El discreto papel que debe jugar Estados Unidos en Venezuela

OPINIÓN - Por Jorge G. Castañeda

Compartir
Compartir articulo
Un hombre sostiene una pancarta durante una manifestación contra el régimen de Maduro en Caracas (REUTERS/Andres Martinez Casares)
Un hombre sostiene una pancarta durante una manifestación contra el régimen de Maduro en Caracas (REUTERS/Andres Martinez Casares)

CIUDAD DE MÉXICO — Conforme la crisis venezolana empeora, casi todos los países que respaldan a Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela están de acuerdo con que la renuncia de Nicolás Maduro es el primer paso para cualquier tipo de negociación. Esta es una diferencia de los intentos diplomáticos anteriores para establecer un diálogo entre el gobierno de Maduro y la oposición. El llamado al diálogo de esta semana en Uruguay, a instancias de la Unión Europea, abre una nueva posibilidad para una resolución pacífica.

Esto significa que Guaidó y la Asamblea Nacional convocarían elecciones presidenciales tan pronto como sea posible, con presencia de observadores internacionales, con nuevas autoridades electorales y supervisadas por un gobierno neutral.

Entre los países de América Latina y Europa hay un consenso sobre el papel discreto que el gobierno del presidente estadounidense, Donald Trump, debería jugar en Venezuela, pese a que ya desempeñó un rol clave al orquestar buena parte de lo que ha ocurrido en las semanas recientes. Muchos latinoamericanos y europeos creen que no importa cuán discreta sea la participación de Estados Unidos porque sus motivos son cuestionables. Argumentan que si Trump está involucrado, nadie más debería estarlo. El escepticismo es comprensible si se toma en cuenta el historial intervencionista de Estados Unidos en América Latina, desde su actuación en Guatemala en la década de los cincuenta hasta su participación en Honduras a inicios de este siglo.

Si Maduro sale del poder, será porque miles de venezolanos han tomado las calles pese al riesgo a ser asesinados, a los militares que se han rehusado a dispararles, a los gobiernos de América Latina que durante el último año y medio han presionando para que esto pase y por los países de la Unión Europea que también quieren que Maduro no siga en la presidencia. Estados Unidos es un factor, pero no uno decisivo.

Algunas encuestas en Venezuela indican que la mayoría de la población estaría de acuerdo con una intervención militar de Estados Unidos para derrocar a Maduro y ponerle final a su pesadilla. Pero existen demasiados casos en los que el gobierno de Estados Unidos se ha inmiscuido en los países de América Latina incitado por las peores razones, y con las peores consecuencias, como para que haya algún tipo de entusiasmo ante la posibilidad de una interferencia estadounidense.

Los partidarios de Maduro en Rusia, Cuba, Bolivia y Corea del Norte, incluso en China, con cierta seguridad denunciarán una "intervención yanqui", trazando un paralelo con la invasión de Playa Girón en Cuba y apelando al patriotismo de las fuerzas armadas venezolanas.

Hasta ahora, Estados Unidos y el gobierno de Trump han jugado sus cartas sorprendentemente bien, con un despliegue ordenado y bien pensado de iniciativas. Con excepción de algunas amenazas innecesarias por parte de la Casa Blanca, el gobierno estadounidense ha sido discreto, al menos por ahora. Con suerte, esta prudencia continuará.

Estados Unidos no asistirá a la conferencia sobre Venezuela convocada para el jueves por la Unión Europea en Montevideo. Y es un acierto. Tampoco debería dar asistencia humanitaria a Venezuela de manera directa. Una cosa es que Estados Unidos proporcione ayuda y otra que se involucre en la entrega de la asistencia dentro de Venezuela. Washington debería simplemente alentar, organizar y financiar.

Son suficientes las sanciones que el gobierno de Trump ha implementado a la petrolera estatal venezolana, PDVSA. Según Guaidó y otras fuentes, 20 millones de dólares en medicinas y comida provenientes de Estados Unidos serán recibidos esta semana fuera del territorio venezolano: en Cúcuta (Colombia), en Roraima (Brasil) y en una isla del Caribe cercana a la costa venezolana, ya sea Aruba o Curazao.

Oficiales militares y miembros de las tropas del ejército que se encuentran exiliados trasladarían esos suministros a Venezuela, en donde, si todo sale bien, los efectivos del ejército que aún son leales a Maduro no detendrán su recorrido ni les dispararán. Si lo hacen, los gobiernos de Brasil y Colombia podrían estar dispuestos a respaldar a los soldados anti-Maduro. La amenaza de un enfrentamiento con sus vecinos podría ser el incentivo que los militares venezolanos necesitan para abandonar a Maduro, lo que haría que el combate sea innecesario.

Un tanque bloquea el paso en la frontera entre Colombia y Venezuela, en Cucuta. Por allí deberían pasar los suministros de la ayuda humanitaria (REUTERS/Luisa Gonzalez)
Un tanque bloquea el paso en la frontera entre Colombia y Venezuela, en Cucuta. Por allí deberían pasar los suministros de la ayuda humanitaria (REUTERS/Luisa Gonzalez)

Washington debería garantizar, principalmente, las medidas que logren el resultado necesario y deseable. También debe desempeñar un papel crucial en la amnistía que Guaidó le ofreció a Maduro y a los altos oficiales del ejército venezolano a cambio de renunciar al poder y abandonar el país.

Incluso en lugares aparentemente seguros como La Habana y Moscú, Maduro y quienes se acojan a la amnistía seguirán vulnerables a que un día el Tribunal Internacional de Justicia o el sistema judicial estadounidense los persiga. Por eso Estados Unidos debe prometer que no lo hará; sin esta garantía, las posibilidades de que acepten exiliarse son escasas.

Por primera vez desde que Hugo Chávez tomó el poder hace veinte años, la oposición venezolana está unida. Casi todos los países involucrados en Venezuela, de manera directa o indirecta, con la excepción de Irán, Nicaragua, Siria, Bolivia, Rusia y China, y en menor medida México y Uruguay, suscriben la mayoría de los puntos descritos anteriormente. Pero su apoyo a Guaidó está condicionado a la unidad de las fuerzas internas que lo respaldan. Ese bloque es el que ha iniciado el fin del chavismo como lo conocemos.

Venezuela tiene dos rutas: o bien deja esta pesadilla atrás y se une a sus vecinos democráticos en América Latina y el hemisferio occidental o se transforma en un protectorado y aliado hecho y derecho de Rusia, Cuba y, en menor medida, China. Esta es la elección real que enfrentan Venezuela y sus verdaderos amigos.

Será un gran logro que Estados Unidos pueda trabajar con latinoamericanos y europeos para resolver una crisis en la región sin intimidar a nadie. Algunos preferirían incluso que Estados Unidos se mantuviera completamente al margen de la crisis. Pero ninguno de esos escenarios va a suceder.

En cualquier caso, el pueblo venezolano debe tener la posibilidad de elegir a través de elecciones libres y justas. Al final, de eso se trata todo esto.

Jorge G. Castañeda es profesor de la Universidad de Nueva York, miembro del consejo de Human Rights Watch y columnista de opinión de The New York Times. Fue secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003.

Copyright: 2019 New York Times News Service