Inmigración y la latinoamericanización de la política estadounidense

En la frontera de Texas y Arizona hay una tragedia, pero no una impuesta, sino una provocada. Mejor dicho, auto provocada

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Una mujer rompe a llorar luego de ser elegida por agentes de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos para ser procesada luego de aguardar durante días entre dos muros fronterizos para solicitar asilo, el viernes 12 de mayo de 2023, en San Diego (AP Foto/Gregory Bull)
Una mujer rompe a llorar luego de ser elegida por agentes de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos para ser procesada luego de aguardar durante días entre dos muros fronterizos para solicitar asilo, el viernes 12 de mayo de 2023, en San Diego (AP Foto/Gregory Bull)

Soy migrante, y también lo fueron mis padres que llegaron como refugiados políticos de Pinochet a EEUU. También emigraron mis cuatro abuelos a Chile, dos como consecuencia del quiebre del imperio austrohúngaro al finalizar la Primera Guerra Mundial y los otros dos, del fin del Imperio Otomano.

Lo digo por mi compromiso con la inmigración, por si algunos quieren entender mal lo que a continuación voy a decir, toda vez que no existe otro país con tanta experiencia en esta temática como EEUU, que por lo mismo es ejemplo, de lo que se puede hacer bien y mal, materia en la que EEUU sigue siendo el país que recibe más inmigrantes legales en el mundo, sobre millón y medio de ellos, cada año.

EEUU sobresale ahora como mal ejemplo, aunque lo que se presencia se ha vivido otras veces en su historia, y en el debate sobre la inmigración, los latinos cumplen hoy el rol amenazante que antes tuvieron otros, desde irlandeses a chinos.

Sin embargo, nunca estuvo tan paralizado el proceso de toma de decisiones, por mucho que exista un ambiente optimista después que contrario a lo que se suponía, la expiración del Título 42 (que permitía expulsar inmigrantes ilegales por razones del CV-19) no supuso un gran aumento, sino una disminución, incluyendo la de venezolanos. El éxito es porque se ofreció un camino que incentivaba más el tránsito legal, mediante la inscripción previa en internet y llegar por puertos de entrada como aeropuertos, con el objetivo que el ingreso quedara registrado.

Lo anterior demuestra una vez más que en quienes tanto arriesgan en su trayecto, existe un comportamiento racional, de costo-oportunidad. Por lo mismo, se da solo en la frontera sur, y no en la norte con Canadá.

Hoy, en la inmigración, sobre todo en la que llega a la frontera de Texas y Arizona hay una tragedia, pero no una impuesta, sino una provocada, mejor dicho, auto provocada, y que mucho de ella se debe a lo que insisto en calificar como la latinoamericanización de la política y, por lo tanto, del proceso de toma de decisiones.

Es así. Desde hace bastante tiempo somos testigos de situaciones que en décadas anteriores no era habituales en EEUU, pero si son reconocibles en muchos países del Rio Grande al sur. Es decir, confrontación, polarización, falta de acuerdo en el Congreso, guerra cultural, inexistencia de diálogos para lograr acuerdos, empobrecimiento del debate público, judicialización de la politica, medios de comunicación sesgados con predominio del activismo sobre la información, etc.

La confusión es tal que confunde a seguidores habituales de los vaivenes de Washington. Nada implica que no exista política alguna como tampoco que el caos sea planificado, como se asegura en los extremos, es algo mucho más llamativo, ya que en un país que rara vez se interesa por lo que ocurre fuera de sus fronteras, lo que se observa son recomendaciones de la ONU para inmigración.

Esto es reconocido por los especialistas que están familiarizados con esta temática particular de la ONU, pero el problema es que en Estados Unidos no ha habido debate al respecto como tampoco modificaciones de sus anticuadas leyes.

En otras palabras, sin que medie tratado, EEUU está aplicando una propuesta internacional, no los instrumentos habituales y duros del Derecho Internacional, sino lo que se conoce como “soft law”, incluyendo recomendaciones de agendas de la ONU como la 2030 o recomendaciones, ni siquiera de fallos de cortes internacionales, como podría ser la Corte Interamericana de Derechos Humanos (a la que no se le reconoce competencia), sino simples opiniones consultivas.

