Un estadounidense encerrado en un pueblo chino: ‘Aquí todo el mundo está muy aburrido’

Por Alexandra Stevenson

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Una foto de prensa sin fecha que muestra a Bob Huang, un ciudadano estadounidense, y a su madre, Zhang Wanrong, en su casa en Zhicheng, China. (Foto de prensa vía The New York Times)
Una foto de prensa sin fecha que muestra a Bob Huang, un ciudadano estadounidense, y a su madre, Zhang Wanrong, en su casa en Zhicheng, China. (Foto de prensa vía The New York Times)

Semanas antes de que el coronavirus se convirtiera en una crisis de salud nacional en China, las autoridades amenazaron a un médico, Li Wenliang, que advirtió sobre los primeros casos. Los medios del Estado informaron que Li había difundido rumores de forma ilegal.

Esta fue una señal de alarma para Bob Huang.

La gente de aquí suele creerle al gobierno. Yo no”, comentó Huang, un hombre de 50 años de edad que vive con su madre, Zhang Wanrong, y la cuidadora de su madre en Zhicheng, una ciudad de 300.000 habitantes ubicada en la provincia de Zhejiang. “He visto demasiados capítulos de la serie ‘The X-Files’”.

Huang no es como las otras personas en Zhicheng. Es un estadounidense nacido en China y, en sus propias palabras, no piensa como sus vecinos. Mientras Zhicheng pone barricadas para aislarse del mundo exterior, Huang ha observado cómo se desarrollan los eventos con el desconcierto de un forastero, aunque comparte el sentido del humor mordaz de sus vecinos con respecto a la situación.

Puede ser complicado encontrar momentos para las interacciones humanas en una ciudad aislada del resto del mundo. Huang acepta lo que le toque.

Un hombre con una máscara facial cerca de una pantalla gigante que muestra una propaganda para luchar contra el coronavirus en Pekín.  REUTERS/Tingshu Wang
Un hombre con una máscara facial cerca de una pantalla gigante que muestra una propaganda para luchar contra el coronavirus en Pekín. REUTERS/Tingshu Wang

Empieza por saludar a los guardias voluntarios que están afuera de su complejo residencial cuando sale de su casa a comprar provisiones. Muchos usan chaquetas rojas con la palabra “voluntario” estampada en la espalda. Algunos son sus vecinos. Uno de ellos es su dentista.

A veces, este grupo heterogéneo de guardias solicita refuerzos: policías vestidos con ropa protectora y armados con pistolas paralizantes. Huang les llama el “equipo SWAT”.

Según Huang, no tienen mucha información útil, pero tienen varias teorías conspirativas.

Un día, un guardia hizo una pausa para ver el pasaporte de Huang, luego lo volteó a ver y frunció el ceño. “Esta pandemia definitivamente la provocaron ustedes, ¡los imperialistas estadounidenses!”, le dijo el guardia a Huang. De acuerdo con el razonamiento del guardia, era evidente que el virus se trataba de una nueva arma bioquímica. Estaba bromeando, solo parcialmente.

No le caen bien Estados Unidos ni los estadounidenses”, mencionó Huang.

Al día siguiente, el guardia se disculpó. Sus datos estaban equivocados. Unos científicos chinos codiciosos e imprudentes en un laboratorio bioquímico de alta seguridad en Wuhan, el epicentro del brote, estaban detrás de la propagación, señaló el guardia. Habían vendido un mono de pruebas infectado al mercado de animales donde, según las autoridades, se propagó el virus. Hasta donde Huang podía comprobar, el guardia se creía la historia.

Foto de una mujer paseando a su perro. 
Feb 11, 2020. REUTERS/Tingshu Wang
Foto de una mujer paseando a su perro. Feb 11, 2020. REUTERS/Tingshu Wang

Otro guardia le dijo a Huang que había visto un memorando del mismo laboratorio publicado en línea. De acuerdo con el segundo guardia, el laboratorio de Wuhan también tenía una cura, y los científicos planeaban venderla y ganar un montón de dinero.

(En la comunidad científica internacional, hay un rechazo generalizado a la idea de que el coronavirus fue una creación humana).

Huang debe pasar por otros tantos puestos de control tan solo para llegar al mercado. En cada uno de estos puestos, Huang debe escribir su información personal y le deben tomar la temperatura. Pasa por la misma rutina cuando regresa a casa. Un viaje de diez minutos ahora le toma el triple del tiempo.

Los guardias podrán ser improvisados, pero se toman su trabajo muy en serio. Un día, un vecino borracho regresó al complejo donde vive Huang y se rehusó a explicar por qué había estado ausente más de un día. Los guardias llamaron a ocho policías para someter al hombre.

“En efecto, yo estaba ahí de mirón”, comentó Huang. “Pero no podía tomar fotos. Qué lástima”.

Los puestos de control y el cierre de emergencia quizá parezcan extremos, mencionó Huang, pero no son infalibles. Huang tiene un amigo en una ciudad cercana que todos los días se escabulle para salir a nadar al río.

Personas con mascarillas hacen cola para comer en una tienda.  REUTERS/Carlos Garcia Rawlins
Personas con mascarillas hacen cola para comer en una tienda. REUTERS/Carlos Garcia Rawlins

Un día de la semana pasada, un hombre de una provincia vecina entró caminando a la ciudad después de un viaje de cuatro días, por caminos más pequeños que no están sujetos a revisiones. “Se pueden encontrar bastantes grietas”, comentó.

Para Huang, el problema más grande es la profunda combinación de languidez y soledad que hay en la ciudad. Mientras los funcionarios locales cambian las reglas para intentar contener el virus, cada vez hay menos interacciones humanas y cada vez son más espaciadas entre sí. Ahora, las familias solo pueden enviar a uno de sus miembros a comprar alimentos una vez cada dos días.

Aquí todo el mundo está muy aburrido”, opinó Huang con un suspiro.

Huang, graduado de la Universidad de California, campus Berkeley, se casó en Estados Unidos y se naturalizó. Cuando su padre murió en 2003, regresó junto con su esposa a China para cuidar a su madre, y eligieron Zhicheng como su base.

En 2012, su madre quedó paralizada a causa de una hemorragia cerebral, y una cuidadora se mudó con ellos. Desde que su esposa murió de cáncer de colon hace dos años, tan solo quedan Huang, su madre y su cuidadora.

Huang preferiría no estar en China en este momento. Les ha dicho a sus amigos extranjeros que están en ciudades como Shanghái y Pekín que se vayan de China si pueden hacerlo.

“Hace mucho tiempo, mi padre me dijo algo”, recordó Huang. Su padre fue miembro del Partido Comunista y un funcionario local que describió la corrupción de la que fue testigo. “Me dijo que en China no hay socialismo ni comunismo. Lo llamó ‘capitalismo controlado por las élites’”.

Por ahora, Huang se quedará con su madre. “Pero, a la postre, cuando me jubile, no quiero vivir en un país que tiene todo esto”, comentó.

*c.2020 The New York Times Company