tipo de música específico, solo se basan en la imagen.

A medida que avanzamos en el año que nos ha traído una enorme riqueza de tendencias sin sentido, deberíamos intentar que 2015 sea el año en que las subculturas encuentren su identidad. Hagamos que los jóvenes dejen sus iPhones y salgan al mundo real para participar en actividades de rebelión, en lugar de postear imágenes de ello con desgana. En definitiva, hagamos que el 2015 sea el año en el que salgamos de la narcolepsia a la que nos han llevado las redes sociales y revivamos nuestra pasión por la música.

Publicado originalmente en VICE.com