El número de muertos en Ecuador durante el brote está entre los peores del mundo

Por José María León Cabrera y Anatoly Kurmanaev

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Trabajadores de funerarias esperan con un ataúd en la parte trasera de una camioneta afuera del hospital Los Ceibos mientras los servicios de salud y funerarios han colapsado por la pandemia de coronavirus, en Guayaquil, Ecuador, 15 de abril, 2020. REUTERS / Santiago Arcos
Trabajadores de funerarias esperan con un ataúd en la parte trasera de una camioneta afuera del hospital Los Ceibos mientras los servicios de salud y funerarios han colapsado por la pandemia de coronavirus, en Guayaquil, Ecuador, 15 de abril, 2020. REUTERS / Santiago Arcos

Un análisis de datos hecho por The New York Times sugiere que la cifra de muertes en el país es 15 veces más alta que el registro oficial de víctimas de coronavirus, algo que llama la atención sobre los daños que el virus puede causar en los países en desarrollo.

QUITO — Ecuador ha sido devastado por el coronavirus: queda claro con los cuerpos abandonados en las aceras, desplomados en las sillas de ruedas, puestos en ataúdes de cartón y apilados por centenas en las morgues.

Pero la epidemia es incluso peor de lo que muchos ecuatorianos creen.

La pandemia ha dejado una cifra de fallecimientos en Ecuador que es al menos 15 veces más alta que la cantidad oficial reportada por el gobierno, según indica un análisis de los datos de mortalidad realizado por The New York Times.

Los números sugieren que el país sudamericano sufre uno de los peores brotes del mundo.

Las cifras son un terrible indicador del daño que el virus puede hacerle a los países en desarrollo, donde rápidamente puede llegar a abrumar los sistemas de salud e incluso la capacidad del gobierno de llevar el registro de cuántas personas sucumben a causa del virus.

“Había gente muriéndose a las puertas de nuestras clínicas y no teníamos cómo ayudarlas”, dice Marcelo Castillo, jefe de la unidad de cuidados intensivos en un hospital privado. “Madres, esposos, pidiendo entre lágrimas una cama, porque ‘tú eres doctor y tú nos tienes que ayudar’”.

Una cantidad pasmosa de personas murió —aproximadamente 7600 más que el promedio en los últimos años— en Ecuador del 1 de marzo al 15 de abril, según el análisis del Times de los datos oficiales de registro de defunciones.

Ese aumento contrasta con la cantidad de muertes que el gobierno ha atribuido oficialmente al coronavirus: para el 15 de abril, 503 personas.

Los datos de mortalidad en medio de una pandemia son inexactos, y pueden cambiar. Las muertes adicionales incluyen aquellas provocadas por la COVID-19 y también las defunciones por otras causas, como las de personas que no pudieron recibir atención porque los hospitales estaban rebasados por pacientes del coronavirus.

Sin embargo, los datos apuntan a un enorme, y repentino, aumento de muertes. Durante las dos primeras semanas de abril, cuando la cantidad de enfermos alcanzó un pico, el número de personas que murieron en Ecuador fue tres veces mayor de lo habitual; un aumento extraordinario que supera lo observado endatos similares de España y el Reino Unido.

El gobierno acorralado de Ecuador, que también está lidiando con su peor crisis económica en décadas, reconoció al inicio del brote que sus cifras oficiales de contagio y mortalidad no se aproximan a la realidad.

“Sabemos que tanto en número de contagios, como de fallecimientos, los registros oficiales se quedan cortos”, dijo el presidente de Ecuador, Lenín Moreno, en un mensaje al país el 2 de abril. “La realidad siempre supera el número de pruebas y la velocidad con la que se presta la atención” en los servicios médicos.

Ha habido una concentración de infecciones en la provincia que incluye a la capital económica de Ecuador, Guayaquil, donde se cree que el virus aterrizó junto con los residentes que volvían a casa después de visitar España.

En Guayaquil, durante las primeras dos semanas de abril, las muertes aumentaron ocho veces más de lo habitual, un número que indicaría un aumento porcentual mucho mayor que el de Nueva York, donde las muertes se cuadruplicaron en las últimas semanas.

A las pocas semanas de haberse identificado el primer caso, los hospitales de Guayaquil estaban desbordados y los servicios funerarios colapsaron por la demanda, lo que provocó que los cuerpos se amontonaran en las calles y llevó a las familias a enterrar a sus seres queridos en ataúdes hechos de cartón.

Aunque las imágenes escandalizaron a Latinoamérica y el mundo, la verdadera dimensión de la crisis ha quedado oculta por largo tiempo debido a la limitada capacidad del gobierno para determinar quién tenía el virus, una situación exacerbada por la escasez mundial de pruebas y otros materiales, dijo Cynthia Viteri, alcaldesa de Guayaquil.

