¿Será que el aire de tu oficina te está aturdiendo?

Por Veronique Greenwood

Compartir
Compartir articulo
Hanna Barczyk
Hanna Barczyk

Pasas dos horas encerrado en una sala de reuniones con tus colegas para idear una estrategia. Sopesan los riesgos y toman decisiones. Luego, cuando sales, te das cuenta de que adentro el aire estaba mucho más sofocante y caliente que en el resto de la oficina.

Podría sorprenderte la cantidad de calor, dióxido de carbono y otras sustancias que pueden acumularse en las habitaciones pequeñas. De hecho, un pequeño conjunto de pruebas sugiere que cuando se trata de tomar decisiones, el aire en interiores podría ser más importante de lo que pensabas.

Al menos ocho estudios realizados en los últimos siete años han analizado lo que sucede en una habitación donde se acumula dióxido de carbono, uno de los ingredientes principales de nuestras exhalaciones. Aunque los resultados son inconsistentes, también resultan interesantes.

Estos sugieren que si bien los tipos de contaminación del aire que causan cáncer y asma siguen siendo mucho más relevantes para la salud pública, los efectos más adversos de algunos contaminantes se resienten en la mente, y no en el cuerpo.

Entonces, ¿las decisiones que se toman en habitaciones pequeñas son confiables? ¿Qué tanto afecta la calidad del aire tus capacidades cognitivas? ¿Deberíamos corregir el diseño y uso que les damos a los edificios a medida que aumenta nuestro conocimiento acerca de los efectos nocivos del aire en interiores?

Los sistemas de aislamiento en edificios, particularmente en Estados Unidos, han mejorado en los últimos cincuenta años, lo cual ayuda a disminuir la energía que se utiliza en la calefacción y el aire acondicionado. Eso también ha facilitado que los gases y otras sustancias liberadas por los seres humanos, así como por nuestras pertenencias, se acumulen en el interior.

Aunque la calidad del aire en interiores no se puede monitorear con tanta eficacia como la del exterior, científicos y profesionales en ventilación han monitoreado de manera exhaustiva los niveles de dióxido de carbono en lugares cerrados.

Los niveles altos de dióxido de carbono —por ejemplo, 1200 partes por millón (ppm)— con frecuencia indican que hay una ventilación deficiente. Es probable que algunas sustancias peligrosas que emanan de los muebles nuevos, artículos de oficina y alfombras se estén acumulando en el aire.

"Desde hace tiempo se ha creído que ese es un indicador de lo dañino que puede ser el aire en un espacio determinado", dijo Brent Stephens, profesor de ingeniería arquitectónica en el Instituto de Tecnología de Illinois.

Aunque otros contaminantes del aire en interiores podrían estar relacionados con problemas respiratorios y ciertos tipos de cáncer, el dióxido de carbono por sí solo se consideraba inocuo en estos niveles. No obstante, los investigadores han comenzado a reconsiderar esa hipótesis.

Investigadores biomédicos han descubierto que la inhalación de dióxido de carbono a niveles mucho más elevados de los que podrían esperarse en una oficina dilatan los vasos sanguíneos del cerebro, reduce la actividad neuronal y disminuye la comunicación entre las zonas del cerebro.

No obstante, no se ha estudiado mucho qué tanto podrían afectar al cerebro las cantidades más bajas, como las que habitualmente existen en interiores.

Hace unos diez años, William Fisk, ingeniero mecánico del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley, y sus colaboradores les pidieron a algunas personas que entraran en habitaciones con distintos niveles de dióxido de carbono.

Expusieron a los participantes a concentraciones de un mínimo de 600 ppm, lo que es bastante bajo para una habitación, y de un máximo de 2500 ppm, una cantidad elevada (aunque no a niveles estratosféricos) que posiblemente es común en espacios abarrotados. Por ejemplo, los niveles de dióxido de carbono en algunos salones de clase pueden llegar al doble de esa cantidad, según señaló Fisk en un artículo publicado después de este estudio.

Los investigadores les pidieron a los participantes que realizaran una prueba para resolver problemas que medían la productividad en el mundo real y las habilidades relacionadas con la toma de decisiones, explicó Usha Satish, coautora de la investigación y profesora de Psiquiatría en el campus norte de la Universidad Estatal de Nueva York (SUNY). La prueba que les pidieron hacer a los participantes genera puntajes para distintas características como estrategia básica e iniciativa.

