Ya a estas alturas, uno dejó de subestimar —horrible palabra, yo sé (no es ni la adecuada, ni la precisa, pero se entiende, ¿no?— a la generación de publicistas que nos suceden, me refiero a los que vienen después de nosotros, muchos de los cuales están —organizacionalmente y solo organizacionalmente digamos que— debajo.
Me explico: aunque sigo pensando que esa es una generación de comunicadores que vive bajo el erróneo pensamiento del “nací sabiendo”, mi mirada —que más que una mirada por encimita es mi observación y análisis diario sobre ellos— me ha hecho entender que los publicitarios (recientemente) cincuentones como yo, tenemos la inmensa ventaja de tenerlos en nuestras agencias por varias razones. Estas están basadas en el paso del tiempo, que en estos casos nos juega a favor, y también en la “apertura de cabezas” de gente como yo.
¡Cómo hemos cambiado pelones! Las diferencias que nos favorecen a ambas generaciones son varias, pero voy a concentrarme en dos fundamentales:
Diferencia número 1: Cuándo yo arrancaba a los 19, mi jefe, (para que vean como se acortó la brecha etárea entre rangos) no era, probablemente, menor a 40. Y muy probablemente tampoco era publicista de profesión (y cómo serlo si la carrera se suscribía solo a dos universidades y un instituto y acababa de ser creada solo una década antes). Esto hacía de nuestros maestros un club de culturosos, lectores y cinéfilos de gran porte, pero no tanto método.
Diferencia número 2: En los inicios de mi carrera yo veía a mis jefes como grandes dioses, casi infalibles y bastante inalcanzables por el momento. Cosa que aquellos que están un escalón debajo de mi generación no pueden ni imaginar, porque, justamente, “nacieron sabiendo”.
Y mejor que ahondar en lo que yo creo que piensan los que en este momento y por el momento me dicen jefa, los dejo con una anécdota lo suficientemente “gráfica”:
En una primera reunión hace varios años, cuando el mundo digital en las agencias era incipiente y se reducía a unos pocos expertos, siendo directora (y cuarentona hacía ya un rato) tuve a un chico de no más de 23 que acababa de entrar como Social Media Manager. Pregunté algo muy muy básico sobre su tema y me contestó él muy endiosado: ¿qué? ¿No sabes?
No, no sabía y ni él ni yo entendíamos en ese momento que no tenía tampoco por qué saberlo. Él estaba para eso, para explicármelo, no para reclamármelo.
Ahora nosotros, los más veteranos, años, cursos y diplomados más tarde, nos hemos igualado. Nosotros entendemos más de ellos y de “sus cosas” y ellos saben lo mucho que nos esforzamos por seguirles el tren, eso sí, mientras sigamos sobre los rieles y hasta que ellos agarren la máquina como lo hicimos nosotros alguna vez, todavía son: dioses más pequeños.