“Nunca sabremos los números reales, porque no hay pruebas”, dijo Viteri.

Para lidiar con la precipitada escalada del número de muertos que necesitaban ser recogidos, el gobierno creó una fuerza de tarea encargada de la recolección de cadáveres en Guayaquil a principios de abril. En el pico de la crisis el equipo recolectó y autorizó el entierro de cinco veces la cantidad de cuerpos que, por lo normal, se sepultan en un día cualquiera en la ciudad.

La ola de defunciones es aún más inquietante porque es imposible de explicar. No hay una razón obvia por la cual Ecuador esté más afectado que otros países: su población es relativamente joven, y la mayoría de las personas viven en zonas rurales, ambos factores que deberían reducir el riesgo, dijo Jenny García, una demógrafa que estudia Latinoamérica en el Institut National d’Études Démographiques, en Francia.

Ese misterio se refleja en las consecuencias desiguales del brote alrededor del mundo, y deja preguntas que nadie ha sido capaz de responder. ¿Será que algunos lugares simplemente son afortunados? ¿O hay algunos factores locales que causan diferencias dramáticas?

Trabajadores médicos en Guayaquil y residentes locales que han perdido a sus seres queridos hablan de la desesperación que llenó la ciudad durante el pico de la pandemia, cuando el virus se propagaba por la usualmente bulliciosa ciudad portuaria de tres millones de habitantes a una velocidad desconcertante, golpeando con particular fuerza la lujosa comunidad de urbanizaciones cerradas de Samborondón y la parroquia de clase trabajadora de Febres Cordero.

“Me duermo con ansiedad, no por miedo al contagio —algo en que no pienso— sino por la sobrecarga”, dijo el doctor Castillo, quien trabaja en una unidad de cuidados intensivos en Samborondón.

En otro hospital de la ciudad, el Teodoro Maldonado Carbo, un doctor que no quiso dar su nombre porque se le ha pedido no hablar con los medios, describió lo que dijo eran escenas salidas de una película de terror.

Había cadáveres en sillas de ruedas, en camillas, y en el piso en el área de urgencias, y el olor era tal que el personal se negaba a ingresar a esa zona.

Varios de sus colegas, médicos en el mismo hospital, se enfermaron y esperaron en sillas de ruedas a que los pacientes murieran para tener la oportunidad de usar un ventilador.

El aumento en las muertes causó caos y enojo afuera de los hospitales y las morgues mientras las familias en duelo luchaban por recuperar los cadáveres de sus familiares o por recoger sus certificados de defunción. En los barrios más pobres de la ciudad, algunos residentes dicen que debieron esperar hasta seis días en el calor de 32 grados Centígrados a que los servicios de emergencias recogieran los cuerpos de familiares y vecinos fallecidos.

Darío Figueroa, un vendedor callejero, dijo que se vistió con un traje de protección casero hecho de bolsas de basura y pasó cerca de 12 horas buscando el cuerpo de su madre en la morgue abarrotada del Hospital General Guasmo Sur de Guayaquil a fines de marzo.

Había cientos de cadáveres en descomposición apilados, dijo, como si fueran sacos de papas o de arroz.

“El olor era insoportable”, dijo. “La morgue estaba repleta, igual que los corredores, que son muy largos. La sala de espera también estaba llena de cuerpos”.

Figueroa dice que, finalmente, enterró a su madre cinco días después de su muerte por síntomas respiratorios. Ella murió al llegar al hospital, sin que le hicieran la prueba.

Un confinamiento nacional ordenado por el gobierno a mediados de marzo parece estar dando frutos, ya que las tasas oficiales de contagio se han estabilizado. Las muertes también cayeron de manera drástica en Guayaquil la semana pasada. Los números oficiales muestran que 128 personas murieron en Guayas, la provincia que incluye a Guayaquil, el 15 de abril, frente a 614 el 1 de abril.

A pesar del respiro, el presidente Moreno, dijo que el país está enfrentando uno de sus momentos más duros en sus 200 años de historia, ya que el costo económico de la pandemia se ha agravado por el colapso de los ingresos por exportaciones, la ruptura del principal oleoducto del país y pagos masivos de deuda externa.

Ahora enfrenta una decisión difícil entre mantener por más tiempo cerrada a una economía paralizada o arriesgarse a un resurgimiento del virus.

Bajo presión de grupos empresariales, Moreno dijo esta semana que está considerando relajar el confinamiento y permitir que algunas industrias vuelvan al trabajo. La noticia fue recibida con ansiedad en Guayaquil, donde muchos residentes están divididos entre el deseo de regresar al trabajo y el miedo de revivir el caos de las últimas semanas.

“La pandemia no ha terminado”, dijo Gina Mendoza, una enfermera de Guayaquil que se recuperó hace poco del coronavirus. “Tenemos miedo de lo que pueda pasar”.

*Copyright: 2020 The New York Times Company

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