Estas personas cuentan cómo recobraron las ganas de vivir

Por Sophie Saint Thomas; traducción por Mario Abad

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Foto vía usuaria de Flickr amiraelwakil
Foto vía usuaria de Flickr amiraelwakil

No hay nada de glamuroso en el suicidio, y nadie lo sabe mejor que los que han sobrevivido a una tentativa.

Todos los años, 40.000 personas se quitan la vida en EE.UU. El suicidio sigue siendo la décima principal causa de muerte en el país y la tercera entre jóvenes con edades comprendidas entre los 15 y los 24 años. No hay nada de glamuroso en el suicidio, y nadie lo sabe mejor que los que han sobrevivido a una tentativa. Quisimos saber cómo afrontan la vida algunas personas a las que se les ha presentado una segunda oportunidad.

En VICE nos pusimos en contacto con varias personas que habían sobrevivido a un intento de suicidio. Melanie* es una estudiante de posgrado de 24 años original de Buffalo que ha salido adelante en una comunidad poliamorosa y gracias a su labor en una línea telefónica de prevención de suicidios. Shenika, de 26 años, es natural de Cleveland y gran fan de Weird Al Yankovic. También hablé con Sam, un chico de 27 años de Virginia que asegura que su perro le salvó la vida y que algún día espera poder abrir una granja de rescate de animales. Luego están Terry, de 20 años, que fue hijo adoptivo y espera poder adoptar niños él también, y Sara, de 20 años, que encontró en el baile un motivo para aferrarse a la vida.

*Algunos de los nombres se han cambiado a petición de los entrevistados.

Melanie, 24 años

Foto cortesía de Melanie
Foto cortesía de Melanie

VICE: Háblame de tu historia con la depresión.

Recuerdo que, cuando tenía nueve o diez años, tenía la sensación de estar viviendo en la época, el lugar y la familia equivocados, pero no tenía ni idea de cómo llegar a ser lo que quería ser. No me había planteado el suicidio hasta que una amiga lo intento cuando yo tenía 12 años. Aquella extraña experiencia me hizo ser consciente del poder que poseía para quitarme mi propia vida. Antes de aquello, yo salía con un tío de mi instituto que me maltrataba físicamente y llevaba una vida totalmente desarraigada. Cambié de instituto y de casa. Pasé de estar en un equipo de natación relajado a uno tan competitivo que resultaba abrumador. Tenía 15 años.

Háblame del intento.

Fue un domingo por la noche. Quería dejar el instituto y se lo dije a mi madre, que me respondió que no, así que la mandé a la mierda. Fui directa al botiquín de mi padre y cogí un montón de pastillas. Me tomé 40 de tylenol y 20 relajantes musculares. Una hora más tarde me desmayé. Mis padres vinieron a preguntarme si quería cenar y yo les dije que no, que me acababa de tomar un montón de pastillas. Si no se lo hubiera dicho, creo que no se habrían enterado de nada. Creo que dejé una nota en mi ordenador. Lo cierto es que la escribí porque pensaba que es lo que la gente hacía cuando se suicidaba, pero no tenía nada que decir.

¿Qué pasó después?

Estuve hospitalizada durante una semana y media y permanecí inconsciente unos tres días. Me hicieron una evaluación psicológica y luego tuve que estar en el hospital 72 horas más. Luego estuve una semana yendo al psicólogo. Recuerdo, aunque ya no jugara más al juego… de la vida, que tampoco encajaba con el resto de los chicos del centro psiquiátrico. Recuerdo haber pensado, «Buf, yo estoy mucho mejor que esta gente. Tengo que largarme de aquí».

¿Cómo fue todo después de aquello?

Creo que sufrí un proceso de negación, hasta que empecé en la universidad. Entonces volvía a sumirme en una depresión, a ser una víctima y a apoyarme en esa condición. Luego me di cuenta de que aquello era mi forma huir de muchas experiencias, algo que me estaba impidiendo seguir adelante y lograr mis objetivos. A partir de aquel momento hice un esfuerzo consciente por ser una persona completa.

Ahora pareces estar muy bien. ¿Qué es lo que más te gusta de estar viva?

