La cuarentena es tiempo de esperanza (no de optimismo)

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Foto del viernes del Papa Francisco dando una inusual bendición "Urbi et Orbi" -a la ciudad y al mundo- en una Plaza de San Pedro vacía en el Vaticano. 
Mar 27, 2020. REUTERS/Yara Nardi/Pool
Foto del viernes del Papa Francisco dando una inusual bendición "Urbi et Orbi" -a la ciudad y al mundo- en una Plaza de San Pedro vacía en el Vaticano. Mar 27, 2020. REUTERS/Yara Nardi/Pool

En una misa memorable celebrada anteayer en Piazza San Pietro, Francisco comentó el Evangelio según San Marcos, capítulo 5, 35, haciendo una analogía con la situación que atravesamos hoy en el mundo. Cuenta el evangelista que a los discípulos y a Jesús los sorprendió la tempestad cuando navegaban en una barca. Dijo el Papa que hubo “una tormenta inesperada y furiosa” y todos “en la misma barca” se sintieron “frágiles y desorientados”, “importantes y necesarios…llamados a remar juntos”.

Y el Papa agregó que en la barca agitada por la tempestad los discípulos decían “nos encontramos asustados y perdidos”. Ellos hablaban “…con una única voz y con angustia…”, con la angustia de “perecer”, pero sentían “la necesidad de ir juntos”. Nosotros -la humanidad de hoy- también tenemos miedo de perecer y sentimos la necesidad de ir juntos y sentimos la fragilidad de nuestra vida personal y del mundo terrenal frente a la peste.

EL CORONAVIRUS MUESTRA NUESTRA VULNERABILIDAD

Más adelante el Papa habla de “la tempestad que desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades”.

Para Francisco, la tempestad, además de ponernos al desnudo, también nos muestra “frágiles” (y hasta) nos quita el “maquillaje” de “los estereotipos” con los que disfrazamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar, y nos deja al descubierto.

Pero frente al riesgo de desaparecer nos damos cuenta de que felizmente no somos el homme clos de Bergson, hay un nous, un “nosotros” del que -dice Francisco- “no podemos ni debemos ni queremos evadirnos, a esa pertenencia de (ser) hermanos” excepto -dice este cronista- aquellos que se hunden en la desesperanza y se dejen seducir por un mundo que -error tras error- acepta su propia destrucción.

GRAN PARTE DE LOS HOMBRES SON DIGNOS DE DESPRECIO

“Sintiéndonos fuertes y capaces de todo y codiciosos de ganancias” –dijo el Santo Padre– “nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa”, “no nos hemos detenido ante (las) llamadas” del Señor, tampoco “despertado ante guerras e injusticias del mundo” ni “hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo”. En cambio, continuamos “imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”.

Yo acumulé y acumulé, viví encerrado en mi desconfianza y fui optimista, nací en un mundo así, dice el burgués. Y este cronista confirma lo dicho por este hombre. En efecto, nacimos en un mundo enfermo, que sufría, decía un médico y filósofo del siglo XX, de “diselpidia”, la incapacidad para proyectarse en el futuro o, dicho de otro modo, para vivir la vida con esperanza. Y esta enfermedad se produce por contagio, cuando un corazón tras otro corazón se fueron quedando ciegos de Dios.

GRAN PARTE DE LOS HOMBRES SON DIGNOS DE ADMIRACIÓN

“Ante el miedo –dice Francisco– muchos han reaccionado dando la propia vida” (asistiendo a los enfermos por el virus). Asumiendo el riesgo y saliendo a enfrentar al enemigo con esperanza. El Papa se refiere puntualmente a “la generosa entrega de personas comunes ‘corrientemente olvidadas’ que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show” pero, sin lugar a dudas, “están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”.

ABRAZAR LA CRUZ QUE NOS LIBERA DEL MIEDO Y DA ESPERANZA

En estos días de la Cuaresma el Papa nos invita a abrazar la Cruz y nos explica qué significa abrazar la Cruz. “Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza”. Gabriel Marcel decía que amar significa decir “no has de perecer”, “tú no morirás”.

EL FRACASO DEL GOBIERNO DE LA TECNOCRACIA

La información de los muertos por el Covid-19 en tiempo real llega a todos los rincones del planeta y la vacuna habrá de aparecer. Pero la técnica es incapaz de reconocer la incalculabilidad del dolor humano que produjo ya esta tragedia. El drama fue previsto y pudo haber sido evitado si en salud pública se hubiera invertido lo que se invirtió en armamentos y drones destinados a matar.

Se creyó que cuando el hombre dejara de ser cautivo de Dios la sociedad terrenal sería más grande y feliz. Causando los daños ecológicos y sumergiendo a gran parte de la población mundial en la pobreza ocurrió todo lo contrario.

LA CUARENTENA ES TIEMPO DE ESPERA

La espera es esperanza, no es un mero deseo de objetos particulares. La esperanza trasciende las cosas, trasciende mi propia suerte, se espera la restauración de un orden viviente en su integridad, se espera la salvación de los otros. Tampoco la esperanza es el optimismo. “A mí no me gusta esa palabra”, le dijo Francisco a Jordi Evole en una conversación reciente. Es una palabra superficial, creer que hagamos lo que hagamos “las cosas terminan bien”. No es así. En la esperanza hay compromiso, hay entrega, hay acción y hay fe. Espero porque creo.