El primer aniversario de Boric

En este año hay rostros nuevos en el gabinete y la confirmación que el proyecto refundacional ya no es posible, que no puede “cambiar” el modelo ni a los chilenos, solo puede gobernarlos bien o mal

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El presidente de Chile, Gabriel Boric
El presidente de Chile, Gabriel Boric

Harold Wilson un ex primer ministro laborista del Reino Unido, como respuesta a una pregunta periodística dijo en 1965 que en politica una semana era el “largo plazo”.

Lo he recordado a propósito del primer año de Gabriel Boric en La Moneda, ya que la realidad convirtió al propósito de “cambiarlo todo” en la modestia de hacer politica en “la medida de lo posible”, la frase que popularizara Patricio Alwyin en la transición de los 90s y que se convirtió durante años, en el símbolo de todo lo que estaba mal en Chile para el actual presidente.

En su primer aniversario hay rostros nuevos en el gabinete y la confirmación que el proyecto refundacional ya no es posible, que no puede “cambiar” al modelo ni a los chilenos, solo puede gobernarlos bien o mal. Hubo quizás soberbia y arrogancia en torno a un proyecto de cambio radical, proyecto que ya había tenido su certificado de defunción cuando casi el 62% del electorado rechazó la constitución que le había sido propuesta.

Probablemente en el palacio de gobierno no existe conciencia al respecto, pero ese rechazo le permitió al país una continuidad que incluye al propio gobierno, toda vez que el proyecto constitucional tenía (al igual que el de Pinochet) una infinidad de artículos transitorios que obligaban por supremacía de la norma constitucional a su aplicación inmediata, lo que hubiera creado una total e inmediata desorganización institucional, pero también quedaron sin banderas.

Chile es un caso típico del choque clásico entre la expectativa y la realidad. La visión extremadamente ideologizada ha sido insuficiente para demostrar competencia y conocimiento del manejo gubernamental, y así en forma cada vez más notoria, ministerios claves y la propia jefatura del Gabinete ha llegado a las manos de ministras muy vinculadas a Bachelet y a ese pasado de los 30 años posteriores a la recuperación de la democracia, presentados alguna vez como el ejemplo mismo de lo que no debiera jamás repetirse.

La ex presidente de Chile, Michelle Bachelet. REUTERS/Pierre Albouy
La ex presidente de Chile, Michelle Bachelet. REUTERS/Pierre Albouy

¿Pero llegaron esas ministras a confirmar y consolidar lo logrado por el gobierno o a enmendar rumbos? Dado el carácter hiper presidencial del sistema político, la duda se mantiene con los nuevos cambios.

El último fue el día aniversario donde es nombrado en Relaciones Exteriores un ministro íntimamente ligado a esos años, en reemplazo de una politica exterior “turquesa” que quiso romper con la tradición chilena de continuidad, previsibilidad y seriedad, aquella que condujo a un país pequeño a ser aquel que tenía la mayor cantidad de tratados de libre comercio en el mundo, Si. Parece exageración, pero es cierto, la más extensa.

Y en lo personal, recuerdo cuando un Embajador de Estados Unidos, al inicio de las negociaciones para un tratado entre EEUU y Chile, me confidenciara que la potencia había decidido seguir el ritmo chileno en las conversaciones, ya que tenía mucha más experiencia que su país en esas materias. Sentí orgullo ese día.

¿Volverá la seriedad tradicional de la politica exterior chilena?

No lo sé, al menos con eso yo me conformo, aunque no va a ser fácil, ya que de malas decisiones económicas se puede salir con mejores, pero en temas como el prestigio del país no se funciona de la misma manera, y Chile había logrado construir con mucho esfuerzo una cantidad de políticas públicas de probada eficiencia, y que han sido destruidas, a veces con el visto bueno de muchos.

Al asumir la presidencia, se dijo que el cumplimiento de las promesas de campaña dependía de la aprobación de la nueva constitución. Cuando esta fue rechazada, se anunció que dependían de la aprobación de la reforma tributaria, pero eso no fue posible ante su rechazo, toda vez que el tema de fondo es que un gobierno en minoría difícilmente puede esperar la aprobación de sus proyectos sin previamente negociar con la mayoría en el Congreso.

Los presidentes de Chile y EEUU, Gabriel Boric y Joe Biden
Los presidentes de Chile y EEUU, Gabriel Boric y Joe Biden

La pregunta es cuando va a depender del propio gobierno y ahí entran las dudas.

Por ahora no se notan cambios positivos en la vida cotidiana de las personas, tan solo un deterioro en condiciones de seguridad, en la economía y en las oportunidades que se le abren a los más humildes.

Llega alguien probadamente competente a la Cancillería, pero para el ciudadano promedio ello no tiene impacto, al menos inmediato

En los 30 años tan criticados por el Frente Amplio y el Partido Comunista, la centro izquierda y la centro derecha se alternaron en el poder con predominio de los primeros. Ninguno obtuvo todo lo que quería, pero existió lo que es propio de una democracia, la búsqueda de acuerdos y de políticas de consenso, a ser seguidas por diferentes gobiernos, más bien de Estado que de grupos políticos particulares.

Aparentemente, a eso se le quiso poner fin.

Hoy la duda es que viene a continuación, ya que quedan muchas elecciones y tres años del actual gobierno.

Hay desilusión, tanta que ningún otro gobierno se ha descapitalizado tan rápido. El presidente más joven fue también electo con la mayor cantidad de votos en la historia. Sin embargo, hoy un 70% afirma que el presidente “no ha cumplido con las expectativas que se tenían” al asumir, solo el 12% cree que tiene la “experiencia para gobernar” y la desaprobación llega al 62%, casi exacto el porcentaje que en plebiscito dijo que no a la transformación constitucional de lo que se ha conocido como Chile.

