Las mascotas locas han invadido Japón. ¿Este jabalí malhumorado podrá sobrevivir?

Por Ben Dooley

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Korou-kun, la mascota de Kikuchi, una ciudad en la prefectura de Kumamoto, en el Gran Premio Yuru-chara en Nagano, Japón, el 3 de noviembre de 2019. (Noriko Hayashi/The New York Times)
Korou-kun, la mascota de Kikuchi, una ciudad en la prefectura de Kumamoto, en el Gran Premio Yuru-chara en Nagano, Japón, el 3 de noviembre de 2019. (Noriko Hayashi/The New York Times)

NAGANO, Japón — El alcalde de Misato, un pueblo remoto de 4700 personas ubicado en la agreste región occidental de Japón, lanzó un ultimátum a principios del año pasado: el personaje de la mascota local, Misabo, tenía que demostrar su valor. O enfrentaría las consecuencias.

Misabo, un sombrío jabalí que tiene una montaña en la cabeza y viste un overol de ballena que le llega hasta el hocico, tiene la abrumadora tarea de promover al pueblo como destino turístico. En 2013, dio sus primeros pasos en el mundo cuando una fiebre de mascotas invadió Japón y cientos de los pueblos envejecidos y decadentes del país recurrieron a personajes coloridos y, a veces excéntricos, para atraer visitantes e inversionistas.

En la actualidad, mientras las bases fiscales disminuyen junto a sus poblaciones, comunidades como Misato se preguntan cada vez más si la extravagancia merece el costo en el gasto público. Debido a la ausencia de una evidencia clara que demuestre que los personajes están trayendo beneficios económicos, la respuesta de muchos pueblos ante la crisis demográfica de Japón ha sido comenzar a esconderlos discretamente.

“Fue un auge sin ninguna realidad”, afirmó Akihiko Inuyama, autor y diseñador que escribió un libro sobre la industria de mascotas.

Es imposible saber con exactitud cuántas mascotas, las cuales representan a sus pueblos natales tanto como personajes ilustrados como con humanos con disfraces, han sido liquidados. Para la mayoría, el final viene con el trazo de la pluma de un burócrata, no con un anuncio formal. Sin embargo, los números de la industria dan indicios del saldo.

Sun.Mold, fabricante de disfraces de mascotas, afirmó que los pedidos han disminuido a cerca de la mitad de su punto máximo hace cinco o seis años, cuando la compañía producía de 20 a 40 trajes mensuales para los personajes, conocidos como “yuru-chara”.

Una evidencia más dramática surgió en noviembre en el Gran Premio Yuru-chara, un encuentro anual para coronar a la mascota más tierna de Japón.

Para un grupo selecto, el Gran Premio ha sido un trampolín a las riquezas. Kumamoto, una prefectura poco poblada en la isla sureña de Kyushu, obtuvo una inesperada ganancia económica de 1200 millones de dólares en los dos años siguientes al triunfo de su mascota, Kumamon, en el primer Gran Premio en 2011, según un estudio realizado por el Banco de Japón.

“Fue gracias a Kumamon que los ‘yuru-chara’ se convirtieron en un fenómeno nacional”, afirmó Shuichiro Nishi, la fuerza creativa detrás de la competición.

Cuando el encantador y regordete oso negro con mejillas sonrojadas ganó el evento, el país seguía recuperándose del catastrófico tsunami y el desastre nuclear que meses atrás había azotado el norte de Japón. El pueblo estaba “clamando” por un sentimiento de conexión nacional, afirmó Nishi.

Kumamon movió enormes cantidades de mercancía y aumentó el turismo. Las mascotas exitosas pueden también obtener ingresos fiscales gracias a un programa, introducido en 2008, que les permite a los ciudadanos dirigir una parte de sus impuestos sobre la renta a la localidad de su preferencia.

Inspirados por el éxito de Kumamon, los gobiernos locales se apresuraron para aprovechar el momento. A medida que los personajes se hicieron habituales en el espacio radioeléctrico, dice Inuyama, los medios “convencieron a la gente de que los ‘yuru-chara’ estaban haciendo dinero”, y los gobiernos locales “siguieron el juego”.

