Afganistán sin romanticismo

Fuera de las grandes ciudades, durante las últimas décadas, el talibán siempre ha convivido con el resto de la población afgana, es parte de ella y siempre mantuvo su régimen radical

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Un soldado talibán en una calle de Kabul, Afganistán, el 16 de septiembre de 2021 (Reuters)
Un soldado talibán en una calle de Kabul, Afganistán, el 16 de septiembre de 2021 (Reuters)

Las imágenes que vimos hace algunas semanas de Kabul -salvo las personas cayendo de los aviones- era lo que se vivía en todo Afganistán, fuera de las grandes ciudades, durante las últimas décadas. Los analistas que conocemos y hemos estado en medio de esa tragedia asiática sabemos que siempre el talibán ha convivido con el resto de la población afgana, es parte de ella y siempre mantuvo su régimen radical. Afganistán no cambió culturalmente durante los 20 años que duró la presencia de la OTAN.

A principios de 2010 viajamos a Afganistán dos compañías de combate de nuestro regimiento, el 2º Regimiento Extranjero de Paracaidistas (2ème REP de la Legión Extranjera Francesa): la especializada en operaciones anfibias -a la que yo pertenecía- y la compañía de montaña. Era una misión importante que nos obligó a realizar un entrenamiento adicional al que ya contábamos, como las prácticas que hicimos en Yibuti, en el cuerno de África.

Para que se comprenda lo que era en aquel momento ese particular “teatro de operaciones” y la magnitud de lo realizado por nuestra unidad, debo destacar que efectuamos 106 acciones directas de combate y que tuvimos 22 bajas, entre muertos y heridos. Tan importante fue esta misión, que también se trasladó a la zona de operaciones la jefatura del regimiento con su staff casi completo.

El 2ème REP, en aquel año 2010, tenía como misión combatir a los grupos insurgentes en la zona comprendida desde Sarawbi hasta Tagab, al norte del Afganistán, en una extensión de 100 kilómetros cuadrados. Cabe recordar que, en esa época, Al Qaeda era aún una organización terrorista muy activa y Osama Bin Ladem ostentaba todavía un gran poder militar para realizar acciones insurgentes en apoyo del talibán; de hecho, en algunas misiones capturamos a líderes importantes de esa organización…

Hemos escuchado hablar de lo que ocurre a partir de la última avanzada del talibán y del repliegue de las fuerzas de la OTAN en general y de las tropas estadounidenses en particular, y creo que muchas de esas opiniones no se encuadran con la realidad del momento que estamos viviendo. La guerra, el conflicto armado, ha sufrido en los últimos cuarenta años un cambio muy grande: el poder militar no es ya el que decide la suerte del conflicto, sino que la acción decisiva está en manos de la estrategia política y, principalmente, económica.

Rodrigo Duarte durante su misión en Afganistán
Rodrigo Duarte durante su misión en Afganistán

Esto no significa que no habrá más guerras. Quiere decir que el poder militar se ha convertido en una herramienta más de la política como nunca antes lo había sido. Nosotros, los argentinos, podemos entenderlo como nadie porque hemos asistido en carne propia a la última batalla convencional de dos fuerzas enfrentadas abiertamente: Malvinas 1982. Hoy eso ya no existe.

Pero no ha cambiado solo la forma de hacer la guerra -lo táctico y operacional-; lo realmente asombroso y que, a mi entender, no comprenden muchos analistas, es que ha cambiado el objeto de la guerra. Para decirlo simple: antes la batalla militar era la parte decisiva del conflicto; terminada la guerra se ganaba o se perdía. Actualmente, es meramente una etapa y, muchas veces, solo una parte subsidiaria del conflicto global.

Hoy el soldado va a la guerra no para ganarla sino para cumplir con un propósito político superior que necesita de la fuerza militar para escalar, mantener o desescalar el conflicto. Va a la guerra para forzar una decisión a mediano o largo plazo, para reforzar una alianza estratégica y, aunque pueda parecer brutal, para forzar un negocio económico que le sirva a su país.

En este contexto, las fuerzas militares de hoy no van por el resultado final de la contienda armada, por eso tienen que estar formados y preparados, sobre todo moralmente, para permanecer en un territorio determinado, soportando bajas permanentemente y sin la obtención de victorias militares asombrosas.

Hoy, los grandes actores en este tipo de conflictos de naciones son los servicios diplomáticos, los servicios de inteligencia y las fuerzas especiales, que trabajan en conjunto para realizar acciones que hacen a los intereses y la estrategia de cada nación y cada alianza.

Algo que tal vez no supo transmitir el general Stanley McCristal, el comandante de las Fuerzas de Asistencia para la Seguridad en Afganistán (ISAF, por sus siglas en inglés), cuando en junio del 2010 -administración del presidente Obama- y luego de visitar a las tropas destacadas en la provincia afgana de Badghís, le dijo a la revista Rolling Stone que “no sabía cómo explicarles a sus soldados que estaban en el Afganistán para no ganar la guerra”.

Las acciones de la OTAN en Afganistán no solo fueron dirigidas a combatir al terrorismo, sino también como un recurso para posicionarse en el patio trasero del Asia.

La intención de occidente después de los atentados del 11-S era, sin duda, prevenir y disminuir los actos terroristas de Al Qaeda (fracción terrorista que se adjudicó los atentados del 11-S), que intentaban crear un orden mundial de carácter político musulmán. Un verdadero delirio. Pero más allá de este objetivo público inicial y notorio, los países participantes fueron variando los propósitos del conflicto. La historia nunca es lineal y los objetivos cambian al ritmo de las diferentes situaciones que hoy, más que nunca, se modifican vertiginosamente. Los líderes de la Alianza Atlántica y los Estados Unidos, así lo entienden.

A partir “11S” (2001) Estados Unidos y sus aliados desarrollaron una política contra el terrorismo que ha sido eficaz, porque a pesar de no haber terminado definitivamente con esa amenaza internacional -un objetivo imposible según sabemos-, ha logrado mantenerlo fuera de sus territorios de interés.

La situación estratégica mundial hoy es muy diferente a lo que era hace apenas diez años atrás. Ni hablar de lo que era hace veinte. En esta última década, asistimos a un crecimiento cada vez más grande de China, que se ha convertido en una amenaza para los Estados Unidos y sus aliados. Sin invertir en recursos militares y sin amenazas bélicas a la vista, Asia, África y la América Latina parecen ser sus objetivos económicos y políticos.

Si tenemos en cuenta que, en plena Guerra Fría, los Estados unidos fueron los impulsores de los muyahidines del Afganistán para corroer el poder soviético en Asia, luego de la retirada soviética, estuvieron gobernando Afganistán por 11 años con el beneplácito de ellos, la pregunta es: ¿no será este actual Afganistán talibán un nuevo escenario que apunte a debilitar el poder de China?

* El autor de este artículo es exmilitar francés, especialista en seguridad internacional y lucha contra el crimen organizado y financiamiento del terrorismo.

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