Reseña de 'Beetlejuice Beetlejuice': más de lo mismo (y eso no es malo)

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Tim Burton regresa con la alineación clásica (Michael Keaton, Winona Ryder, incluso Bob, el de la cabeza reducida) en una secuela que, aunque va a lo seguro, divierte y aporta la dosis de nostalgia que exigen los viejos fans.

Después de más de tres décadas y de diversos éxitos, fracasos y productos derivados como una serie animada y un musical de Broadway, la mayoría de las piezas clave del grupo original de Beetlejuice --Tim Burton, Michael Keaton, Winona Ryder, Catherine O'Hara, Bob el de la cabeza reducida-- vuelven a reunirse. Como era de esperar, muchas cosas han cambiado por el camino, pero una de las cosas agradables de las reuniones es que, cuando un grupo se ha ganado un lugar en tu conciencia, como lo hizo este en 1988, a uno no le importan (demasiado) sus esporádicas notas amargas y sus tiempos flojos.

Y, así, llega la siempre encantadora Ryder como Lydia Deetz, la otrora chica gótica cuya familia se metió en múltiples problemas la última vez. Vestida con su habitual atuendo negro desde el flequillo hasta las botas, con el rostro tan etéreamente pálido como siempre, Lydia es la presentadora de un programa de televisión de tendencias paranormales, Ghost House With Lydia Deetz, y se ha convertido en una modesta celebridad. Pero aunque ante las cámaras se ve bien, Lydia sigue siendo un alma atormentada, y no solo son los recuerdos de Beetlejuice (Keaton) los que la persiguen: es viuda, y su hija, Astrid (Jenna Ortega), es una hastiada y fastidiada réplica de su melancolía que muere de ganas de que algo llegue a cambiar su mundo.

Al parecer, Burton también muere de ganas, pues comienza la fiesta sin mayor ceremonia, echando a andar el mórbido segundo capítulo en cuanto los personajes se presentan. Entre ellos se encuentra la cabeza hueca más despistada de la primera película, la madrastra de Lydia, Delia (O'Hara), una pretenciosa artista con un ego desmesurado y una cruel falta de talento. Lydia se lleva mejor con ella, en parte porque necesita a alguien de su lado, ya que su padre no tarda en morir; es despachado pronto en una secuencia animada satisfactoriamente sangrienta. (El personaje fue interpretado en la primera película por Jeffrey Jones, quien se declaró culpable en 2010 de no actualizar su registro como delincuente sexual).

La muerte del padre se convierte en la excusa para que Lydia y el resto regresen al viejo escenario de los horripilantes incidentes del pasado, la casa en la ladera de una colina con un amplio pórtico y plagas molestas. Una vez allí, Burton suelta a sus alegremente malignos payasos, y los personajes entran en acción con portales mágicos y visitantes del más allá. De manera un tanto superficial, Burton y compañía agregan algunas complicaciones románticas a la mezcla, en parte, al parecer, porque alguien aquí cree que los personajes femeninos necesitan un galán. Uno de los enredos involucra a Lydia y a su novio productor, Rory (Justin Theroux, ridículamente insufrible), un personaje que parece pedir a gritos que lo odien; el otro, menos desarrollado, concierne a Astrid y a un guapito local, Jeremy (Arthur Conti).

No sé por qué alguien pensó que Beetlejuice necesitaba algún tipo de interés amoroso aparte de Lydia, su antiguo flechazo. Sea como sea, Monica Bellucci aparece aquí como su ex, la más reciente de una serie de ostentosas divas de Burton. Debido a la profunda toxicidad de su personaje, es difícil no preguntarse si los cineastas no estarán haciendo un chiste relacionado con los malos divorcios. Además de verse increíble (cosa fácil), Bellucci no tiene mucho más que hacer. Al igual que Willem Dafoe --con una predeciblemente entretenida interpretación de un mal actor muerto-- Bellucci es un adorno atractivo, algo que admirar en medio de las charlas, las risas y los efectos especiales artesanales, que conservan su humilde atractivo y el toque humano.

El mejor efecto especial sigue siendo el Beetlejuice de Keaton, por atenuado que sea. La película original era al mismo tiempo un carnaval y una cómica crisis familiar con corazón (y otras partes del cuerpo), pero el sonriente personaje que la llevó al límite fue el de Keaton. Con su rostro blanco como la muerte y su melena electrificada, Beetlejuice había sido diseñado para captar tu atención (y tal vez evocar a Jack Nicholson en Atrapado sin salida). Sin embargo, lo que te mantenía embelesado era la excitante gama expresiva y la imprevisibilidad de Keaton. Con sus ojos desorbitados y su ronco gruñido, jugaba con tus emociones mientras te hacía cuestionar al tipo bajo del disfraz. Parecía casi peligroso, lo que hacía a la película también escalofriante. Incluso cuando Beetlejuice jugueteaba con los géneros, las vocalizaciones de Keaton --que escupía palabras casi como un jazzista-- y su inquieta presencia física evitaban que la película cayera en lo genérico.

La nostalgia es uno de los mayores atractivos de las reuniones, pero también uno de los peligros más difíciles de sortear para los cineastas. Si un director se desvía demasiado de los placeres del material original, o intenta reproducirlos de forma oportunista, la secuela podría no gustarle a los viejos fanáticos, mientras que los nuevos espectadores podrían confundirse o aburrirse y buscar otra cosa. Supongo que esa es una de las razones por las que Burton y compañía --el guión fue escrito por Alfred Gough y Miles Millar, quienes comparten el crédito de la historia con Seth Grahame-Smith-- han ido a lo seguro en Beetlejuice Beetlejuice, manteniéndose ligeramente modernos mientras repiten sus grandes éxitos con guiños de complicidad. Está bien; ojalá fuera mejor.

Hasta cierto punto, sin duda siguiendo los preceptos de las secuelas, Beetlejuice Beetlejuice ofrece una familiaridad acogedora. Si la inquieta agitación de la interpretación original de Keaton hacía pensar que su personaje había ingerido demasiada cafeína, aunque probablemente haya sido algo mucho más fuerte, ahora parece más un tío superexcéntrico - solo que, bueno, uno muerto. Beetlejuice no se ha reformado exactamente, pero al igual que Burton, es más serio, más tranquilo, menos tenso y menos desestabilizador. También se ha convertido en un jefe, con un equipo a su entera disposición. Como el resto de sus colegas, parece casi adulto. Yendo a ver esta película, me preguntaba si lo entretenidamente desenfrenado podría regresar. No, no puede, nunca. Sin embargo, me reí.

Beetlejuice Beetlejuice

Clasificada PG-13 por sus travesuras sobrenaturales. Duración: 1 hora y 44 minutos. En cines.

Director: Tim Burton

Guionistas: Alfred Gough, Miles Millar, Seth Grahame-Smith, Michael McDowell, Larry Wilson

Protagonistas: Michael Keaton, Winona Ryder, Catherine O'Hara, Jenna Ortega, Justin Theroux

Clasificación: PG-13

Duración: 1h 44m

Géneros: Comedia, fantasía, terror

Manohla Dargis es la crítica de cine principal del Times. Más de Manohla Dargis

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