Cómo ayudar a reunir a las familias migrantes

Por J. Courtney Sullivan

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Una madre con un aparato en su tobillo, puesto por las autoridades de inmigración para vigilar sus movimientos, con su hija de tres años después que fueron reunidas en Phoenix el 10 de julio de 2018. Madre y hija estuvieron separadas por cuatro meses debido a la política de inmigración del gobierno de Trump (Victor J. Blue/The New York Times)
Una madre con un aparato en su tobillo, puesto por las autoridades de inmigración para vigilar sus movimientos, con su hija de tres años después que fueron reunidas en Phoenix el 10 de julio de 2018. Madre y hija estuvieron separadas por cuatro meses debido a la política de inmigración del gobierno de Trump (Victor J. Blue/The New York Times)

Estos días, noticias y fotografías estremecedores han sacado a la luz el hecho de que el gobierno de Estados Unidos no ha dejado de separar a familias migrantes en la frontera sur, a pesar de que lo prohibía la orden ejecutiva de hace un año.

Se siente como una especie de enfermizo déjà vu. Al igual que muchos otros estadounidenses, el año pasado vi con horror la separación familiar: niños en jaulas, grabaciones de menores llorando, suplicando que llamaran a sus parientes mientras los funcionarios gubernamentales se reían.

Me sentí incapaz de separar la crisis de mi propia vida, como suele suceder con las noticias más estremecedoras. Las actividades con mis hijos que solían ser placenteras se convirtieron en un doloroso recordatorio de lo que pasaba en la frontera. Cada vez que mi hijo lloraba, pensaba en los bebés cuyas madres no estaban ahí para consolarlos.

Quería ayudar de alguna manera significativa, pero no estaba segura de cómo hacerlo. Luego, uno de mis contactos me mandó una publicación de Facebook escrita por Julie Schwietert Collazo, una madre de tres hijos que reside en Queens. Ella estaba reuniendo fondos en línea para pagar la fianza de una madre de Guatemala llamada Yeni González. Schwietert Collazo y otros más organizaron una caravana de voluntarios para llevar a González desde Arizona —donde había sido retenida en el Centro de Detención Eloy del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE)—, hasta Nueva York, donde se encontraban sus hijos en casas de acogida. Días después, la familia estaba reunida.

El gobierno ha hecho que sea casi imposible para los periodistas y funcionarios electos entrar a los centros de detención. Hace solo una semana, a la senadora Elizabeth Warren se le impidió entrar al Refugio Provisional para Menores no Acompañados Homestead, en Florida.

El grupo de Schwietert Collazo, Immigrant Families Together, tuvo éxito en sus inicios para tener acceso a las madres detenidas gracias al caso de González. Tan pronto como supo que sería liberada el verano pasado, comenzó a recabar información de contacto de otras detenidas. Así fue como Schwietert Collazo y un creciente número de voluntarios, entre los cuales me incluyo, localizamos a la segunda, la tercera, la cuarta y la quinta madre que ayudamos a liberar.

Las fianzas de los inmigrantes detenidos pueden oscilar entre los 1500 hasta los 80.500 dólares. Es una suma imposible de pagar para un migrante recién llegado. El primer paso una vez que se ha identificado a una familia es pagar la fianza tan pronto como sea posible. La velocidad es fundamental no solo para reunir a las familias: la fianza aumenta las posibilidades de ganar un caso de asilo en los tribunales. A la fecha, Immigrant Families Together ha reunido a 73 familias y ayudado a decenas más. Nuestra organización también les proporciona apoyo constante en todo, desde vivienda hasta representación jurídica, atención médica y alimentos.

Ya se le otorgó asilo a una de las madres cuya fianza pagó Immigrant Families Together para que recuperara su libertad. Otra fue electa presidenta de la Asociación de Padres y Maestros en la escuela de su hijo. A un niño de quinto año le cantaron la canción de cumpleaños en inglés y en español en la escuela. Un adolescente que estuvo detenido se convirtió en la estrella del equipo de fútbol de su escuela.

Estas victorias nos han mantenido a flote durante los horrores que nos hemos encontrado, que son mucho más comunes. Cuando separaron a muchas familias, se les dijo que solo los llevarían a otra habitación por unos cuantos minutos, para luego llevárselos a otro estado. Una niña pequeña, quien se reunió con su padre después de 326 días separados, estaba dormida en sus brazos cuando los agentes se la llevaron. Algunos errores administrativos han puesto a niños a quienes sus tutores buscaban con fervor en una lista de menores no acompañados que pueden ser dados en adopción.

La mayoría de las madres con las que trabajamos tienen que llevar dispositivos de rastreo al ser liberadas, específicamente monitores electrónicos dolorosamente ajustados en el tobillo. Se trata de una manera más en la que el actual gobierno trata de ponerlas al mismo nivel que a los delincuentes curtidos, cuando en realidad son mujeres que pagaron un costo personal enorme para cruzar la frontera con la idea de solicitar asilo y huir de una muerte segura.

El año pasado, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dijo de los niños migrantes: "Se ven tan inocentes. No lo son". En enero, Mark Morgan, director del ICE, apareció en Tucker Carlson Tonight, de Fox News, y declaró: "Los he visto y he mirado a sus ojos […], y he dicho: 'Este es un futuro pandillero de la MS-13'".

El antídoto para una retórica de odio tan fuerte es dar fe de la verdad. Hablaré, por ejemplo, de Samuel, un niño de 10 años de El Salvador que, el verano pasado, huyó de los pandilleros que lo estaban presionando para que se les uniera. Su madre dejó a sus otros hijos atrás y lo arriesgó todo para llevarlo a Estados Unidos, donde creyó que estaría seguro. Cuando Samuel fue liberado del centro de detención me preguntó si lo podía llevar al zoológico. Le encantan los pingüinos. Su película favorita es Kung Fu Panda.

En mi refrigerador hay dibujo que mi hijo hizo una noche antes de cenar. Es una cartulina amarilla pintada con los dedos de color azul intenso y con estampas rosas en forma de una fresa, una flor y un helado en cono. Un abogado de inmigración con quien había estado tratando de comunicarme todo el día para hablar sobre un caso complicado llamó mientras lo pintaba. El abogado comenzó a hablar con rapidez. Sin pensarlo, tomé notas en el único papel que tenía a la mano. En la parte inferior de esa alegre pintura, garabateadas con un marcador, están las palabras: "El fiscal le dijo que era una de las cosas más indignantes que había visto, gente encadenada en el sótano".

Nada podría resumir mejor este último año de mi vida. Se siente mejor actuar que desviar la mirada. Si en este momento se sienten indignados, manténgase así hasta que el último niño haya sido devuelto a sus padres y se haya abolido la separación de las familias. Tenemos el poder de hacer que Estados Unidos haga lo que debe hacer: dar la bienvenida y ayudar a los más vulnerables, votar para que se vayan aquellos que serían capaces de hacerles daño. Hay tanto que puede cambiar en un año.

J. Courtney Sullivan es escritora. Su novela más reciente es "Saints for All Occasions".

* Copyright: 2019 The New York Times News Service