Las reaperturas marcan una nueva fase: este ‘ensayo y error’ global afecta la vida de las personas

Por Max Fisher

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A los clientes se les toma la temperatura en un McDonald’s en la zona de Mong Kok de Hong Kong, el 29 de abril de 2020. (Lam Yik Fei/The New York Times)
A los clientes se les toma la temperatura en un McDonald’s en la zona de Mong Kok de Hong Kong, el 29 de abril de 2020. (Lam Yik Fei/The New York Times)

El mundo está entrando en un periodo de experimentación de alto riesgo, en el cual ciudades y países sirven como laboratorios al aire libre para saber cómo poner fin a la cuarentena con mayor seguridad y eficacia en medio del coronavirus.

Los gobiernos, incapaces de esperar indefinidamente a que la ciencia responda a cada enigma sobre qué hace que las infecciones se disparen en algunas circunstancias y no en otras, están impulsando políticas basadas en una comprensión creciente pero imperfecta del virus.

Y con poco consenso sobre la mejor manera de equilibrar la salud pública y las necesidades sociales y económicas, las sociedades se abren camino con ayuda de soluciones intermedias que serían desgarradoras incluso con mejor información sobre los posibles costos de cualquier política en vidas y modus vivendi.

“Estamos en medio de un periodo de ensayo y error a nivel mundial para tratar de encontrar la mejor solución en una situación muy difícil”, explicó Tom Inglesbury, director del Centro de Seguridad Sanitaria de la Universidad Johns Hopkins.

La primera ola de reaperturas, principalmente en Asia y Europa, nos da atisbos de lo que podría convertirse en un proceso continuo de experimentación y recalibración.

Cada política, como el distanciamiento de los estudiantes en las escuelas danesas o los controles de temperatura en los restaurantes de Hong Kong, si bien se basa en el conocimiento científico y en la relación costo-beneficio calculada, también es una prueba de lo que funciona, de lo que vale la pena y de lo que la gente aceptará.

Aunque la experiencia adquirida en la vida convertirá algunas incógnitas en conocimientos, muchas preguntas pueden quedar sin respuesta durante la que se espera que sea una crisis de uno a dos años.

Eso incluye la que puede ser la pregunta más difícil, pero la más urgente de todas: ¿cuál es el valor de una vida salvada?

Los países no tienen más remedio que adivinar los cálculos éticos que les revuelven el estómago. ¿Cuántas vidas deberían arriesgarse para salvar a mil personas del desempleo? ¿Para evitar que una generación de niños se atrase en la escuela? ¿Para salvaguardar una sensación de normalidad?

Aunque Inglesbury enfatizó que “hay muchos principios basados en la salud pública y el sentido común” que les sirven como guía, “no hay un plan de acción para esto”.

Sorteando lo desconocido...

Muchos países han modelado sus políticas, en parte, con base en la forma en que sortean las lagunas de conocimiento sobre el virus.

Por ejemplo: ¿estar al aire libre limita drásticamente la transmisión?

Lituania, en la creencia de que así es, está cerrando las calles de la capital para permitir que los restaurantes y bares abran sus puertas para dar servicio solo al aire libre.

Otros están poniendo a prueba esta hipótesis con mayor moderación. Bangkok está reabriendo los parques, pero prohíbe la mayoría de las actividades colectivas. Sídney reabrió las playas para nadar y surfear, pero no para tomar el sol ni socializar.

Otro misterio: ¿con qué facilidad y amplitud transmiten los niños el virus?

Algunos países están reabriendo las escuelas, tomando un riesgo calculado con base en los indicios de que los niños podrían estar relativamente seguros, mientras imponen restricciones en caso de que no lo estén.

Dinamarca abrió las escuelas a los niños más pequeños, quienes se cree que corren menos riesgo, pero con restricciones en cuanto al número de alumnos por grupo.

Alemania, mientras tanto, está invitando a volver a la escuela a los niños mayores que, según se piensa, podrían presentar un mayor riesgo de transmisión pero que cumplirán mejor con las normas sobre el uso de cubrebocas y distanciamiento.

