Trump le declara la guerra a California

Por Paul Krugman

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Donald Trump. (AP)
Donald Trump. (AP)

Estoy incluido en una serie de listas de correo de la derecha y trato de al menos revisar rápidamente en qué andan una que otra semana; a menudo, esto me pone sobre aviso acerca de la próxima ola de indignación fabricada. Últimamente, he estado viendo advertencias terribles de que, si los demócratas ganan el año próximo, tratarán de convertir a Estados Unidos en (aquí pongan música incidental de suspenso) California, estado al que los autores de los correos describen como un infierno socialista.

En efecto, esta semana Donald Trump le declaró la guerra en la práctica a California en dos frentes. Está tratando de quitarle al "estado dorado" la capacidad de regular la contaminación generada por sus quince millones de automóviles y, lo más extraño, está buscando que la Agencia de Protección Ambiental de California declare que la población de indigentes constituye una amenaza para el medioambiente.

En breve, les daré más información sobre estas estrategias de políticas públicas. Antes que nada, aclaremos que hay dos Californias: el estado real en la costa oeste de Estados Unidos y el estado de fantasía en la imaginación de la derecha.

La verdadera California ciertamente tiene grandes problemas. En particular, el costo de la vivienda está por los cielos, lo cual, a su vez, probablemente sea la principal razón por la cual el estado tiene una población importante de personas sin hogar.

Sin embargo, a California le va muy bien en muchas otras cosas. Tiene una economía pujante, que ha venido creando puestos de trabajo a un ritmo mucho más rápido que el país en general.

Ocupa el segundo lugar de la nación en esperanza de vida, comparable con países europeos que tienen una mucho mayor esperanza de vida que Estados Unidos en general. Por cierto, este es un acontecimiento relativamente nuevo: en 1990, la esperanza de vida en California era solo promedio.

Al mismo tiempo, tras haber implementado Obamacare con entusiasmo y tratado de hacerlo funcionar, California ha experimentado un marcado descenso en el número de residentes sin seguro médico. Y la delincuencia, si bien ha aumentado ligeramente en los últimos años, permanece en niveles históricamente bajos.

(Jim Datz/The New York Times)
(Jim Datz/The New York Times)

Esa, como mencioné antes, es la realidad de California. No obstante, es una realidad que la derecha se niega a aceptar, porque no era lo que se suponía que iba a suceder.

Verán, la California moderna —que alguna vez fue un semillero de conservadurismo— se ha convertido en un estado muy liberal y demócrata; en parte, gracias al rápido aumento de la población hispana y asiática. Y desde los primeros años de esta década, cuando los demócratas ganaron la primera gubernatura, seguida de una supermayoría en el Congreso estatal, los liberales han estado en condiciones de hacer avanzar su agenda, por lo que han aumentado los impuestos a los ingresos altos, así como el gasto social.

Los conservadores predijeron, con seguridad, que hacer lo anterior llevaría al estado a la ruina y declararon que este estaba cometiendo un "suicidio económico". Tal vez piensen que el hecho de que ese desastre no logró concretarse, en especial aunado a la forma en que California ha superado a estados como Kansas y Carolina del Norte que se volvieron de extrema derecha mientras que este estado se inclinaba a la izquierda, podría inducirlos a reconsiderar su cosmovisión. Es decir, tal vez piensen eso si no han estado prestando atención a la mentalidad de la derecha.

Más bien, lo que está sucediendo, por supuesto, es que los sospechosos habituales están intentando pintar a California como un lugar horrible —asolado por los crímenes violentos y la proliferación de enfermedades— en una franca negación de la realidad. Y se han aprovechado del problema de la indigencia, que es, para ser justos, un problema real. Además, es un problema provocado por una mala política: no son los impuestos elevados ni los programas sociales excesivamente generosos los que lo han ocasionado, sino el "SPAN" (las siglas de: Sí, Pero Aquí No) desenfrenado que le ha impedido a California construir nuevas viviendas suficientes para que viva su creciente población.

Sin embargo, lo más sorprendente sobre el nuevo enfoque de la derecha en relación con las personas sin un lugar donde vivir es que es difícil detectar la más mínima preocupación por la difícil situación que enfrentan estas personas. En cambio, todo se reduce a la molestia y la supuesta amenaza que los indigentes suponen para los ricos.

Esto me lleva a la guerra de Trump contra California.

El intento de anular las normas estatales para el control de emisiones tiene sentido, aunque retorcido, teniendo en cuenta las prioridades políticas de Trump. Está claro que su gobierno tiene como objetivo contaminar a Estados Unidos de nuevo y, en particular, asegurarse de que el planeta se caliente tan rápidamente como sea posible. California es un gran actor que puede bloquear en la práctica parte de esa agenda, como lo demuestra la voluntad de los fabricantes de automóviles de acatar sus normas de emisiones. De ahí el intento de despojar al estado de ese poder, olvidándose de la retórica del pasado sobre los derechos de los estados.

No obstante, declarar a los indigentes una amenaza ambiental, además de ser casi surrealista viniendo de un gobierno que, en general, ama la contaminación, es un disparate. Solo puede entenderse como un intento de castigar a un estado que no simpatiza con Trump y manchar su reputación.

¿Qué podemos concluir de la guerra de Trump contra California?

En primer lugar, es un ejemplo más de la insensibilidad intelectual de la derecha moderna, que nunca, pero nunca, permite que los hechos incómodos perturben sus prejuicios.

Y lo que resulta más inquietante, el uso aparente de la Agencia de Protección Ambiental como un arma de ataque es una evidencia más de que Trump —cuyo partido en esencia no cree en la democracia— está siguiendo el manual de estrategias autoritarias modernas, en el cual se corrompen todas las instituciones y todos los puestos gubernamentales se pervierten a fin de convertirse en una herramienta para premiar a amigos y castigar a enemigos.

Es una historia horrible y además siniestra.

*Copyright: c. 2019 The New York Times Company