El abandono de Simone Biles

Todos amamos a Simone Biles, esa pequeña máquina de derribar mitos y barreras sociales

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Simone Biles del equipo de gimnasia de los Estados Unidos durante su última participación en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (Reuters)
Simone Biles del equipo de gimnasia de los Estados Unidos durante su última participación en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (Reuters)

Simone Biles se desorientó en pleno salto del potro. Con una puntuación de solo 13.766, la más baja en esa competencia, dio por terminada su participación en Tokyo 2021, dejando que el resto del equipo de gimnasia de Estados Unidos siga luchando por una medalla (consiguieron la plata). Si nunca es buena idea abandonar a los compañeros de equipo decididamente lo que hizo no es heroico, tal como han pretendido medios y celebridades en el mundo. Su decisión de anteponer su salud mental a sus deberes olímpicos no es digna del efusivo elogio que ha recibido.

Todos amamos a Simone Biles, esa pequeña máquina de ejecutar movimientos que, de verlos, nos deja con dolor de espalda, y de derribar mitos y barreras sociales. Pero esta celebración de su renuncia a los Juegos Olímpicos como “verdadero heroísmo”, como mejor incluso que si hubiera ganado el oro (sic), es preocupante. Sugiere que el culto al perdedor está ganando; que la valoración que la sociedad tiene de las “víctimas” está ahora tan arraigada que incluso preferimos más a los atletas olímpicos cuando huyen del desafío que cuando los pelean con uñas y dientes.

Desde luego ninguno de nosotros está en la cabeza de Biles para saber lo que le sucede, ni en su cuerpo para soportar los dolores producto del esfuerzo constante al que se somete diariamente y hace años. Pero la narrativa sobre la “salud mental” suena disonante. “Dar prioridad a la salud mental” parece haberse convertido en la excusa para que las personas no puedan ser objetadas en ninguna de sus conductas. También este año la número 2 del ranking mundial de tenis femenino, Naomi Osaka, abandonó el Abierto de Francia porque no quería hacer entrevistas con los medios, considerándolas malas para su salud mental. En esta misma línea, el príncipe Harry nos tiene acostumbrados a no callarse para proteger su salud mental. “Mi salud mentalse ha convertido en una especie de pase libre para justificar el comportamiento equivocado, inmoral o narcisista cuando las cosas se ponen difíciles.

El problema no es Biles. El tema es la idolatría que se le ha rendido a su renuncia. Su abandono de los Juegos Olímpicos -aunque finalmente participó en la viga de equilibrio- se ha convertido en una lección moral para el mundo. “¡Está bien darse por vencido!” anunciaba un titular. The New York Times ha elogiado a la atleta por rechazar el estoicismo, cuando es fundamental para el deporte, especialmente para los Juegos Olímpicos, pruebas en las que se trata, exclusivamente, de motivación y sacrificio hasta el final. Michelle Obama siguió la misma tendencia. “¿Soy lo suficientemente buena? Sí lo soy. Ese es el mantra que practico a diario”, dijo. Lamentablemente no todos somos ex Primera Dama de los Estados Unidos. Por otra parte, si los deportistas practicaran este mantra, no llegarían a ninguna parte. No sentir que es suficiente, y siempre querer ir por más, es la esencia de estas competencias deportivas desde la antigua Grecia. Las trilladas frases al estilo Oprah Winfrey chocan contra la singular devoción que exige el ideal olímpico. Es evidente que son muy pocos los atletas de élite, y que la mayoría de nosotros no tenemos ni el talento ni la disciplina para participar en ese nivel. Pero lo que no puede pasar es que se asocie el logro deportivo con la debilidad y el desaliento.

Lo que preocupa de los elogios a Biles es que parecen una confirmación más de que las sociedades están abandonando el coraje, la determinación y el sacrificio, pero siguen aspirando a la victoria solo que a través de celebrar los sentimientos de debilidad de las personas. En esta narrativa, Simone Biles es valiente no por todas los increíbles logros alcanzados en gimnasia, sino por decir públicamente que tiene problemas de salud mental. Esta valoración del fracaso parece una receta equivocada para el espíritu humano. Es el mismo camino que pretenden los estudiantes cuando invocan la salud mental para evitar la presión de los exámenes, pero igual exigen salir airosos de la universidad y, además, conseguir buenos empleos.

Por este camino se está animando a las nuevas generaciones a admirar más a quienes fracasan o renuncian que a los que siguen adelante, contra todo pronóstico, para obtener logros grandes y maravillosos. Es una traición al ideal olímpico, al ideal humano más amplio de hacer el bien en la vida y a los talentos de cada uno. Pareciera importante levantar alguna voz contracultural contra este amor por los perdedores que pretenden convertirse en iconos a seguir por tales conductas. No, Simone Biles no es una gigante por haberse enojado al no obtener la puntuación pretendida. Es inmensa por lo que de disciplina, valor y amor al deporte tiene su vida, y por el esfuerzo de naturaleza sobrehumana que rigurosamente ha llevado adelante y que, lamentablemente en esta ocasión, no ha podido realizar.

(C) Infobae.-