A partir de la violencia de octubre 2019, una certidumbre que parecía ser parte de Chile desapareció, la de la estabilidad de las instituciones, tal como para la generación anterior se había esfumado aquella que en Chile “no había golpes de Estado”. A cambio, apareció una afirmación vacía que le hizo mucho daño al país, la de una supuesta “excepcionalidad” que los alejaba de la América Latina, cuando comparte más elementos que los que muchos aceptan gustosamente.

El país entro en una búsqueda, de la cual la presidencia de Boric ha sido parte. El propio comportamiento del electorado, la voz última y soberana en democracia, fue parte de una ruleta electoral, de elección a elección. Constituyentes que le propusieron un cambio total del país, pero también el mismo día de las presidenciales se le dio al país un Senado opositor, más bien conservador. En la presidencial se eligió a la opción opuesta en la primera vuelta como lo era el derechista Kast para volcarse mayoritariamente hacia el izquierdista Boric, en la segunda y definitiva.

El ex candidato presidencial de Chile, José Antonio Kast
El ex candidato presidencial de Chile, José Antonio Kast

Con este primer aniversario, relucen las afirmaciones sobre los últimos 30 años que demostraron ser falsas al igual que las promesas electorales no cumplidas, lo que plantea la responsabilidad del votante, y esta variación de elección a elección hace difícil la simpleza de un simple retorno a un pasado que como la Concertación se fue para no volver, al menos en forma parecida.

Quizás porque no supo o quiso defender sus logros.

La duda es que viene a continuación.

¿Qué hará o que propondrá el gobierno? ¿Habrá un tránsito a la confrontación, al todo o nada?

¿Habrá negociación de la revolución a cambio de un simple estado de bienestar? ¿Se contentarán con una nueva constitución, con la firma del presidente Boric en reemplazo de la del presidente Lagos?

Por ahora, el gobierno no da su brazo a torcer, lo que augura momentos difíciles para el país, llenos de turbulencia, ya que no muestra voluntad de negociar, ni siquiera de conversar.

Solo va de golpe en golpe, y de fracaso en fracaso, pero no hay expresión de voluntad o deseo de hacer un cambio en torno al mito original de que Chile era un mal país, el símbolo mundial de la “desigualdad” y el “neoliberalismo”, que, por cierto, no era ninguno de los dos.

La nueva etapa no parece auspiciosa, a pesar de que en Chile la democracia no solo se salvó, sino quizás esta experiencia la fortaleció. El proceso de erosión se detuvo y hoy, se valora mejor lo que se tenía, en términos de grandes acuerdos, consensos básicos sobre lo fundamental, y que definitivamente la economía y la institucionalidad funcionaron, la democracia se ha profundizado en su valoración y se entiende que más se logra con buenas instituciones que con la turba vociferante, más con la ley que con la violencia.

El gran logro de la democracia es la resolución pacífica del conflicto y la existencia de normas iguales para todos, la aceptación del otro como un igual, el rechazo al populismo de “pueblo” versus “elite” y a la hipocresía de pensar que algo debe ser aplaudido si son los “nuestros” o “ellos” los que están en el poder.

Eso quizás se ha fortalecido en Chile después del coqueteo con la violencia octubrista y el delirio constitucional, por lo que el fracaso tan pronunciado de este gobierno no es buena noticia.

Manifestantes chocan con la policía antidisturbios en Santiago en protestas contra el gobierno. (Foto de RODRIGO ARANGUA / AFP)
Manifestantes chocan con la policía antidisturbios en Santiago en protestas contra el gobierno. (Foto de RODRIGO ARANGUA / AFP)

Estoy también convencido que muchos han aprendido la lección (no se si el gobierno) de que nadie ha clavado para siempre la rueda de la fortuna o de la historia. Creo además que los partidos políticos se equivocaron al no aceptar que el pueblo ya se había pronunciado en torno al tema constitucional, rechazando lo que se le propuso, y que, de acuerdo con la ley, la responsabilidad de una nueva constitución regresaba directamente al Congreso, además, uno recién electo.

Los partidos políticos, encabezados por la derecha y la ex concertación, decidieron seguir adelante con el tema constitucional, con la idea de “resolverlo definitivamente”, y dieron origen a un nuevo proceso, extremadamente complicado, en un país que ya tiene sus prioridades volcadas hacia otros temas, de mayor urgencia, como la seguridad o la economía.

Creo que esa desviación de la democracia, la partidocracia se equivocó al no respetar ese contundente 62%, y al tratar de enmendarle la plana a los votantes. ¿Qué pasa si es rechazada la propuesta o tiene un problema de imagen la forma en que fue redactada?

El problema es que, así como hay una mejor valoración de los consensos y los acuerdos en democracia, en un país con seguridad y economía deteriorada, también es posible que la rabia se haya mantenido en la calle al igual que la impaciencia, por lo que, si fracasa el proyecto constitucional, otro estallido de violencia puede estar gestándose en las redes sociales (basta ver lo que se dice del empresariado) y en defensores de la violencia como el partido comunista chileno.

Diego Portales, el fundador del duradero estado chileno post independencia del siglo XIX tuvo una enigmática frase, sin acuerdo compartido acerca de su significado, que en Chile las instituciones y el orden se mantenían “por el peso de la noche”, es decir, una continuidad profunda que explicaría el fracaso de la convención constitucional y de este primer año del gobierno.

Pero, que quizás también ayudaría a entender la reaparición de una violencia similar a la del octubrismo 2019, esta vez en un nuevo envase, cortesía ahora de los partidos políticos, que esta vez en la impronta conservadora quisieron seguir con los ensayos constitucionales.

Conocida historia, la del camino al infierno, pavimentado de buenas intenciones.

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