Trabaja en el extranjero, pero quedó varada debido a las prohibiciones de viaje por el coronavirus

Por Tiffany May

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Jade Doringo recupera su equipaje de un vuelo al que no le permitieron abordar en el Aeropuerto Internacional Ninoy Aquino en Manila, el 4 de febrero de 2020. (Hannah Reyes Morales/The New York Times)
Jade Doringo recupera su equipaje de un vuelo al que no le permitieron abordar en el Aeropuerto Internacional Ninoy Aquino en Manila, el 4 de febrero de 2020. (Hannah Reyes Morales/The New York Times)

Jade Doringo llegó al aeropuerto internacional de Manila más de cinco horas antes de su salida programada a Hong Kong, donde trabaja como ingeniera de software. Pero en vez de tomar su vuelo, le pidieron que entregara su pase de abordar.

Esa mañana, el 2 de febrero, el presidente filipino Rodrigo Duterte había anunciado una prohibición temporal de viaje que bloqueaba los vuelos que llegaban de China continental, Hong Kong y Macao. En el aeropuerto, los funcionarios le dijeron a Doringo que la medida también aplicaba a los viajeros filipinos que iban en la dirección opuesta.

Conforme el nuevo coronavirus se ha extendido por todo el mundo, varios países han emitido restricciones a los viajeros que llegan de China continental. No es usual que en Filipinas, donde se ha informado sobre una muerte debido al virus, se impongan reglas que impidan que sus ciudadanos viajen también a Hong Kong y Macao, territorios chinos semiautónomos.

Doringo es una de los cientos de filipinos cuyas vidas se han visto afectadas porque no pueden regresar a sus empleos en esas dos ciudades. “Imaginen la confusión que sentimos en ese momento por no saberlo todo”, dijo en una entrevista telefónica la semana pasada.

Doringo había estado sentada en la puerta de abordaje mientras veía cómo la tripulación esperaba la aprobación para abordar el vuelo y escuchaba a los empleados de la aerolínea que repetían un anuncio sobre la nueva prohibición de viaje. A las cuatro de la tarde, les pidieron a todos los viajeros con pasaporte filipino que fueran a la sección de inmigración. A su alrededor, los trabajadores locales llamaban a sus empleadores en Hong Kong; se escuchaba el pánico que aumentaba en sus voces.

Después, se perdió su maleta. Pero no había mucho que pudiera hacer además de unirse a los demás pasajeros varados. La mayoría de ellos no había comido desde esa mañana. En vez de ir a los restaurantes del aeropuerto, comieron botanas y no cenaron.

A las once de la noche, Doringo salió de la terminal con las manos vacías.

Se había mudado a Hong Kong hace dos años con el sueño de ofrecerle una vida mejor a su familia. El empleo en Hong Kong le proporcionaba un salario superior al que habría obtenido en su país, y poco después de comenzar pudo comprar un terreno en su provincia rural. Comenzó a ahorrar dinero todos los meses para construirle una casa a su familia.

Los extrañaba todo el tiempo, sobre todo durante el caos de los últimos siete meses, cuando Hong Kong se vio sacudido por las manifestaciones en contra del gobierno. Ese sentimiento tan solo se intensificó a finales de enero conforme se propagaba el coronavirus.

“Manifestaciones, enfermedades, la soledad de vivir sola… todo eso detona un anhelo de regresar a casa, a tu verdadero hogar”, escribió en una publicación de Instagram el 25 de enero, antes de volver a Filipinas para disfrutar de nueve días de vacaciones.

El viaje comenzó en Manila, donde llevó a sus hermanos, así como a las esposas y los hijos de ellos a comer lechón rostizado en un centro comercial.

Más tarde, regresó a su ciudad de origen, en el campo, y se subió a un triciclo motorizado con su padre para llegar a un pequeño arroyo cerca de donde planeaba construirles una casa. Su madre cocinaba su “nilagang baka”, un caldo de res. Lloró, sintiéndose aliviada de estar en su hogar.

"En Hong Kong también como, pero es distinto cuando compartes los alimentos con tu familia”, comentó.

Cuando llegó la hora de su regreso a Hong Kong, su hermano le compró una caja de cubrebocas, y sus padres le pidieron que tuviera cuidado. Terminó pasando todo el día en el aeropuerto después de que cancelaron su vuelo, y después se quedó en la casa de su hermano en Manila. Su equipaje perdido apareció dos días después.

Su supervisor le había dado permiso de trabajar desde casa, pero le preocupaba estar ausente demasiado tiempo.

"Como trabajadores filipinos extranjeros, ninguno de nosotros puede permitirse perder su empleo”, comentó.

Doringo aún no está segura de cuándo podrá regresar a Hong Kong. Sin embargo, ha acumulado cubrebocas, alcohol antiséptico y botanas para que, cuando lo haga, no tenga que salir.

“Me da miedo enfermarme. Todos sentimos temor, pero tomar ese riesgo es nuestra decisión”, dijo. “Sabemos cuáles son las consecuencias de ir al extranjero”.

©2020 The New York Times Company