‘Me vendieron, mamá’: las jóvenes traficadas como esposas en China

Por HANNAH BEECH

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Nyo, de 17 años, en su hogar en Birmania, adonde regresó después de ser traficada a China. (Minzayar para The New York Times)
Nyo, de 17 años, en su hogar en Birmania, adonde regresó después de ser traficada a China. (Minzayar para The New York Times)

MONGYAI, Birmania — No sabía dónde estaba ni hablaba el idioma. Tenía 16 años.

El hombre le dijo que era su esposo —por lo menos, eso entendió ella gracias a una aplicación de traducción— y se le acercó. Nyo, una chica originaria de una aldea montañosa en el estado Shan de Birmania, aún no sabía cómo alguien se embarazaba. Pero quedó encinta.

La bebé, a sus nueve días de nacida, lucía indiscutiblemente china. "Como su padre", comentó Nyo. "Tiene los mismos labios".

"China", agregó, como si se tratara de una maldición.

La política de hijo único de China ha sido elogiada por sus líderes como un logro que evitó que la población del país se convirtiera en una pesadilla maltusiana. Sin embargo, a lo largo de los treinta años de la política, China se quedó sin millones de niñas, ya que las familias realizaron abortos selectivos y usaron otros métodos para que su único hijo fuera varón.

Muchos de esos niños que ahora son hombres reciben el nombre de ramas vacías, en referencia a que una escasez de esposas podría significar la muerte de sus árboles genealógicos. En el punto crítico del desequilibrio demográfico chino, en 2004, nacieron 121 niños por cada 100 niñas, según cifras del gobierno.

En reacción, los hombres chinos han comenzado a importar esposas de países cercanos, a veces a la fuerza.

"El tráfico de esposas es muy común en el estado de Shan", dijo Zaw Min Tun, integrante del equipo especial de la policía regional birmana contra la trata de personas en Lashio. "Pero solo una pequeña parte de la población está verdaderamente consciente de que existe ese tráfico de personas".

Un estudio de la Escuela de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins y de la Asociación de Mujeres Kachin de Tailandia calculó que alrededor de 21.000 mujeres y niñas del norte de Birmania fueron obligadas a casarse en tan solo una provincia de China de 2013 a 2017.

Una granja a las afueras del poblado de Lashio, en el estado birmano de Shan. (Minzayar Oo/The New York Times)
Una granja a las afueras del poblado de Lashio, en el estado birmano de Shan. (Minzayar Oo/The New York Times)

Cuando terminaron la escuela el año pasado, Nyo y una compañera suya, Phyu (solo nos referimos a ellas con sus apodos porque son menores de edad), decidieron que querían más de lo que les ofrecía su aldea birmana de Mongyai, un puesto militar empobrecido.

Una vecina, Daw San Kyi, les prometió conseguirles trabajo de meseras en la frontera con China, a través de su relación con otra aldeana, Daw Hnin Wai, quien tenía la casa más bonita de la aldea —mucho más elegante que la de cualquier otro residente—, así que la oferta de trabajar como meseras parecía prometedora.

"Confiábamos en ellas", dijo Phyu, ahora de 17 años.

Una mañana de julio de 2018, una furgoneta llegó temprano a Mongyai para recoger a las chicas. Phyu se mareó en la carretera, así que San Kyi, la vecina que les prometió el trabajo, le ofreció cuatro pastillas para las náuseas: una rosa y tres blancas.

Después de eso, Phyu no recuerda bien qué sucedió. Dijo que alguien también le inyectó algo en el brazo. Una fotografía tomada durante ese momento la muestra con el rostro hinchado y la mirada desorientada.

"Antes de que esto pasara, Phyu era muy feliz y activa", dijo Daw Aye Oo, su madre. "Pero le dieron algo para hacerla olvidar y para activar su sexualidad. La golpearon. Ella no sabe que está arruinada".

Nyo, quien ahora también tiene 17 años, se rehusó a tomar las pastillas. Sus recuerdos son más nítidos, pero de cualquier manera son confusos para ella. Hubo paradas en pensiones a lo largo de la frontera y le dijeron que las fuertes lluvias habían provocado que cerrara el restaurante donde supuestamente iban a trabajar. Luego hubo un viaje en barco y más traslados en auto.

Phyu, de 17 años, también fue llevada a la fuerza a China. (Minzayar Oo/The New York Times)
Phyu, de 17 años, también fue llevada a la fuerza a China. (Minzayar Oo/The New York Times)

Después de más de diez días de camino, la idea de trabajar en un restaurante dejó de ser real, dijo Nyo. Ella y Phyu intentaron escapar dos veces, pero no sabían adónde ir. Los traficantes las atraparon y las encerraron en una habitación. Sus celulares no tenían señal.

Unos hombres que hablaban chino vinieron a verlas. Algunos señalaban a una de ellas; algunos a la otra.

"Tenía el presentimiento de que me estaban vendiendo, pero no podía escapar", dijo Phyu.

