La última vez que Victoria’s Secret celebró un desfile de moda fue en 2018.
Durante más de veinte años, el espectáculo había sido un evento anual, un exótico desfile de chicas sensuales en tanga, como “Barbie” a través de la lente de Paul Verhoeven. Emitido en más de cien países para millones de espectadores, se volvió cada vez más absurdo hasta que el movimiento #YoTambién y el cambio social por fin acabaron con el espectáculo y los ingresos, dejando a la empresa en problemas pues ya estaba desfasada en cuanto al sentido de sí misma que tienen las mujeres.
La empresa retiró a los emblemáticos ángeles con sus bragas y sostenes levantadores portando enormes alas de diez kilos y los sustituyó por el Colectivo VS: un grupo de diez mujeres con logros notables y tipos de cuerpo notablemente diversos. Anunció que quería ser “la principal defensora de la mujer en el mundo”. Y entonces, el miércoles, Victoria’s Secret finalmente trajo de vuelta el espectáculo.
Más o menos.
Había una alfombra rosa empolvada con una carpa en el exterior del Manhattan Center, en la calle 34 de Manhattan, con Priyanka Chopra Jonas, Lourdes Leon, Alix Earle y varias modelos con poca ropa posando para los paparazzi. Afuera había curiosos con sus celulares y, dentro, vino espumoso, todo bañado por una suave luz rosa. Allí estaban Naomi Campbell, con un minivestido de cota de malla dorada, y Gigi Hadid, con una camiseta veraniega, elevadas por encima de la multitud en balcones VIP. También estaba Doechii, dando una serenata y bailando “twerk” con un corsé lila y botas hasta los muslos a juego. Incluso había un brillante par de alas. Hasta aquí, todo familiar.
Pero no había pasarela. Campbell estaba allí para recitar un poema de la escritora y artista nigeriana Eloghosa Osunde. Doechii compartió escenario con Goyo, cantante de Bogotá, Colombia, que entró en escena con una ombliguera y una falda confeccionados con una telaraña de ganchillo curvilíneo y brillante de la diseñadora bogotana Melissa Valdés. Las alas estaban colocadas en una sala circular especial, fuera de la cual serpenteaba una fila de invitados que esperaban para tomarse selfis, como queriendo documentar una reliquia de otra época.
Y Hadid sostenía un micrófono para presentar el acontecimiento principal de la velada: el avance de doce minutos de una película de 90 minutos que pretende ser la pieza final del pastel de la reinvención de VS.
“The Victoria’s Secret World Tour”, que se emitirá en Amazon Prime el 26 de septiembre, es una película que pretende mostrar el trabajo de “una nueva generación de creativas” (todas mujeres, por supuesto) de cuatro grandes ciudades —Lagos, Nigeria; Londres, Bogotá y Tokio— a fin de convencer al mundo de que se trata realmente de una nueva Victoria’s Secret.
Saliendo de ‘gira’
Basada en cinco minidesfiles de moda de cinco diseñadores diferentes de todo el mundo, cuyas colecciones se trajeron casi todas a España y se rodaron en el edificio Corberó (una obra maestra del brutalismo con arcos de hormigón en Barcelona, España), la película en su versión completa cuenta con un variado elenco de modelos —Adut Akech, Lila Moss Hack, Honey Dijon, Julia Fox y Yseult entre ellas—, así como algunos antiguos ángeles que regresan a la tierra, como Adriana Lima y Candice Swanepoel.
Hadid interpreta a una presentadora vestida con una bata de seda que intenta dar sentido a lo que está ocurriendo, ofreciendo observaciones como: “Han pasado cinco largos años sin lencería desde mi último desfile de Victoria’s Secret”. Doja Cat se presenta como artista musical y es el único miembro del reparto que lleva ropa interior clásicamente sexi.
Sin embargo, los segmentos de moda y música se intercalan con breves documentales sobre proyectos de las VS 20, otro grupo de mujeres: cinco de cada ciudad, entre ellas una diseñadora (que confeccionó la ropa de los desfiles desde el plató de Barcelona), una cineasta (que realizó el documental de cada ciudad) y otras tres “creativas”, como pintoras, poetas o músicas, a las que Victoria’s Secret dio un cheque en blanco para que hicieran lo que quisieran.