Todo tiene sentido si se revisan las páginas web de los organismos relacionados con la inmigración o en su ventana para el mundo que es el Departamento de Estado, donde se puede ver que quienes ingresan sin cumplir las reglas fijadas por la ley de EEUU no son más “ilegales” sino solo “irregulares”, es decir, un cambio profundo, ya que solo sería un problema administrativo y no de carácter legal.

Migrantes que intentan llegar a Estados Unidos cerca de la frontera con México, en Ciudad Juárez, México. 11 de mayo de 2023 (REUTERS/Jose Luis González)
Migrantes que intentan llegar a Estados Unidos cerca de la frontera con México, en Ciudad Juárez, México. 11 de mayo de 2023 (REUTERS/Jose Luis González)

Es doblemente llamativo que no haya pasado por el Congreso, toda vez que tradicionalmente el país ha firmado pocos tratados internacionales, incluyendo de derechos humanos, ya que en general, no firma nada que limite el poder total de la Corte Suprema, aun en legislación internacional de familia (recordar el caso del balserito cubano). Es quizás también la razón por la cual la frontera con México presenta problemas muy similares a la frontera de Chile y Perú, como en general se ha dado en América Latina, en todos aquellos países donde la inmigración no ha logrado ser un proceso ordenado o legal.

Por cierto, estoy consciente que comparar a EEUU con América Latina no gusta ni puede gustar en esos medios políticos y periodísticos que usan “tercer mundo” como ejemplo y sinónimo de todo lo que funciona mal o es ineficiente, y, por cierto, nuestra región es parte de ese universo diverso.

En el caso de EEUU es especialmente rechazable que existan sectores que culpen a México de una situación que es totalmente atribuible a Estados Unidos, incluyendo la invitación orbi et orbi que hiciera el presidente Biden en campaña y también al asumir, donde México sufre las consecuencias de tener en sus calles a cientos de miles de personas que no desean residir allí, sino llegar más al norte.

Hay por cierto temas que son solo temas de politica interna de EEUU, como es el caso de las ciudades y estados santuarios que, para marcar distancia de Trump, se ofrecieron a recibir y ayudar a todo inmigrante, legal o ilegal, hasta que ahora, los números de estos, los gastos demandados y las protestas de quienes se sienten o han sido perjudicados (ejemplo, clases suspendidas en escuelas públicas que sirven de albergue), los están llevando a cambiar de opinión.

Como país exitoso en la integración del inmigrante (a diferencia de Europa), EEUU tiene una historia donde los ciclos de inmigración y rechazo se han alternado, y en el extremo, la virtual prohibición para chinos y otros orientales permaneció desde el siglo XIX hasta los 60s del siglo XX.

Hoy, se agrega la total incomunicación entre demócratas y republicanos a la imposibilidad de modernizar una legislación que no ha tenido cambios sustanciales desde los 80s. Aún más importante, e incomprensible en la que todavía es la primera potencia del mundo, es que no exista continuidad en sus políticas, y así se vivió un cambio vistoso de politica interna e internacional de Trump a Obama, y aún más notorio, en prácticamente todo, de Biden a Trump.

Para mayor complicación, existen al menos once millones de indocumentados, incluyendo aquellos que debieran haber recibido una solución hace mucho tiempo, los llamados “dreamers”, quienes llegaron de muy niños y no conocen otro país. Y nadie en su sano juicio debiera pensar que pueden ser expulsados.

A ello se suma la continua llegada de inmigrantes, por una razón, EEUU los necesita y tiene trabajo para ellos, legales o ilegales, trabajo que prácticamente los espera como es la situación actual. Y la variedad es muy amplia, yendo de trabajos agrícolas a limpieza en la industria hotelera, pero también en computación.

En otras palabras, la raya para la suma es que los estadounidenses no quieren trabajar en ciertos lugares, y los inmigrantes, en general, siguen teniendo éxito en sus planes, y en el cumplimiento de su visión del sueño americano.

Migrantes cerca del Río Grande después de cruzar la frontera para solicitar asilo en los Estados Unidos (REUTERS/José Luis González)
Migrantes cerca del Río Grande después de cruzar la frontera para solicitar asilo en los Estados Unidos (REUTERS/José Luis González)

¿Hay solución para lo que hoy se vive en EEUU?