Ensayo y error con mucho en juego

Cualquier medida de reapertura tiene como objetivo “equilibrar al menos tres cosas distintas”, comentó Ezekiel J. Emanuel, presidente del Departamento de Ética Médica y Política Sanitaria de la Universidad de Pensilvania.

Estas son: mantener bajas las infecciones, para evitar la saturación de los servicios de salud; mantener bajas las muertes, lo que implica detener las infecciones de mayor riesgo y controlar las cargas económicas y sociales.

Sin embargo, incluso si esperamos que una política determinada mejore una medida y empeore otra, las lagunas en el conocimiento sobre el coronavirus hacen que no sepamos por cuánto.

“Es evidente que encontrar el equilibrio correcto es el principal problema aquí. Es realmente difícil”, comentó Emanuel.

Por ejemplo, los funcionarios alemanes que reabrieron parcialmente las fábricas no tienen forma de prever cuántas personas se enfermarán ni cuántos empleos se salvarán como resultado.

La única manera de saber con seguridad si los beneficios de una política valen sus costos es, en muchos casos, ponerla a prueba y observar lo que sucede.

Entonces, cada paso hacia la reapertura también es un conjunto de experimentos con sociedades enteras que sirven como conejillos de indias o, si lo prefieren, como exploradores que se adentran audazmente en lo desconocido. De cualquier manera, pocos esperan que el proceso sea inocuo.

“Creo que es poco probable que consigamos el equilibrio correcto al principio, ya que es la primera vez que hacemos algo así”, explicó Inglesbury.

Por supuesto, las cifras de contagios de Alemania aumentaron, aunque de manera lo suficientemente modesta para que el país continúe su lenta reapertura.

India, en cambio, experimentó un aumento más marcado después de que se levantaron algunas restricciones, lo cual aumentó la posibilidad de regresar al cierre, como ya ha sucedido en algunas ciudades chinas.

Soluciones intermedias devastadoras

Incluso si el mundo pudiera cuantificar con certeza en qué medida afecta una política determinada tanto al virus como al bienestar social, no existe una fórmula para equilibrar ambos elementos.

Eso ha obligado a los líderes mundiales a enfrentar una interrogante con la que los éticos han luchado durante años: ¿cuánto debe la sociedad estar dispuesta a sacrificar para salvar una vida?

En otras palabras, ¿cuántas personas deberían quedarse sin trabajo para salvar una vida, sabiendo que el desempleo prolongado está asociado con la reducción de la esperanza de vida? ¿Cuántas muertes deberían permitirse si con ello una comunidad puede mantener la fábrica local en funcionamiento?

“Una de las cosas que es nueva aquí es el sacrificio del futuro a largo plazo de la gente”, comentó Emanuel, ético médico.

Sin fórmulas o respuestas fáciles, dijo: “alguien tiene que hacer esos sacrificios. No sé qué más hacer”.

Sociedades reformadas

Las que en un principio son cuestiones económicas o de salud pública se convierten rápidamente en cuestiones de filosofía y valores, pues no hay otras maneras de responderlas.

¿Qué tan agresivas deben ser las escuelas en la reapertura? Los nuevos brotes podrían poner en peligro a los adultos mayores o a las personas con enfermedades preexistentes. Pero un año de escuela perdido puede rezagar a un niño de por vida.

¿El valor de reabrir parcialmente un sitio cultural como Broadway se mide solo en términos económicos, o también en términos de la felicidad que trae a los espectadores y su contribución a la cultura? ¿Es eso suficiente para poner vidas en riesgo?

Las concesiones en la libertad y la privacidad, que ya se están haciendo en la individualista Corea del Sur, quizá perduren después de que la pandemia haya terminado. Las decisiones que se tomen podrían sumarse a las sociedades reconfiguradas en torno a los valores que las informaron.

A medida que las consecuencias de esas elecciones aumenten, los costos de la lucha contra la pandemia se harán más claros cada semana.

“Va a ser un acto de equilibrio muy difícil”, afirmó Inglesbury.

*Copyright: 2020 The New York Times Company