El equipo descubrió una relación sólida entre siete de los nueve ámbitos que analizaron y los niveles de dióxido de carbono. A mayor concentración de dióxido de carbono, peores eran los puntajes de los participantes; cuando la habitación tenía 2500 ppm, sus puntajes resultaron ser mucho peores que si había 1000 ppm.

Otros científicos que leyeron el estudio se interesaron en el tema. Un equipo dirigido por investigadores de Harvard publicó resultados similares en 2016.

Ellos hicieron que un grupo de oficinistas trabajara en un sitio fabricado específicamente para el estudio durante seis días y que realizara el mismo tipo de prueba de resolución de problemas mientras se les exponía a distintas concentraciones de dióxido de carbono y compuestos orgánicos volátiles que generalmente se encuentran en los edificios de oficinas.

A medida que los niveles de dióxido de carbono se elevaban, de 550 ppm a 945 ppm y hasta 1400 ppm, los puntajes de los participantes bajaban sustancialmente en varios ámbitos. (La capacidad de resolución de problemas también se vio afectada a medida que se elevaban los niveles de compuestos orgánicos volátiles).

"Notamos un asombroso y drástico impacto en el desempeño de la toma de decisiones cuando lo único que hicimos fueron unos pequeños ajustes a la calidad del aire en el edificio", mencionó Joseph Allen, profesor de la Facultad de Salud Pública T. H. Chan de Harvard y quien dirigió el estudio.

"Es importante señalar que no se trató de un estudio con condiciones extraordinarias y únicas", agregó, "sino de un estudio de condiciones que pueden presentarse en la mayoría de los edificios, si no es que en todos".

No todos los estudios que se proponen verificar la relación entre el dióxido de carbono en interiores y los procesos cognitivos descubren un efecto evidente. Varios análisis que utilizaron pruebas más sencillas de habilidades cognitivas, como corregir un texto, no han mostrado un cambio similar.

Dos estudios que utilizaron la misma prueba de mayor complejidad en tripulaciones de submarinos y personas que serían representantes del cuerpo de astronautas de la NASA tampoco arrojaron una correlación, según Pawel Wargocki, profesor de Ingeniería Civil en la Universidad Técnica de Dinamarca.

Eso no significa que los estudios que documentaron un efecto hayan estado equivocados. Podría ser más sencillo compensar la imprecisión mental en las pruebas más sencillas.

Quizá podría haber una interacción entre el estrés por resolver la prueba más compleja (que se presenta en forma de simulación, en la que los participantes deben usar su juicio y moverse con rapidez) y niveles más elevados de dióxido de carbono, lo que da como resultado puntajes más bajos.

Hasta ahora, los estudios no han medido los niveles de estrés de los participantes ni han considerado otras lecturas que puedan ayudar a explicar por qué el dióxido de carbono afecta las habilidades cognitivas solo en algunas ocasiones. Las tripulaciones de submarinos y los astronautas están capacitadas para tomar decisiones en situaciones de estrés y pueden actuar con normalidad en condiciones que podrían ser perturbadoras para otros.

Wargocki dijo que la pregunta en realidad es qué está ocasionando este efecto y en qué circunstancias aparece.

El hecho de que algunas personas tengan dificultades para pensar cuando respiran niveles moderados de dióxido de carbono sugiere que valdría la pena analizar con mayor detenimiento esos niveles en oficinas y escuelas.

Muchos estudios han demostrado que aumentar la ventilación en las escuelas puede contribuir a que mejore el desempeño de los niños en los exámenes y aumentar la velocidad con la que realizan las tareas, además de reducir el ausentismo.

Lo que los investigadores han visto en los salones de clase puede servir para comprender lo que sucede en las salas de reuniones en el trabajo, donde aportamos ideas y debatimos planes. Ninguno de estos estudios investigó estos espacios en específico.

Sin un sensor especializado, no es posible saber de forma realista cuánto dióxido de carbono se acumula mientras nos acomodamos en una salita durante una junta extensa. Podríamos adoptar la buena práctica de, siempre que sea posible, abrir una puerta (o una ventana, cuando sea viable y los niveles de contaminación en el exterior no sean críticos). Dejar que entre un poco de aire fresco incluso podría ser de utilidad para dejar que las buenas ideas fluyan durante la reunión y evitar así que los debates se estanquen.

* Copyright: 2019 The New York Times News Service