Estamos presenciando el lento pero seguro desplazamiento del entramado geopolítico que desde los años ‘70 viene protegiendo al mundo de un holocausto nuclear. De manera que la tan temida tercera guerra mundial podría concretarse en este decenio. Y desde luego, como bien indicara Einstein cuando le preguntaron con qué armas se lucharía en la tercera guerra mundial, “ignoro con que armas se luchara en la tercera guerra mundial, pero les aseguro que la cuarta guerra mundial se luchara con palos y piedras”. Porque lograremos los mortales acabar de una vez por todas con el pequeño punto azul que cuelga en el espacio y que ha sido nuestro hogar por tiempos inmemoriales.
La capa que se desplaza tiene que ver con Rusia, con la OTAN y con China. En los años ‘70, luego de superarse a crisis de los misiles en Cuba, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas pensó haber asegurado su no exterminio al lograr que Estados Unidos desactivara las ojivas nucleares colocadas en Turquía.
Corrieron los años y en otro episodio no menos dramático, Henry Kissinger negoció un acuerdo con China que impidió que esa nación se tornara en aliada de la Unión Soviética. Esa fórmula llevo a la admisión de China en Occidente y permitió avanzar las negociaciones relativas a la no colocación de ojivas en las inmediaciones territoriales de USA o la URSS y produjo estabilidad, paz y prosperidad económica. En efecto, las armas nucleares se sometieron a estrictos controles y algunas se guardaron mientras China se convirtió en la usina de bienes de consumo mas barata del mundo permitiendo a las clases medias del mundo mejorar sus estándares de vida.
Pero al colapsar la Unión Soviética y Occidente creerse el cuento del fin de la historia se comenzaron a violar los acuerdos alcanzados en esos momentos históricos en que se vino abajo el muro de Berlín. El primero fue delimitar el crecimiento de la OTAN. Se suponía que ni la OTAN ni el Pacto de Varsovia modificarían sus límites. Así se establecía una suerte de zona neutral entre Europa y la antigua Unión Soviética. Pero al colapsar el Pacto de Varsovia, la OTAN vio despejado el terreno para su crecimiento y se aposentó en naciones frontera de la Unión Soviética que eran Checoslovaquia (hoy la Republica Checa y Eslovaquia), Finlandia, Hungría, Noruega, Polonia, Rumania y Turquía. También en una sola maniobra ingresaron en la OTAN Estonia, Lituania y Letonia.
En Rusia Boris Yeltsin fue sucedido por Vladimir Putin, para quien la prioridad es codificar a Rusia como potencia mundial. Y en Beijín ascendió Xi Jinping, para quien ser la primera economía del mundo es la prioridad. Ambos entienden que su lugar en la escala de poder mundial depende de la manera como enfrenten a Occidente. Y llegó el COVID-19. China fue señalada como la fuente del mal mientras Rusia sufrió un descalabro económico con el colapso de la demanda energética en el mundo. China Y Rusia comenzaron a pensar que deben unirse para enfrentar a Occidente. China está supliendo la cadena de suministro con un cuentagotas. Rusia desplegará toda su capacidad perturbadora que incluye enviar ojivas nucleares y tropas a lugares como Cuba y Venezuela, donde quizás intenten repetir el episodio de los ‘70 obligando a Estados Unidos a congelar el crecimiento de la OTAN.
Pero esta vez la movida puede provocar un holocausto. Porque Cuba y Venezuela pueden perfectamente utilizar la maniobra para darle acceso a armas nucleares al crimen organizado transnacional. Y si ese fuera el caso, Putin perdería el control del juego. Bajo tales circunstancias bien podría ocurrir una detonación inesperada que de lugar a una respuesta y esta a otra. Al final, solo quedarán, como bien dijera Einstein, palos y piedras.
*Internacionalista; Maestría en desarrollo económico, integrante del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos