Cuando el primer ministro Keir Starmer se reunió con Donald Trump en la Torre Trump para cenar el 26 de septiembre, formaba parte de una ofensiva de encanto británica para alimentar una relación entre un líder de izquierda y un posible presidente de derecha. Por eso, cuando Trump se dirigió a Starmer antes de despedirse y le dijo: “Somos amigos”, según una persona que participó en la velada, no pasó desapercibido.
Lo que no se sabe es si lograrán mantener esa amistad.
Durante los meses previos al regreso político de Trump -y en los intensos días posteriores a la confirmación de su victoria-, los líderes extranjeros se han apresurado, una vez más, a congraciarse con él. Sus emisarios han cultivado relaciones con personas en la órbita de Trump o con grupos de investigación que se espera sean influyentes en el establecimiento de políticas para un segundo gobierno de Trump.
Algunos líderes, como el presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky, están redactando sus discursos para apelar a la naturaleza transaccional de Trump; otros, como el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, han desplegado equipos de funcionarios en Estados Unidos para visitar a decenas de líderes republicanos con la esperanza de que puedan moderar los instintos más radicales de Trump sobre la imposición de aranceles.
La historia sugiere que muchos de estos esfuerzos por tender puentes fracasarán. Al final de su primer mandato, Trump se había enemistado con varios líderes con los que empezó en buenos términos. Su política comercial proteccionista y su aversión a las alianzas --unidas a una personalidad mercurial-- alimentaron conflictos que anularon el entendimiento que los líderes se habían esforzado en cultivar.
"Hubo dos equivocaciones sobre Trump", dijo en una entrevista Malcolm Turnbull, ex primer ministro de Australia. "La primera fue que sería diferente en el cargo de lo que fue en la campaña electoral. La segunda fue que la mejor manera de tratar con él era a través de la adulación".
En enero de 2017, Turnbull tuvo una llamada telefónica notoriamente hostil con Trump sobre si Estados Unidos cumpliría un acuerdo de la era Obama para aceptar 1250 refugiados, al que Trump se opuso (Estados Unidos terminó aceptándolos). Turnbull dijo que tiempo después encontró otros puntos en común con Trump, e incluso lo convenció para que no impusiera aranceles a algunas exportaciones australianas.
La diferencia esta vez, dijo Turnbull, es que “todo el mundo sabe exactamente con qué se va a conseguir. Es muy transaccional. Tienes que ser capaz de demostrar que cierto determinado curso de acción es de su interés”.
Mucho antes de las elecciones, los líderes empezaron a anticiparse a una victoria de Trump, buscando contactarle. Zelensky se reunió con él en Nueva York la misma semana que Starmer. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, viajó en julio a Mar-a-Lago, la propiedad de Trump en Palm Beach, Florida, al igual que el primer ministro húngaro, Viktor Orban.
Orban, un populista cuyo estilo autocrático es un modelo para algunos miembros del movimiento MAGA de Trump, es quizá quien más cerca ha estado de descifrar cómo relacionarse con Trump. Ambos se reúnen y hablan regularmente por teléfono; se deshacen en elogios en lo que se ha convertido en una sociedad de admiración mutua.
Trump ha dicho que Orban es un “líder muy grande, un hombre muy fuerte”, al que algunos no quieren solo “porque es demasiado fuerte”. Orban, por su parte, ha elogiado a Trump como la única esperanza para la paz en Ucrania y para la derrota de los “globalistas progre”.
Cómo convencer a Trump
Convencer a Trump de que las prioridades de Ucrania se alinean con sus propios intereses es el centro de la estrategia de Zelensky. El escepticismo de Trump sobre el apoyo militar a Ucrania contra Rusia es bien conocido: afirma que podría poner fin a la guerra en un día, tal vez incluso antes de asumir el cargo, aunque no ha dicho cómo. Los analistas temen que obligue a Zelensky a llegar a un acuerdo de paz con el presidente Vladimir Putin que afiance las conquistas territoriales rusas en Ucrania.
En su reunión en Nueva York, Zelensky argumentó que la defensa de Ucrania tiene un interés económico para Estados Unidos. Esto se debe a que gran parte de la ayuda militar estadounidense beneficia a los propios contratistas de defensa del país, por ejemplo, Lockheed Martin, que fabrica el sistema de cohetes HIMARS, que se ha convertido en un arma vital en el arsenal ucraniano.
Funcionarios ucranianos han trabajado con aliados republicanos en Washington para desarrollar nuevas formas de estructurar la ayuda militar, incluida la creación de un programa de préstamo de 500 mil millones de dólares para ayudar a Ucrania a defenderse. Esa idea fue de Mike Pompeo, ex secretario de Estado y exdirector de la CIA en el primer gobierno de Trump, quien podría asumir un papel prominente en el nuevo.
“En mi opinión, deberíamos adoptar una posición proactiva”, dijo Oleksandr Merezhko, presidente de la comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento ucraniano. “Es especialmente importante y oportuno mientras Trump empieza a formar su gobierno y su equipo de política exterior, y mientras empieza a formarse el nuevo Congreso”.
Merezhko dice que ha leído varios libros sobre el primer gobierno de Trump para ayudarle a entender cómo transitar en un segundo gobierno de Trump. También tuvo dos reuniones --una en Washington y otra en Lituania-- con la Heritage Foundation, un instituto de política conservadora cuyas filas están llenas de personas que sirvieron en el gobierno de Trump o en sus equipos de campaña o transición.
Zelensky y Trump tienen historia: la llamada telefónica de Trump al líder ucraniano en 2019, en la que el mandatario estadounidense lo instó a investigar a Joseph R. Biden Jr., desencadenó el primer proceso de juicio político en su contra.