Resulta que pocas veces tuvo que ver con Victoria’s Secret en particular y más con lo que significa ser mujer y el significado del cuerpo en todo su esplendor imperfecto. Y, al igual que las prendas de los desfiles, que van desde los tejidos plateados de la diseñadora londinense Supriya Lele hasta las explosivas piezas con flecos de rafia de Bubu Ogisi, diseñadora de Lagos, procedentes de toda África, los proyectos no se producen en serie. Victoria’s Secret no utilizará el arte para ningún otro fin que no sea la película. En otras palabras, no se comercializará, lo que subraya el deseo altruista de la empresa de dar a las mujeres una plataforma lo más amplia posible sin recibir nada a cambio.
Excepto, por supuesto, que Victoria’s Secret está recibiendo algo de sus relaciones con sus artistas: los diversos sellos de aprobación de personas que de otro modo nunca habrían pensado mucho en una marca de lencería conocida por convertir a las mujeres en muñecas coleccionables.
El veredicto
El problema es que, al alzar tantas voces diferentes, al intentar con tanta seriedad ser todo para todas esas mujeres diferentes —todas las cuales estuvieron presentes el miércoles en la presentación, animándose unas a otras mientras los segmentos aparecían en la película—, la “gira” acaba por no ser nada en particular.
Al fin y al cabo, no basta con que una marca diga que representa a “las mujeres”. Tiene que ofrecer un punto de vista coherente sobre la mujer y lo que cree que necesita. Sobre todo si lo que fabrica es ropa interior, esa prenda tan íntima. Sobre todo si tiene el bagaje de Victoria’s Secret. (Además, toda la moda femenina debería, al menos en teoría, representar a las “mujeres”).
Quizá por eso, las partes más intrigantes de la película se deben a Jenny Fax, la diseñadora del segmento de Tokio, y de la artista londinense Michaela Stark, creadora de corsetería que obliga a enfrentarse a las partes del cuerpo que la mayoría de nosotros estamos condicionados a ocultar. Ambas se enfrentan directamente a la historia de Victoria’s Secret para convertirla en algo nuevo.
Fax, por ejemplo, creó un molde de su propia figura de mediana edad, con todas sus “lonjitas”, y a partir de ahí moldeó vestidos a su imagen en poliuretano termoplástico para que los llevaran sus modelos. Mezcló pastiches de la antigua lencería de Victoria’s Secret: sujetadores gigantes de encaje y camisones de gasa combinados en coloridas versiones de un vestido que, de otro modo, sería banal. Stark se adentró en los archivos reales de Victoria’s Secret y jugó con las alas y otros accesorios infantilizantes del pasado, para recuperarlos y recontextualizarlos como parte de su propio arte: se los puso a cuerpos a los que la antigua Victoria’s Secret nunca habría dejado entrar por la puerta.
Juntas, sus obras cuentan una historia sobre la confrontación de estas viejas costumbres y prejuicios, de los que la empresa fue en un principio cómplice, de la forma más irónicamente positiva. En sus manos, la ropa interior se convierte en una declaración de liberación. Es una identidad con la que Victoria’s Secret podría trabajar.
De hecho, para coincidir con la fiesta de prestreno, Victoria’s Secret publicó una nueva campaña en Instagram en la que aparecen muchas de las modelos de la película viviendo la vida en las calles de Nueva York —paseando, haciéndose las uñas, de pie frente a la tintorería— mientras llevan alas vintage. Es muy divertido de ver.
Una imagen de “The Victoria’s Secret World Tour” muestra a Honey Dijon luciendo un modelo de la colección Lagos de Bubu Ogisi. (Lola Raban-Oliva/Victoria’s Secret vía The New York Times)
Doja Cat en el evento Victoria’s Secret The Tour ‘23 en el Manhattan Center de Nueva York el 6 de septiembre de 2023. (Nina Westervelt/The New York Times)