Durante la época en la que iba al psicólogo y trataba de identificar el momento en que me había extraviado, aprendí a asimilar mi poliidentidad y empecé a trabajar en Trevor. Me sorprendió mucho saber que había más gente que sentía lo mismo que yo respecto a las relaciones poliamorosas y que no sería juzgada por ello. Creo que aquello fue quizá lo más emocionante. Y al trabajar en Trevor, hablando con personas que están pasando un mal momento, llegas a un grado de intimidad que no obtienes en una conversación normal. Es un vínculo que no he encontrado en ninguna otra parte del mundo.

¿Qué estás estudiando?

Un máster de epidemiología y bioestadística, para analizar la epidemiología psiquiátrica y la forma en que esta se ve afectada por la sexualidad. Estoy estudiando la distribución y los factores determinantes de los trastornos psiquiátricos en las distintas identidades sexuales y de género.

Shenika, 26 años

Foto cortesía de Shenika
Foto cortesía de Shenika

¿Cuándo sentiste el impulso de suicidarte por primera vez?

Mi vida ha estado llena de acontecimientos, por lo que creo que fue un cúmulo de cosas… El 2013 probablemente haya sido el peor año de mi vida hasta ahora. Tuve problemas familiares, perdí a algunos amigos, me anunciaron que quizá habría que operar a mi hija y descubrí que el trabajo para el que había pasado la mayor parte de mi vida preparándome no era para mí. Pero el punto crítico fue a finales del año pasado, en el momento en que se estaba produciendo un cambio en mi relación. Después de cinco o seis meses de crueles rupturas, estaba al borde de la locura. Ya no quería seguir viviendo esta vida, cualquier cosa me parecía mejor que el calvario que estaba sufriendo.

¿Hubo alguna tentativa?

Un día mi novio me dejó para recoger mi coche del taller y se marchó con otra mujer. Me metí en el coche sin saber qué hacer. Había estado dejando a mi hija en casa de sus abuelos desde que empezó la escuela y, como estaba tan mal durante aquellos meses, no quería que me viera así. Me puse a conducir. Recuerdo que pensé, Si me estrello, todo se habrá acabado. El 6 de marzo de 2014, conduje mi coche a 140 km/h por una vía con un límite de velocidad de 50 km/h y llena de socavones. Milagrosamente, no me estrellé.

¿Cómo sobreviviste?

Cuando fui consciente de lo que había hecho y de lo que podría haber ocurrido, conduje hasta el hospital más cercano y dije al personal que sentía impulsos de autolesionarme. Después de varias horas de histerismo y de conversaciones con un psiquiatra, accedí a ingresar voluntariamente en una clínica para los trastornos del carácter durante cinco días como mínimo. La estancia en el centro me sirvió para saber más sobre la depresión y sobre mi diagnóstico, la depresión maníaca.

¿Cuál ha sido tu mayor logro desde aquel día?

Dejar el instituto y dar un cambio de rumbo a mi vida. El logro es conseguir pasar de todo y hacer algo que realmente me aporte felicidad. Lo más gratificante de estar en casa y crear mi propio negocio es que puedo meterme en la camioneta, poner la música a todo volumen con las ventanillas bajadas y asustar a la gente con las caras que pongo y mi horrible forma de cantar. Lo que más disfruto es la sensación de total libertad, poder irme donde quiera y cuando quiera con mi música. Un día iba conduciendo por la obra con Weird Al a toda pastilla y me quedé mirando fijamente a la persona que había en el coche de al lado, asintiendo con la cabeza. Aceleraron y se largaron, sacudiendo la cabeza. Es increíble lo feliz que puede hacerte una tontería como esa.

Sam, 27 años

Harris, el perro de Sam. Foto cortesía de Sam
Harris, el perro de Sam. Foto cortesía de Sam

¿Cuánto hace que sufriste depresión?

Bueno, todavía la sufro. Es una lucha diaria. Hay días en los que me levanto y lo primero que me pasa por la cabeza es: «Pégate un tiro en la cabeza». Nunca voy a acostumbrarme. No se trata solo de una cosa. Hay muchas cosas que me estresan: los préstamos estudiantiles, el desempleo, rupturas pasadas y esas cosas. Llevo así desde secundaria.

¿Cuándo intentaste suicidarte?

Fue en el instituto. Intenté ahorcarme en mi armario.

¿Cómo sobreviviste?

Había usado mi cinturón pero se rompió. Recuerdo que se rompió antes de desmayarme. Estaba intentando aflojarlo, deshacerlo, y se rompió.

