‘Sentí que tenía familia’: cartas que le dan esperanza a los migrantes detenidos

Por Liz Robbins

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Lisa Lamont, de la Universidad de San Diego State University, ordena cartas que serán enviadas a los migrantes detenidos.  (Sandy Huffaker/The New York Times)
Lisa Lamont, de la Universidad de San Diego State University, ordena cartas que serán enviadas a los migrantes detenidos.  (Sandy Huffaker/The New York Times)

Achiri Nelson Geh, un joven activista que estaba muy involucrado en el movimiento de independencia del sur de Camerún, sabía que debía escapar: los policías habían asesinado a su hermano y ahora lo estaban buscando. Después de tomar un avión, un bote, un autobús y caminar hasta México, se entregó a las autoridades estadounidenses en la frontera con la esperanza de obtener asilo.

Sin embargo, su nueva vida no es lo que esperaba. Desde entonces, ha pasado 21 meses recluido en tres centros federales de detención de migrantes, encarcelado hasta que pueda reunir 50.000 dólares para una fianza, mientras su caso de asilo está en el tribunal de apelación.

No obstante, un día del verano pasado llegó la esperanza: no eran 50.000 dólares, sino una carta de Anne-Marie Debbané, profesora de Geografía en la Universidad de San Diego, cerca del Centro de Detención Otay Mesa, donde estuvo durante los primeros veinte meses. "Siento muchísimo lo que has sufrido en Camerún y en este país", escribió. "Aplaudo la valentía, la osadía y la determinación que has demostrado para defender la justicia y la libertad".

Geh, ahora de 29 años, se sintió fascinado al ver que alguien le escribía, aunque fuera una persona que jamás había visto. "Gracias por sus cartas", escribió. "Me dan valor".

Un grupo de personas en la Universidad de San Diego escribe cartas a los migrantes. (Sandy Huffaker/The New York Times)
Un grupo de personas en la Universidad de San Diego escribe cartas a los migrantes. (Sandy Huffaker/The New York Times)

Así comenzó una correspondencia que se convirtió en una amistad, parte de una campaña epistolar inusual que iniciaron los profesores de la Universidad Estatal de San Diego y otras personas en la zona suburbana de esa ciudad californiana. La primera semana de febrero, la biblioteca de la universidad hizo público el archivo digital que contiene cientos de cartas de los detenidos, lo cual permite vislumbrar las frágiles vidas de los migrantes provenientes de más de veinte países que viven, algunos de ellos durante años, dentro de una anodina prisión privada.

El debate sobre cómo recibir a los inmigrantes en un país que depende de su mano de obra y a la vez los criminaliza como intrusos se ha convertido en un tema de debate durante el gobierno de Trump, que ha encarcelado a un número creciente de inmigrantes indocumentados como Geh en lugares como Otay Mesa y ha jurado proteger la frontera para que ya no entren personas de manera ilegal.

Sin embargo, mientras Washington batalla con el plan del presidente de construir un muro y las alternativas para manejar el flujo de nuevas familias migrantes que están llegando desde Centroamérica, la correspondencia de San Diego ha convertido un drama político internacional en algo sumamente personal.

"En Estados Unidos tendemos a deshumanizar a los migrantes", dijo Kate Swanson, otra profesora de Geografía de la Universidad Estatal de San Diego. "Los ponemos en cajas de concreto. Esta correspondencia ayuda a visibilizarlos".

Una carta enviada un migrante. (Sandy Huffaker/The New York Times)
Una carta enviada un migrante. (Sandy Huffaker/The New York Times)

Los detenidos comenzaron a escribir cartas, muchos usando gruesos y diminutos lápices de los que se usan para llevar los tantos en el golf y que les costaron seis centavos en la comisaría o economato de la prisión. Pedían ayuda y relataban historias de violación, asesinatos y torturas en sus países de origen, así como de la separación de sus hijos en la frontera. Los voluntarios respondieron tan sorprendidos como empáticos y enviaron tarjetas de Navidad, poemas, fotografías y noticias sobre sus propias familias. También depositaron pequeñas cantidades de dinero a las cuentas de los detenidos para que compraran alimentos y bebidas adicionales, cepillos de dientes y zapatos deportivos.

Para quienes esperan su inminente deportación, "todo lo que pudimos ofrecer fue apoyo moral y algo para el economato. Es como si sirviéramos una taza de café en la cubierta de una gran embarcación que se hundirá", dijo Joanna Brooks, vicepresidenta adjunta en la universidad que inició la campaña, la cual cuenta ahora con 200 voluntarios.

Otay Mesa, que opera bajo el mando de una corporación de prisiones y con un contrato de la agencia federal del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, comenzó a operar en su sede actual, al sureste de San Diego, en 2015. De los 930 inmigrantes que están bajo la custodia de la Oficina de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por su sigla en inglés) hasta esta semana, 796 son hombres.

Sin embargo, menos de la mitad de los detenidos recibieron sentencias penales, según los registros más recientes de la Transactional Records Access Clearinghouse de la Universidad de Syracuse. La mayoría simplemente espera la deportación o el asilo. Entre quienes tienen antecedentes penales, conducir alcoholizados y entrar ilegalmente al país son los delitos más comunes, según muestra el análisis.