Un camino es revisar los ejemplos más exitosos a nivel internacional, aunque es difícil que se interesen en algo que viene desde el extranjero, a pesar de que países como Canadá, Australia o Nueva Zelanda son ejemplo de la concepción que la inmigración necesita procesos legales, ordenados y seguros. De otra manera se perjudican todos, partiendo por los propios inmigrantes. Son naciones exitosas, además por otra razón, muy distinta a lo que observamos en Estados Unidos y América Latina, donde en esos tres países hay un amplio consenso nacional y político sobre la importancia de la inmigración, nada similar a la profunda división que se observa hoy en Estados Unidos y a las protestas en las calles de varios países latinoamericanos, con consecuencias incluso electorales. Son países -y es bueno tenerlo presente-muy duros con la inmigración ilegal, donde saltarse las normas hace muy difícil la aceptación definitiva de quien allí quiere vivir, con lo que se recuerda un tema básico de derechos humanos, que viajar y emigrar del país donde uno ha nacido es un derecho, pero no lo es ser aceptado en otro, donde ese es un derecho de cada Estado, que es quien fija las normas.

En el caso de EEUU, fronteras abiertas u Open Borders trajo consigo crisis humanitaria, violaciones, abusos, niños en peligro, mulas futuras para el narcotráfico a cambio del pasaje, es decir, poder para los carteles, quienes en definitiva han tomado el control parcial de la frontera sur, con la pregunta de qué ocurrió con la voluminosa comunidad de inteligencia o de seguridad nacional.

Mas aun, si EEUU hubiese firmado tratados de inmigración, algunas de sus autoridades podrían tener responsabilidad, aunque no sea directa, en las violaciones de derechos humanos que han tenido lugar en el tránsito hacia sus fronteras, como también el gobierno podría sufrir consecuencias indemnizatorias derivadas de alguna condena judicial, sea en tribunales de USA o de otro país.

Parte de la falta de acuerdo se debe a que la inmigración parece ser un tema de alto interés para la base republicana, pero por lo mismo, de baja importancia para el votante demócrata, con lo que se asegura su ausencia de esas primarias, y que solo tendrá interés partidista nacional, si es que tiene relevancia en uno de los pocos estados (no más de 4 o 5) que pueden decidir la presidencial.

Lo peor, es que al igual que en América Latina, la situación actual puede tener su mayor impacto en la permanencia por mucho tiempo de un movimiento antiinmigrante, como un efecto duradero. ¿Sin embargo, que solución existe cuando es casi inviable que haya un acuerdo bipartidista que no sea algo tan puntual como el techo de la deuda?

Y la verdad es que por sorpresivo que parezca, la solución también tiene que ver con América Latina, mejor dicho, con los latinos de EEUU, ya la primera mayoría en números, pero todavía lejos de adquirir una importancia similar en grandes decisiones políticas, en la presencia en medios masivos en inglés o en Hollywood.

Los latinos somos parte del problema, pero también de la posible solución. Si las organizaciones latinas y sus dirigentes se dan cuenta, es también una oportunidad, una similar a la que los derechos civiles trajeron para la comunidad afroamericana, a la cual le dieron en los 60s una visibilidad que todavía se mantiene, gracias a su aporte a un tema que no había logrado ser resuelto.

Y esa es la oportunidad que aparece para los latinos. EEUU está paralizada y necesita una solución. La ventaja de los latinos es que tienen una gran diversidad, lo que les permitiría representar tanto a demócratas como a republicanos, hablar en términos de una inmigración legal, segura y ordenada (que es lo que muestra este éxito parcial en reducción de la ilegal después del término del Título 42), entendimiento y cuidado de los intereses del inmigrante como también de los estadounidenses. Además, no tendrían éxito las descalificaciones, al estar los diferentes sectores representados a su interior.

Si quienes representan a la comunidad y hablan por ella se organizan lo suficiente para hacer una propuesta que considere los distintos intereses en juego, para los latinos podría haber un antes y un después, al aportar la solución a un problema que hoy no se encuentra, y así ingresar por la puerta ancha a los temas comunes para todos, y no solo de una comunidad. Y que mejor oportunidad que el actual proceso electoral, algo que no sea Trump versus Biden o Biden versus Trump.

Y un corolario.

Para EEUU podría significar tener una legislación moderna y actualizada, para lo que de todas maneras viene en camino, los muchos miles que muy pronto, van a llegar a la frontera, para con razón o sin ella, ya no pedir asilo político, sino argumentar que son refugiados del “cambio climático”, consecuencia también de los mensajes actuales de EEUU al mundo.

@israelzipper

*Abogado, PhD. en Ciencia Politica, excandidato presidencial chileno (2013).