¿Entonces cambiaste de idea respecto a ello?

Fue más bien una reacción de pánico. No hubo un pensamiento consciente en mi cabeza de no querer volver a intentarlo. Fue como pensar, «Joder, me estoy muriendo».

Ahora, más de una década después, estás aquí. ¿Qué es lo que más te gusta de la vida?

Bueno, soy un poco friki. Me gustan los videojuegos y sobre todo las películas. Son mi válvula de escape. Antes lo eran las drogas, pero ya he cerrado ese capítulo de mi vida. Juego con mi perro. Mi perro Harris lo es todo, me salva la vida a diario. Desde que lo tengo, hace cuatro o cinco años, cada vez que tengo pensamientos [suicidas], siempre me digo a mí mismo: «No puedo hacerle esto a Harris».

¿Cuál es tu sueño?

Tener mi propia granja. Quiero un centro de rescate de perros.

Terry, 20 años

¿Cuándo fue la primera vez que tuviste pensamientos suicidas?

Cuando tenía 17 años, y lo intenté a los 18, el 15 de octubre de 2013. Compré tres cajas de paracetamol y me las tomé de golpe en el trabajo. Como no paraba de vomitar, me llevaron al hospital. Me dieron pastillas para provocarme el vómito. Me daba la sensación de estar echando hasta las tripas. Tuve que pasar la noche en el hospital, mientras me hacían analíticas de sangre.

¿Cuál es la razón por la que más te alegras de estar vivo?

Mis amigos, a los que sé que puedo recurrir cuando estoy de bajón. Ellos saben cómo animarme. También el haber retomado el contacto con mi padre y mis hermanitos, a los que hacía mucho que no veía, ya que yo soy adoptado. Hacía más de nueve años que no los veía. Mi sueño es ser padre adoptivo y cuidar de niños que están en la misma situación en la que yo estuve un día, darles amor y cariño para que no vayan por la vida sin saber lo que es ser querido. Desgraciadamente, no hay mucha gente dispuesta a adoptar, sobre todo por el dinero. Otro de mis sueños es simplemente ser feliz y tener mi propia familia, una que me quiera incondicionalmente. Mi recuerdo preferido es de la Navidad de 2013, con mi pareja y sus padres, después del intento de suicidio. ¡No recuerdo haber tenido unas fiestas navideñas como Dios manda hasta aquel día!

Sara, 20 años

Foto cortesía de Sara
Foto cortesía de Sara

Háblame de tu intento de suicidio.

Acababa de entrar en el instituto cuando intenté quitarme la vida. Mi padre era alcohólico, drogadicto y muy, muy agresivo, tanto física como emocional y mentalmente. Tuve que soportar esa situación hasta los 12 años, cuando mi madre se divorció de él, pero el daño ya estaba hecho. También sufría un trastorno alimentario. Pesaba 38.5 kg en mi primer año de instituto y sentía que había tocado fondo.

¿Cuándo intentaste quitarte la vida?

Sufría ataques tan fuertes que hasta me impedían respirar. Recuerdo que escribí en mi diario sin saber qué estaba escribiendo, así que decidí que no podía más. Mi hermano estaba en casa. Fui al baño y cogí ibuprofeno. Comencé a tomar pastillas. Creo que me tomé unas 60 y luego me fui a mi habitación. Empecé a sentir mucho sueño y sed, así que fui a la cocina para beber un vaso de agua, y eso es lo último que recuerdo. Desperté en el hospital con mi hermano sentado junto a mí.

¿Qué te ha hecho recuperar las ganas de vivir?

Antes de aquello era bailarina, pero no me lo tomaba muy en serio. Cuando volví a casa, me apunté a una escuela de danza Mi profesora un día me sentó y me dijo, «Yo creo que deberías bailar más». Así que empecé a bailar todos los días. Me salvó la vida. No se me daba bien expresar mis sentimientos verbalmente, pero podía hacerlo a través de la danza. Luego también di clases, sobre todo de contemporáneo, pero hice de todo.

¿La danza sigue formando parte de tu vida, ahora?

Sí. De hecho, ahora soy la capitana del equipo de baile de mi universidad. Acabo de terminar mi año como profesora en una escuela llamada Dance Fusion, para niños que no tienen recursos para apuntarse a clases. Nosotros les enseñamos a bailar gratis o por una cuota bajísima.

Publicado originalmente en VICE.com