Unas botas de bebé hecha por un migrante en un centro de detención. (Sandy Huffaker/The New York Times)
Unas botas de bebé hecha por un migrante en un centro de detención. (Sandy Huffaker/The New York Times)

"No somos las personas que el presidente Trump cree que somos", escribió Luis, un hombre salvadoreño homosexual de 19 años. "Lo que quiero es crear conciencia de quiénes somos como migrantes. No somos un peligro para la sociedad".

Las cartas, escritas en inglés vacilante y español fluido, relataban cómo los autores habían terminado tan lejos de casa. En su mayoría, expresaban la nostalgia de enterarse que alguien sabía que estaban ahí.

"Cuando respondes mis cartas veo una luz en la oscuridad", dijo un solicitante de asilo de la República Democrática del Congo que se da a conocer con la inicial K en el archivo. "Es verdad que me haces llorar porque con tu carta me mostraste cariño y amor como ser humano".

Por mucho que la comunicación haya ayudado a aliviar la soledad de los detenidos, también ha afectado profundamente la vida de quienes escriben las cartas. Para Debbané, cuya especialidad académica es la Sudáfrica posapartheid, las cartas que le envió a Geh llevaron a visitas en persona y llamadas en prisión; hablaron sobre el colonialismo en África, y compartieron libros y artículos.

"Estamos ahí el uno para el otro, y creo que aparecimos en nuestras vidas justo en el momento adecuado", dijo sobre Geh, a quien ICE sacó de Otay Mesa para trasladarlo el día de su cumpleaños 29 a un centro de detención en Alabama.

Atrapasueños hecho por un migrante. (Sandy Huffaker/The New York Times)
Atrapasueños hecho por un migrante. (Sandy Huffaker/The New York Times)

"Tengo todas las cartas que me escribió", dijo en una entrevista. "Las leo todos los días".

El proyecto de las cartas comenzó cuando la política del gobierno de Trump de separar a los padres migrantes de sus hijos en la frontera estaba en marcha el verano pasado. Brooks reunió a amigos y colegas igual de indignados en su casa; juntos encontraron los nombres y números de registro de inmigrantes de 30 detenidos en Otay Mesa que habían sido parte de una caravana migrante que fue detenida en la frontera con Tijuana. Los voluntarios alquilaron un apartado postal para recibir las respuestas de los detenidos.

Cuando la primera tanda de dieciséis cartas escritas a mano llegó el 11 de julio, Jennifer González, una abogada del grupo, dijo: "Todos compartíamos fragmentos, pedazos y nombres e historias. Tenía una fuerte conciencia de que cada una de esas cartas no solo representaba a una persona real, sino que también representaba a una familia que extrañaba a esa persona, su comunidad, hasta sus ancestros".

En cuestión de seis semanas, el grupo había establecido un sistema para escribir cartas a diario y depositar fondos en las cuentas de la comisaría de los detenidos. El grupo calcula que ha gastado más de 10.000 dólares desde julio.

Los voluntarios les pidieron a los detenidos que describieran sus condiciones de vida en prisión, y las cartas revelaron quejas comunes: comida echada a perder, jabón que les da comezón, trato hostil y falta de acceso a asesoría legal. Un grupo de defensa formado por las personas que escriben las cartas, llamado Detainee Allies, publicó un informe independiente con base en la información de las cartas.

Una cruz hecha por un migrante detenido. (Sandy Huffaker/The New York Times)
Una cruz hecha por un migrante detenido. (Sandy Huffaker/The New York Times)

"Las cosas se han vuelto cada vez más insoportables", dijo una mujer guatemalteca de 50 años el 3 de diciembre. "Hace mucho frío y nos duelen los huesos. El horario de comidas es irregular y la comida no es saludable. Un agente dijo que era comida para perros".

El detenido llamado Luis, que había llegado con la caravana migrante y a quien ya le otorgaron asilo, escribió que, para su higiene personal, "solo les dan un jabón y champú, pero ambos dan comezón". Para evitarlo, dijo, los detenidos deben comprar una mejor marca de la comisaría.

Amanda Gilchrist, portavoz de CoreCivic, la empresa que se encarga de Otay Mesa, dijo que los funcionarios del centro de detención habían respondido a las necesidades de los detenidos y corrigieron los problemas cuando se revelaron. Dijo que los administradores del centro monitorean la temperatura y la comida. "Los alimentos en los centros de CoreCivic cumplen o superan los estándares nutricionales, que son establecidos por nuestros socios en el gobierno", comentó.

Con el paso de los meses, algunos detenidos se han marchado, ya sea con el derecho para vivir en Estados Unidos o, con mayor frecuencia, deportados de regreso a sus países de origen.

La profesora Swanson a menudo piensa en uno de los hombres con quien se escribió, Juan, quien había ido a Estados Unidos para escapar de las amenazas de muerte de los pandilleros de la MS-13 en Honduras.

Ella le había contado de su hijo y esposo y le había enviado los resultados de los partidos de futbol en Honduras. Pero a los tres meses lo deportaron y las cartas cesaron. Swanson dijo estar segura de que él estaba muerto.

Pero no era así. Contactado en Honduras la semana pasada, Juan dijo que estaba a salvo y planeaba regresar a México. No intentaría volver a Estados Unidos pero dijo que tenía un recuerdo duradero de la experiencia: las cartas de Swanson.

"Sentí que tenía familia", dijo.

Isvett Verde colaboró con este reportaje.

*Copyright: c.2019 New York Times News Service