Sin embargo, cada vez más, parece que el final se aproxima. El número de personajes en el Gran Premio de noviembre realizado en Nagano se redujo a un tercio del punto máximo de cerca de 1700, en 2015. Muchos de los participantes ni se molestaron en asistir. Los oficiales, viendo las claras señales, anunciaron que la competencia de 2020 sería la última.

Sin embargo, los encargados de Misabo no estaban dispuestos a rendirse.

El alcalde les había dado un año para demostrar que el personaje valía las decenas de miles de dólares que los contribuyentes invirtieron en él.

Con la fecha límite acercándose rápidamente, el equipo esperaba obtener una victoria sorpresiva en el Gran Premio.

Era una posibilidad remota. Misabo, que luce más como un tipo que derramó su cerveza en el Oktoberfest que un tierno amigo, terminó en el puesto 339 en el Gran Premio de 2018, en un resultado que pudo o no ser afectado por un escándalo de manipulación de votos que sucedió ese año.

Desde entonces, los funcionarios de Misato trabajaron duro y lograron escalar su posición hasta los veintitantos. Pero mientras la votación llegaba a su fin, la mascota seguía teniendo decenas de miles de votos de diferencia en comparación con los primeros lugares.

Los personajes tienen sus orígenes en los años ochenta, cuando comenzaron a aparecer mascotas de gobiernos locales. Fueron un paso natural en un país donde personajes adorables como Hello Kitty son usados para vender desde hornos microondas hasta aceite para motores.

A medida que las mascotas invadían el mercado, el desarrollo de personajes empezó a lucir como un Mad Lib japonés: usa un animal local como base. Combínalo con un bocadillo famoso del lugar o un hito arquitectónico. Ponle un nombre generado por un terrible juego de palabras. ¡Y sácale ganancias!

Por lo general, los resultados eran encantadoramente surreales. Narita, hogar del aeropuerto internacional más grande de Tokio, concibió una anguila de felpa con motores de avión.

Sin embargo, la novedad desapareció rápidamente. Los imitadores estaban por todas partes: proliferaron los espíritus acuáticos con apariencia de rana llamados Kappa, y luego de que Sanomaru —un perro con un tazón de ramen en su cabeza— ganara el Gran Premio de 2013, empezaron a aparecer otros animales vistiendo fideos japoneses.

Misabo tuvo su debut ese mismo año. Un empleado del gobierno local creó el personaje. El primer disfraz costó alrededor de 7200 dólares, y desde entonces el pueblo ha realizado el pedido de un segundo traje.

Con muy poco con que distinguirse de las muchas otras localidades que también están pasando por momentos difíciles, Misato se apoyó fuertemente en Misabo.

La actitud malhumorada del personaje encajó muy bien con la marca de su prefectura natal. Shimane, una de las áreas más pobres y menos pobladas en Japón, ha convertido su oscuridad en un recurso. En 2011, un calendario creado por el gobierno local y repleto de chistes autodestructivos sobre los lugareños, se convirtió en un sorpresivo éxito en Japón.

Sin embargo, el momento de Misabo en el centro de atención fue breve. En el último día del Gran Premio, con su trabajo en riesgo, sus probabilidades lucían tan sombrías como su semblante.

Su equipo fijó sus aspiraciones en la cuerda de saltar.

“Esperamos que ganar la competencia del salto a la cuerda nos impulse”, afirmó Nakada, una funcionaria local, mientras su compañero de trabajo calentaba cerca de allí, preparándose para ponerse el incómodo traje y apostarlo todo a sus saltos.

Tras un primer intento fallido, logró realizar 47 saltos, con lo que logró cómodamente establecerse en el primer lugar.

Sin embargo, al final, no fue suficiente para superar las considerables ventajas de las otras mascotas. Cuando se contaron los votos, se reveló que había quedado en el puesto 24.

Pero no temas por Misabo, al menos por ahora. Los resultados parecen haber satisfecho al alcalde. Ha aceptado que Misabo ande por ahí, con su actitud melancólica, otro año.

*Copyright:c.2020 The New York Times Company