La parálisis de los guardianes de la lengua francesa

Por Adam Nossiter

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Honore de Balzac
Honore de Balzac

Balzac lo intentó sin éxito. Zola tocó a la puerta decenas de veces y nunca lo admitieron. Verlaine no obtuvo ningún voto. Víctor Hugo logró ingresar con gran esfuerzo después de varios intentos.

La augusta Académie Française o Academia Francesa, el club de élite de Cuarenta Inmortales —como se conoce a sus miembros—, designado como guardián oficial de la lengua francesa, no admite a cualquiera. La academia es tan exclusiva que la mayoría de los grandes escritores franceses nunca lograron integrarse a ella.

Cuatro puestos vitalicios están vacantes desde diciembre de 2016 y los miembros todavía no han elegido ni siquiera a uno de los remplazos. Han votado en tres ocasiones, la más reciente a finales de enero, pero en ninguna se logró una mayoría.

Algunos miembros de la academia afirman que este estancamiento es tan solo un reflejo de la situación del país, que se encuentra atrapado entre la Francia orgullosa y eterna determinada a sobrevivir a toda costa, y la Francia que lucha por adaptarse a un siglo XXI definido por la globalización, la migración y la agitación social, como se constató en las manifestaciones de los Chalecos Amarillos.

"Somos el reflejo de la sociedad y la sociedad se está cuestionando a sí misma", señaló Amin Maalouf, novelista de origen libanés y miembro de la academia.

La academia se fundó en 1634 por iniciativa del cardenal Richelieu con el propósito de promover y proteger la lengua francesa, y no tiene ninguna intención de apresurarse. "[La academia] es una vieja dama, una muy sensible", comentó uno de los miembros de ingreso reciente, el escritor canadiense de origen haitiano Dany Laferrière.

En realidad, poco de dama: la mayoría de sus miembros son hombres blancos de edad avanzada. Solo hay cinco mujeres y Laferrière es la única persona negra. La edad promedio se ubica muy por encima de los 70 años, según un cálculo reciente de los medios franceses.

Es difícil saber si la academia tiene dificultades para actualizarse o diversificarse, incluso si desea hacerlo. Las deliberaciones de sus miembros, al abrigo de la elegante cúpula del siglo XVII del Instituto de Francia, quedan envueltas en el misterio.

En cambio, las noticias sobre el rechazo de candidatos son humillantes y públicas: el exministro de Educación Luc Ferry vio su nombre hace poco en los titulares, y no fue nada halagador; Ferry no quiso hacer comentarios.

Además de su propia renovación, la principal tarea de la academia es actualizar el diccionario definitivo de francés, a cuya redacción se ha dedicado desde el siglo XVII. Se trata de una labor tan sagrada que las actualizaciones se publican como un documento oficial de gobierno.

Los miembros aprobaron el 28 de febrero la feminización de los títulos profesionales. Fue un verdadero avance para una academia que desde hace años se ha resistido a esta adaptación, cuyo uso ya está muy difundido en Francia, independientemente de que contara o no con la autorización de los Inmortales.

El idioma y la sociedad pueden cambiar, pero lo hacen con lentitud desde la perspectiva de la academia.

"Nos alarma no encontrar académicos que dejen satisfechos a la academia", dijo Laferrière.

Sin embargo, algunos miembros no aceptan que no sea posible encontrar verdaderos defensores del idioma y los valores culturales franceses, por lo que dan a entender que existe una crisis más profunda.

"Es absurdo", refunfuñó Jean-Marie Rouart, crítico y novelista que ha sido miembro desde 1997.

Algunos creen que la verdadera pregunta es qué dice el estancamiento acerca de la atribulada Francia de hoy en día.

"La característica especial de Francia era que todos se reconocían en la literatura", afirmó Rouart. "Ahora hay que escribir para la universidad, para este grupo o el otro. Es deplorable. Es cierto que la gente lee más, pero leen estupideces. La academia es un barco a la deriva en un mar seco".

En cuanto a la incapacidad de avanzar, la novelista Dominique Bona, una de las pocas mujeres que forman parte de los Inmortales, indicó: "Estoy un poco sorprendida".

Ninguno de los dos franceses vivos galardonados con el Premio Nobel de Literatura, Patrick Modiano y Jean-Marie Gustave Le Clézio, son miembros de la academia. Tampoco lo es Michel Houellebecq, considerado uno de los novelistas europeos contemporáneos más perspicaces. Otros, a pesar de habérseles alentado a solicitar un lugar, han perdido la votación.

"Hemos tenido algunos candidatos extraordinarios, verdaderas opciones", dijo Bona. "En lo personal, me decepciona que la academia los haya rechazado. ¿Será una enfermedad francesa? ¿El mal humor que nos rodea se ha contagiado a la academia?".

Es cierto que el ceremonioso mundo de la academia parece estar a años luz de distancia del levantamiento actual de los Chalecos Amarillos en Francia, cuyos instintos tienden más a la revolución que a la preservación.

De hecho, la naturaleza inusual de la misión de la academia, en un mundo en el que gran parte de lo que celebra está bajo asedio, causa pesimismo entre algunos de sus miembros en cuanto a su capacidad de protegerse incluso a sí misma.

"La sociedad francesa, ¿continuará?", se preguntó Rouart.

Enseguida respondió su propia pregunta. "La burguesía está muriendo", dijo. Antes, "los miembros de la academia asistían a cenas. Ahora ni siquiera se organizan cenas. Se acabó".

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