Infancia desarraigada: la realidad de millones de niñas y niños refugiados y desplazados

Se trata de una población particularmente vulnerable, especialmente cuando las crisis se prolongan por años

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LaS menores sursudanesas no acompañadas, de 16 y 13 años, preparan comida en su casa en el campamento de refugiados Jewi en Etiopía. (Créditos - Eduardo Soteras Jalil)
LaS menores sursudanesas no acompañadas, de 16 y 13 años, preparan comida en su casa en el campamento de refugiados Jewi en Etiopía. (Créditos - Eduardo Soteras Jalil)

Nyamach Lul tiene 16 años, es huérfana y vive junto a Nyakoang, su hermana de 13, en Jewi, uno de los siete campamentos que albergan a más de 300.000 refugiados sursudaneses en la región de Gambella en Etiopía.

La adolescente perdió a su padre en un ataque de un grupo armado y a su madre a causa de una enfermedad. Después de que estallara la lucha contra la violencia sectaria y la guerra civil en su ciudad natal, ella y su hermana menor huyeron en búsqueda de un lugar seguro en Etiopía.

El suyo es uno de los 150.000 hogares liderados por niños y niñas en el mundo producto de la crisis de desplazamiento.

Nyamach ha debido crecer demasiado pronto para hacerse cargo de su pequeña hermana y de sí misma. Cuando la comida es escasa, Nyamach deja que Nyakoang coma primero. Cuando necesitaron zapatos, Nyamach vendió parte de sus raciones de comida y el primer par que compró fue para su hermana Nyakoang. “Me gusta verla feliz, incluso más que a mí misma”, cuenta ella con orgullo.

Joven de 16 años machaca granos de maíz en harina fuera de la casa que comparte con su hermana de 13 años, en el campamento de refugiados Jewi de Etiopía. (Créditos - Eduardo Soteras Jalil)
Joven de 16 años machaca granos de maíz en harina fuera de la casa que comparte con su hermana de 13 años, en el campamento de refugiados Jewi de Etiopía. (Créditos - Eduardo Soteras Jalil)

A diferencia de otros hermanos, procuran no pelear entre ellas. “Realmente nos asusta discutir porque no sabemos qué nos deparará el futuro”, dice Nyamach. Nos cuidamos entre nosotras, somos solo nosotras dos. No pienso en mi familia porque ya no están. Estamos aquí y ellos no y así son las cosas”, asegura.

La historia de estas hermanas se suma a las de las más de 82 millones de personas en el mundo que debieron huir de sus hogares y dejar todo atrás para salvar sus vidas. Nyamach Lul y su hermana, han conocido más pérdida y tristeza en escasos años que la mayoría de las personas en toda su vida.

Hoy, más de 34 millones de niñas y niños viven como refugiados y desplazados en el planeta. Es una población particularmente vulnerable, especialmente cuando las crisis se prolongan por años. Estimaciones recientes de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, muestran que casi un millón de niños han nacido como refugiados entre 2018 y 2020. Los jóvenes de 15 a 24 años también constituyen una gran proporción de las poblaciones afectadas por el desplazamiento forzado.

Numerosos factores hacen sus situaciones aún más difíciles. Uno de ellos es la creciente apatridia de millones de niños en el mundo. El derecho internacional define a un apátrida como “una persona que no es considerada como nacional suyo por ningún Estado conforme a su legislación”. De forma más sencilla, esto quiere decir que una persona apátrida no tiene la nacionalidad de ningún país y, por lo tanto, a menudo pueden tener dificultades para acceder a derechos básicos como el acceso a la educación, a la atención médica, a oportunidades laborales o a la libertad de movimiento durante toda su vida, e incluso a la dignidad de recibir un entierro oficial y la emisión de un certificado de defunción cuando fallecen.

Las menores sursudanesas preparan comida en el campamento de refugiados Jewi en Etiopía. (Créditos - Eduardo Soteras Jalil)
Las menores sursudanesas preparan comida en el campamento de refugiados Jewi en Etiopía. (Créditos - Eduardo Soteras Jalil)

El registro del nacimiento es uno de los derechos fundamentales de la niñez según la Convención sobre los Derechos del Niño. Sin embargo, un informe conjunto publicado por el ACNUR y UNICEF ha mostrado que, en distintos países, la discriminación que sufren las mujeres impide u obstaculiza el registro de nacimientos, pero resulta vital para que reciban la asistencia y protección necesaria. Es por ello que una de las tareas que llevamos adelante con ACNUR y para la que trabajamos fuertemente es para poner fin a la apatridia.

Las situaciones de muchas personas refugiadas en todo el mundo se han prolongado, ocasionando que cada vez más niñas y niños nacidos de madres y padres refugiados se vean obligados a pasar toda su infancia, y posiblemente toda su vida, fuera de su país de origen, e incluso muchos de ellos llegan a tener a su vez hijos e hijas o nietos nacidos como personas refugiadas. Esto tiene graves consecuencias para la educación, ya que muchas personas refugiadas nunca han tenido la experiencia de ir a la escuela en el país de origen de su familia. Esto, a su vez, puede exacerbar el riesgo de que las niñas y los niños sean víctimas del trabajo infantil, incluso en sus peores formas.

En el centro de todo esto se encuentra una cifra sin precedentes de niños y niñas que no han tenido más opción que huir para salvar sus vidas. Muchos pasarán toda su infancia lejos de su hogar, en algunos casos separados de sus familias. Algunos habrán presenciado o vivido actos de violencia; no debemos perder de vista que en su exilio quedan expuestos al riesgo de sufrir abusos, abandono, violencia, explotación, tráfico o reclutamiento militar.

Desde ACNUR trabajamos con las autoridades nacionales y otras organizaciones internacionales y locales para ayudar y proteger a los niños y niñas desplazados, y buscar soluciones duraderas. Nos aseguramos de que los menores no acompañados o separados reciban atención y tengan acceso a los servicios de rastreo y reunificación familiar, que los recién nacidos estén registrados al nacer y que los niños con discapacidad reciban apoyo. Les ayudamos a reconstruir sus vidas, a través de actividades de apoyo psicosocial y de educación.

Historias como la de las hermanas Lul reflejan la dura realidad que se vive día a día en los campamentos de refugiados. Pero también allí se percibe una brisa esperanzadora, porque aún en condiciones adversas una imagen nos cautiva: los niños demuestran que son resilientes, siguen aprendiendo, jugando y riendo, encuentran formas para sobreponerse y nunca dejan de soñar.

Ellos están dispuestos a contarle sus sueños a quien quiera escucharlos: un niño quiere ser el mejor futbolista del mundo, una niña quiere ser médica para ayudar a la gente, un adolescente quiere ser periodista. Todos tuvieron que abandonar sus hogares, sus pertenencias, sus amigos y muchas veces, incluso, sus familias. Nuestro compromiso es que no deban, también, abandonar su deseo de tener un futuro mejor. Y todos nosotros podemos hacer algo para ayudarlos.

* La autora de esta columna es Directora de Comunicaciones de Fundación ACNUR Argentina.

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