Traiciones a la paz

Por Juan Gabriel Vásquez

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Demostraciones en apoyo a los acuerdos de la paz en Colombia. (AFP)
Demostraciones en apoyo a los acuerdos de la paz en Colombia. (AFP)

Las imágenes circularon en la mañana del jueves 29 de agosto: Iván Márquez, uno de los jefes guerrilleros que negociaron con el gobierno colombiano el final a medio siglo de guerra incruenta, anunciaba su decisión de retomar las armas. Explicó que la nueva guerrilla no practicaría "retenciones con fines económicos", que es como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) hablaron durante años del crimen cruel y deleznable del secuestro; explicó que dialogarían con "gentes pudientes del país para buscar por esa vía su contribución", lo cual no es más que una extorsión anunciada. Y luego avisó que no atacarán a policías y soldados, sino que su objetivo, en esta nueva guerra, será la oligarquía.

Fueron 32 minutos de eufemismos hipócritas y retórica politiquera, y con ellos Iván Márquez nos devolvió a los colombianos a tiempos que ya habíamos superado. Y no por la amenaza a esa oligarquía, ni siquiera por el desprecio a los que hemos defendido el proceso de paz en las buenas y en las malas, sino por el insulto a las víctimas de esta guerra larga y degradada que sacó lo peor de los colombianos. Los acuerdos de paz hicieron algo que no había logrado nunca ningún conflicto similar en el mundo entero: pusieron a las víctimas en el centro. Y aquí están Márquez y sus secuaces no solo prometiendo o augurando víctimas futuras, sino traicionando a las pasadas: todas las víctimas de esa guerrilla sanguinaria que estaban dispuestas a pasar la página de la violencia con tal de saber la verdad sobre sus muertos.

En los últimos años han hablado las víctimas. La sobreviviente de un atentado terrorista en Bogotá —una bomba que mató a 36 personas— y otra persona que logró escapar a la masacre de Bojayá, donde un cilindro de gas usado como proyectil mató a un centenar; las dos cuentan historias muy distintas y muy distintos sufrimientos, pero tienen en común la urgencia de saber por qué pasó lo que pasó y la necesidad de una promesa: que no volverá a pasar. Eran los principios de Verdad y No Repetición que Iván Márquez firmó en La Habana en 2016 y que ahora, con su discurso pendenciero, se acaba de llevar de vuelta a la selva.

Dice Márquez que vuelve a las armas para "luchar por la paz traicionada". Que no se confunda: los que estamos luchando por la paz somos otros. Lo hacemos en la medida de nuestras distintas posibilidades, desde la sociedad civil y desde la política más responsable. Y ellos, los que acaban de declarar que se abre una nueva guerra, son desde ahora parte de los traidores.

Ahora bien, en medio de las insensateces, los anacronismos y las intimidaciones, Márquez decía una triste verdad: que el gobierno ha incumplido los acuerdos. Durante su primer año en el poder, el presidente Iván Duque ha mantenido una ambigüedad indolente frente a la paz: ha objetado y ralentizado la implementación de los acuerdos, que habrían sido difíciles de llevar a cabo incluso sin esos obstáculos. Durante este año muchos hemos advertido que su ambigüedad crearía un clima peligroso de inseguridad jurídica e incertidumbre política; y que ese clima sería el caldo de cultivo ideal para que pasaran cosas como la que acaba de pasar. Estas incertidumbres no son las razones por las que Iván Márquez y los suyos, perseguidos como los delincuentes que son, han vuelto a las armas; pero sí creo que pueden ser las razones de los que los sigan en sus delirios.

Todos recuerdan en Colombia los fallidos procesos del pasado, cuando guerrilleros reincorporados a la vida política fueron asesinados uno a uno por lo que hoy se sigue llamando "fuerzas oscuras". Una de las responsabilidades del gobierno de Iván Duque era decirles a los desmovilizados que esta vez era distinto. No lo ha hecho, o no lo ha hecho con convicción, porque su partido, el Centro Democrático, nunca ha respaldado los acuerdos. Ahora veo en boletines de prensa que comienza a tomarse el asunto más en serio. Ojalá no sea demasiado tarde.

El tercer anuncio de la facción de las FARC encabezadas por “Iván Márquez” y “Jesús Sántrich”
El tercer anuncio de la facción de las FARC encabezadas por “Iván Márquez” y “Jesús Sántrich”

Lo cierto es que las palabras de los disidentes solo pueden ser tomadas como lo ha dicho Duque: como una amenaza terrorista. En eso, Márquez le ha dado una gran noticia a la banda de radicales que apuntala al presidente. Al mismo tiempo es verdad otra cosa: si el anuncio o la amenaza de Márquez ha recibido el repudio unánime de los colombianos, si la nueva guerrilla que anuncia nace en el oprobio y en el aislamiento, es gracias a los acuerdos de paz. Saboteados y calumniados por tantos, estos acuerdos han salvado ya más vidas de las que podemos contar y han denunciado el absurdo de buscar el poder por las armas. Y además han puesto sobre la mesa, para todo el que quiera verla, la evidencia incómoda de que los guerrilleros reincidentes y los políticos extremistas están muy de acuerdo en algo: es mejor una guerra conocida que una paz por conocer.

Hace un año, tras la elección del actual presidente, escribí: "Duque puede ser el presidente que consolide la paz; también puede ser el que siembre las semillas de una nueva guerra". Ahora las semillas las han sembrado los otros, Iván Márquez y los disidentes, y la responsabilidad de lo que hagan les corresponde solo a ellos; pero el presidente Duque tiene en las manos el poder de evitar que destruyan lo alcanzado hasta ahora y que Colombia vuelva a vivir momentos oscuros. Solo tiene que poner en marcha lo firmado, ahora sí de verdad, y cumplirles a los que están cumpliendo. No pierdo las esperanzas de que esté a la altura del reto.

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Juan Gabriel Vásquez es escritor. Sus libros más recientes son La forma de las ruinas y Canciones para el incendio.

c. 2019 The New York Times Company