Ninguna de las chicas recuerda haber cruzado la frontera, pero de pronto estaban en China. Las chicas fueron separadas y llevadas con un supuesto esposo, aunque nunca se llenó ningún documento de matrimonio, según lo que saben. Phyu cree que terminó en Pekín. El hombre que la había llevado ahí era Yuan Feng, de 21 años.

Yuan trataba de comunicarse al usar su celular como un dispositivo de traducción, pero Phyu se rehusaba a hablar. Estaba encerrada en una habitación con una televisión. Por las tardes, él llegaba, la inyectaba algo en el brazo y después la obligaba a tener sexo, dijo Phyu.

Con el tiempo, Phyu dijo que fingió ser feliz y él dejó de inyectarla. Salieron a un centro comercial, pero Yuan la seguía a todas partes, incluso al baño.

Nyo tomó un video cuando llegaron los policías.
Nyo tomó un video cuando llegaron los policías.

Phyu aprendió algunas frases en mandarín. "Bu ku le' significa 'No llores'", dijo.

Aprendió la contraseña del celular de su esposo y, una noche que él estaba borracho, Phyu llamó a su madre a través de una aplicación de redes sociales.

"Estaba contenta de verla, pero no parecía ella misma", dijo Aye Oo, su madre. "Me dijo: 'Me vendieron, mamá'".

Nyo no estaba segura de a qué parte de China la habían llevado, pero estaba decidida a encontrar una manera de escapar. Al principio, su esposo, Gao Ji, también la encerró en una habitación sin internet. La golpeaba, aseguró Nyo.

Sin embargo, conforme pasaban los días, comenzó a confiar en ella y le permitió usar redes sociales, incluyendo WeChat, la principal plataforma en China.

Con su móvil, Nyo filmó en secreto lo que pudo para saber dónde estaba: un recorrido en la parte trasera de la moto de Gao, la placa del auto de la familia, la entrada de su casa de dos pisos. Activó el geoetiquetado para cada fotografía y cada video.

Ropa de bebé afuera de la casa de Nyo. (Minzayar Oo/The New York Times)
Ropa de bebé afuera de la casa de Nyo. (Minzayar Oo/The New York Times)

El lugar era el condado de Xiangcheng en la provincia de Henan. Ubicada en las llanuras centrales de China, Henan es una de las provincias más pobladas del país, con alrededor de cien millones de personas, dos veces la población de Birmania.

Resultó que Phyu también estaba en Xiangcheng, no en Pekín. Para dos chicas de una aldea aislada en Birmania, Xiangcheng parecía imposiblemente grande.

La casa también era grande, dijo Nyo, con el espacio suficiente para que los padres de Gao no pudieran escucharla gritar cuando él abusaba de ella.

"Creo que era rico", dijo. "Porque, si no, no habría podido comprar una esposa ni tener una casa tan grande".

En realidad, son los hombres chinos más pobres quienes suelen comprar como esposas a mujeres traficadas. Aun así, deben pagar mucho dinero. Nyo fue vendida por 26.000 dólares, dijo Myo Zaw Win, el policía en Shan que siguió su caso.

A través de una mujer de Shan que ha ayudado a rescatar chicas vendidas como esclavas sexuales en China, Myo Zaw Win comenzó a escribirse con Nyo en la cuenta de WeChat de Gao, fingiendo ser su hermano.

Dos meses después de que las chicas llegaron a Xiangcheng, la policía china tocó a la puerta de los esposos.

(Minzayar Oo/The New York Times)
(Minzayar Oo/The New York Times)

Yuan y Gao, los esposos de las chicas, fueron detenidos por lo menos durante treinta días, como lo establece la ley, dijo Niu Tianhui, vocero del Departamento de Policía de Xiangcheng; añadió que no sabía si pasaron más tiempo detenidos.

El hogar de las chicas en el estado de Shan, en las laderas del Himalaya, ha resentido los efectos de la guerra étnica durante décadas. Mientras el ejército birmano combate las milicias étnicas y comete lo que, según la ONU, son crímenes de guerra, la paz y la seguridad son lujos. Las mujeres y los niños son los más vulnerables al abuso.

"El tráfico de esposas es la consecuencia de la guerra civil", dijo Lauh Khaw Swang, quien coordina los proyectos de Género y Desarrollo de la Fundación Htoi en el estado de Kachin, al lado de Shan, un estado que también sufre conflictos armados.

San Kyi, la vecina que según las chicas las secuestró, ahora está en la cárcel en Lashio. Hnin Wai, la otra mujer que se cree que es una traficante local, se fugó.

A medida que avanzaba su embarazo, Nyo decidió que daría en adopción al bebé. Entonces, nació su hija.

"Quería darla en adopción, pero la miré y la amé", dijo Nyo. "Aunque tenga los labios de ese animal chino".

Saw Nang colaboró con el reportaje desde Mongyai. Luz Ding colaboró con investigación desde Pekín.

Hannah Beech ha sido la jefa de la corresponsalía para el sureste asiático desde 2017, con sede en Bangkok. Antes de trabajar en The New York Times, fue reportera de la revista Time durante veinte años, donde reportó desde Shanghái, Pekín, Bangkok y Hong Kong. @hkbeech

*Copyright: c. 2019 The New York Times Company