El miércoles, sin embargo, Zelensky se ganó un codiciado lugar cerca de la cima de la lista de felicitadores de Trump, y ofreció al presidente electo un elogio sin reservas por lo que llamó una “victoria histórica y aplastante”. “Fue una conversación muy amena”, dijo Zelensky. No mencionó que Trump había puesto al teléfono a Elon Musk, el multimillonario de Silicon Valley que apoyó su campaña.
Una red muy amplia
Canadá también ha lanzado una amplia red para influir en el gobierno entrante. Desde el pasado mes de enero, Trudeau ha enviado a ministros de su gabinete en visitas periódicas a EEUU para reunirse con funcionarios federales y estatales y promover el valor de la extensa relación comercial entre EEUU y Canadá.
Trump ha dicho que quiere que todos los productos importados estén sujetos a un arancel del 10 por ciento o superior. Eso sería catastrófico para Canadá. Los enviados de Trudeau intentaron decir a todos los que pudieron que también sería malo para Estados Unidos. Se desplegaron por 23 estados, dirigiéndose a los líderes republicanos.
El propio Trudeau ha tenido una relación conflictiva con Trump. Solían tener una relación amistosa hasta que tuvieron un impasse por el tema de los aranceles. Trump abandonó una reunión del Grupo de los 7 en Canadá en 2018 y llamó a Trudeau “deshonesto y débil”. Pero la viceprimera ministra de Canadá, Chrystia Freeland, ha mantenido buenas relaciones con Robert Lighthizer, el principal asesor de Trump en materia de comercio, desde su trabajo juntos en la negociación de un acuerdo comercial sucesor del TLCAN.
Freeland dijo que ella y Lighthizer habían discutido recientemente cómo una avalancha de importaciones chinas socavaba la fabricación en Estados Unidos y perjudicaba a los trabajadores de clase media. "Es un área en la que el embajador Lighthizer y yo estamos muy de acuerdo", dijo a los periodistas.
Dentro y fuera
Comprometerse con un nuevo gobierno de Trump es más fácil para algunos países que para otros. Durante varios meses, funcionarios israelíes han dado sesiones informativas sobre la guerra en Gaza a Jared Kushner, el yerno de Trump, quien trabajó en asuntos de Medio Oriente durante su primer mandato, y David Friedman, quien se desempeñó como embajador de Trump en Israel, dijeron dos funcionarios israelíes, quienes hablaron bajo condición de anonimato para discutir reuniones sensibles.
Yossi Dagan, un líder de los colonos israelíes que hizo campaña por Trump, ya ha sido invitado a asistir a su toma de posesión en Washington, dijo una portavoz de Dagan, Esther Allush. Dagan recibió a Friedman en un acto para promocionar su libro, Un Estado judío, el mes pasado.
Netanyahu, como Trudeau, ha tenido sus altibajos con Trump. Durante su primer mandato, Trump reconoció Jerusalén como capital de Israel y trasladó allí la embajada estadounidense, lo que dio a Netanyahu una gran victoria. Pero en 2020, Netanyahu lo hizo enfadar cuando felicitó a Biden por su victoria en las elecciones presidenciales.
Después de su visita para limar asperezas a Mar-a-Lago, Netanyahu fue uno de los primeros líderes en llamar a Trump el miércoles para lo que el gobierno israelí describió como una conversación "cálida y cordial".
Fue una expresión comedida, comparada con la utilizada por otros líderes. El presidente de Kenia, William Ruto, el único líder africano recibido por Biden para una visita de Estado, dijo que la victoria de Trump era un tributo a su “liderazgo visionario, audaz e innovador”.
Taiwán, cuya autonomía está amenazada por una China cada vez más expansionista, es una de las zonas conflictivas mundiales más deseosas de ganarse la atención de Trump. En 2016, Trump atendió una llamada telefónica de Tsai Ing-wen, entonces presidenta de Taiwán, lo que significó una ruptura con la convención de EEUU contra los contactos políticos de alto nivel con Taiwán después de que Washington cambiara el reconocimiento diplomático a Pekín en 1979.
Eso hacía presagiar un mayor apoyo a Taiwán bajo el mandato de Trump. Pero su actitud hacia la isla se ha enfriado desde entonces, y hasta ahora no hay señales de una llamada entre él y el actual presidente taiwanés, Lai Ching-te. Tanto Lai como el presidente chino, Xi Jinping, enviaron mensajes de felicitación a Trump.
En la Unión Europea, la ansiedad por el regreso de Trump también ha provocado una lluvia de ideas preventiva. En las últimas semanas, Björn Seibert, el principal asesor de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha celebrado sesiones en pequeños grupos con embajadores para debatir escenarios para el próximo gobierno. Estos se han centrado en Trump y el comercio, dijeron varios funcionarios europeos.
Los diplomáticos europeos son realistas sobre la tarea a la que se enfrentan. Pero se aferran a la idea de que, con el enfoque adecuado, se puede influir en Trump.
Karen Pierce, embajadora británica en Estados Unidos, dijo: “Con el presidente Trump, es el arte de lo posible. Si puedes explicar lo que podemos hacer juntos y cómo podemos mejorar las cosas de manera significativa, entonces puedes progresar”.
El predecesor de Pierce como embajador, Kim Darroch, se vio obligado a dejar su puesto después de que un periódico británico filtrara sus cables diplomáticos críticos con Trump. Quizá comprensiblemente, tiene una visión más cautelosa del valor de acercarse a Trump.
“Es esencial hacerlo; es negligente no hacerlo”, dijo Darroch. “Pero soy escéptico de que lo hagamos cambiar en temas en los que ha hecho compromisos públicos, ya sean aranceles o poner fin a los suministros de armas de EEUU a Ucrania”.
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