Los secretos de la columna de Modern Love, según su editor

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Daniel Jones (foto: columbiajournal.org)
Daniel Jones (foto: columbiajournal.org)

Este artículo forma parte de Times Insider, una serie que retrata la vida de la redacción y la intimidad del trabajo periodístico detrás de los artículos, reportajes y columnas de opinión en The New York Times.

Es probable que Daniel Jones sepa más acerca del amor (y del desamor y las pérdidas) que cualquier otro periodista en The New York Times.

Como editor de Modern Love, ha leído decenas de miles de ensayos personales acerca de la felicidad y la desesperanza que pueden generar las relaciones, en todas sus formas. Al supervisar la columna semanal desde sus inicios, hace más de una década, ha ayudado a darles vida a las historias en forma de un famoso pódcast y un programa de televisión que se estrenará este año.

A continuación, Daniel habla sobre cómo elige los ensayos, cuáles son los más memorables y cómo en una ocasión casi pierde la vida.

¿Qué es lo que más disfrutas de ser editor de Modern Love? ¿Qué es lo más desafiante?

Me encanta descubrir voces e historias nuevas. Podrías pensar que después de catorce años en esto, ya he leído todas las historias de amor imaginables. Pero entonces me encuentro con alguna historia extraña llena de una sabiduría sorprendente y vuelvo a quedar pasmado.

El otro aspecto satisfactorio consiste en ver cómo las historias pueden volver a contarse e imaginarse en otros medios con actores y directores talentosos, tanto en la audioserie, que lleva tres años transmitiéndose, como en la próxima serie de televisión de Amazon, Modern Love, que se ha estado filmando en Nueva York.

El reto es descubrir estas historias.

Recibimos aproximadamente ocho mil propuestas al año y la única manera de encontrar material nuevo es leerlo todo. Si dormí bien la noche anterior, puedo leer 150 en un solo día, lo cual es muy bueno para mantener un buen ritmo de trabajo, pero no resulta tan benéfico para mi salud. Hacerlo no solo te provoca dolores de espalda y vista cansada, sino que también te agota emocionalmente, pues con frecuencia estas son las historias más relevantes en la vida de quienes las escriben. No obstante, como editor, tienes que luchar contra el impulso de sentirte hastiado o insensible, porque en cuanto eso sucede estás acabado.

Quizá el proceso es muy parecido a las citas en línea. Es un problema de volumen, de encontrar una aguja en un pajar. La gente se vuelve insensible durante el proceso y cierra su corazón, pero solo puedes encontrar el amor (o una aguja o un ensayo) si te mantienes abierto, en todas las ocasiones, a encontrarlo.

¿Cómo describirías tu filosofía de edición?

En verdad no es una filosofía, pero creo en el escritor desconocido y en la idea de que todos tenemos una historia que contar. Al hacer el trabajo de edición, evidentemente trato de mejorar la historia, lo cual, por lo general, significa hacerla más legible y casi siempre reducir su extensión. Creo que a menudo los escritores interfieren en sus propias historias sin darse cuenta, dando más prioridad al lenguaje o al estilo en lugar del contenido. Un editor necesita tener curiosidad (más que una actitud de sabelotodo) e inspirar confianza. Estas historias pueden ser profundamente personales. Hay que tratarlas con cuidado, al igual que a sus creadores.

¿Cuáles son los ensayos que te han impactado más?

La historia titulada "Rallying to Keep the Game Alive", de Ann Leary, retrata una dinámica marital muy común de una forma absolutamente fresca y reveladora —se trata de una historia en la que pienso con frecuencia—. "Mi cuerpo no te pertenece", de Heather Burtman, me atrapó y en ella se dice, mucho antes del movimiento #MeToo: esto es lo que se siente ser cosificada por ser una mujer joven. La historia "Cómo enamorarse de cualquier persona siguiendo estos pasos", de Mandy Len Catron, les enseñó a decenas de millones de personas en todo el mundo cómo ser vulnerables con un extraño. Y, la historia de Gary Presley, "Would My Heart Outrun Its Pursuer?", me abrió los ojos a cómo algunas personas deben superar la amargura de la discapacidad para dar paso al amor.

Si tuviéramos más espacio agregaría cien ensayos más.

¿Qué haces cuando no estás trabajando?

Es difícil sentir que no estoy trabajando. La última vez que realmente me desconecté (del trabajo, el correo electrónico y las redes sociales) fue hace tres años, cuando hice un viaje de una semana para practicar canotaje con mi hijo en la zona alta del Gran Cañón. Nuestros guías habían traído un esquife original de madera de la época de los primeros días de navegación en el río Colorado y quien remaba era el nieto de quien lo había construido. Estábamos sentados a 15 centímetros del agua en este pequeño bote que saltaba como un corcho a través de los enormes rápidos.

Identifiqué una historia en esa situación y empecé a tomar notas para llevar el texto a la sección de Viajes en cuanto tuviéramos señal en los teléfonos. Así que, incluso ahí, encontré una manera de seguir trabajando, pero hizo que la experiencia fuera aún más memorable porque estaba haciendo lo posible para que así fuera.

¿Qué les sorprendería a los lectores saber de ti?

Cuando tenía veintitantos años jamás soñé estar en este negocio, mucho menos tener este trabajo. Esperaba, cuando mucho, conseguir un trabajo como profesor de Escritura Creativa en alguna universidad pequeña en donde fuera, cualquier lugar. Pero nadie me daba una entrevista.

No obstante, extrañamente, en ese entonces fue cuando estuve más cerca de que mi nombre apareciera en la portada de The New York Times, no como escritor, sino como instructor de esquí, pues me dediqué a eso durante varios años en el complejo turístico Deer Valley Resort en Park City, Utah.

Una semana me encontraba dando clases a los directores ejecutivos de American Express y Squibb Corporation cuando, después de un día de esquiar en una tormenta de nieve, conduje hasta un camino montañoso congelado y perdí el control de la camioneta, lo cual por poco nos hizo caer 60 metros dentro de un cañón.

Giré el volante frenéticamente y logré que el auto se deslizara hacia la dirección opuesta, donde chocó contra un banco de nieve y estuvimos a salvo.

Después de eso, hice bromas de lo que hubiera sucedido si me hubiera ido por ese barranco, y me hubiera llevado conmigo a dos de los hombres de negocios más importantes de aquella época; la historia seguramente habría aparecido en el Times. ¿Podría haber sido un caso de glamur lúgubre? Creo que prefiero dejar huella en el Times como un editor vivo y no como un conductor muerto en el obituario de alguien más.

Copyright: 2019 New York Times News Service